Plan B: venganza, ambición y miedo
Jorge
Fernández Menéndez
En el más
completo desaseo legislativo, sigue el proceso para aprobar la reforma
electoral que desarticulará no sólo al INE, sino también al sistema nacional
electoral, violando en forma reiterada la Constitución y con objetivos
evidentes: uno, tratar de garantizar la impunidad en las campañas electorales adelantadas
de los aspirantes de Morena, con funcionarios públicos que no podrán ser
sancionados por actos adelantados de campaña (como los que ya están realizando,
año y medio antes de los comicios); dos, no tener controles en los estados para
la operación electoral y, tres, satisfacer tres pulsiones presidenciales: la
venganza, la ambición y el miedo.
La venganza
(“un objetivo injurioso antes que reparador”), porque el presidente López
Obrador, que jamás en su carrera política ha aceptado una derrota (se fue
del PRI en los años 80, ya que no fue candidato, nunca reconoció haber perdido
en las dos elecciones de Tabasco que perdió ni aceptó su derrota en los
comicios presidenciales de 2006 y en 2012), entre su lista de enemigos colocó a
las autoridades electorales. Siempre ha dicho que le hicieron fraude (en todas
las elecciones que perdió) y ahora se venga como para poder hacerlo él a sus
opositores. Tan sencillo como eso.
La ambición
(“el deseo intenso y desordenado de conseguir algo, especialmente poder o riqueza”),
porque no puede permitir que lo que considera un movimiento histórico y
trascendente desde antes de comenzar a gobernar termine con una derrota
electoral: lo suyo es un camino a los altares cívicos y, para eso, como sea,
necesita ganar en 2024.
El miedo
(“una reacción que se produce ante un peligro inminente”), porque los
resultados de 2021 no garantizan el triunfo en 2024, la tan sonada popularidad
presidencial, que no es mayor que la que tuvieron en su momento, en el cuarto
año de gobierno, Zedillo, Fox o Calderón,
tampoco. Necesita que en las campañas adelantadas la falta de control
institucional permita que sus aspirantes no sean sancionados con la pérdida de
la candidatura, aunque hayan utilizado para ello recursos públicos. Necesita
adelantarse a sus adversarios, secarlos antes de que comience la verdadera
campaña. Qué importa si se reducen los tiempos oficiales de campaña si los
aspirantes oficialistas están en ella desde dos años antes.
Esa
combinación de venganza, ambición y miedo es lo que marca esta reforma
electoral, que viola, una y otra vez, la Constitución y desarticula el sistema
electoral construido a lo largo de décadas.
No es aún, y
como se ha dicho, una suerte de golpe de Estado. Todavía no. Pero crea las
condiciones para imponerlo vía una elección fraudulenta en 2024. Crea las
condiciones para perpetuarse en el poder con métodos muy similares a los que
han utilizado la Venezuela de Nicolás Maduro, la Nicaragua de Daniel
Ortega o la Hungría de Viktor Orbán.
No estamos,
insisto, aún en esa situación y existen todavía mecanismos institucionales que
pueden frenar ese desarrollo. Más importante que nunca será, si finalmente se
impone (como parece que ocurrirá en estas horas) todo el plan B sin moverle
nada, como es el designio presidencial, la gestión de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación. Como han señalado expertos, legisladores y hasta el
líder de la fracción de Morena en el senado, Ricardo Monreal, hay
innumerables violaciones a la Constitución en este paquete de reforma de cerca
de 450 artículos de diferentes leyes. Si se aprueba, la Suprema Corte tendrá
que actuar rápido y anular las inconstitucionalidades para evitar que se
contamine todo el proceso electoral de 2023 y 2024. Si cuando sea su
oportunidad no lo hace, me temo que sí estaremos en los preámbulos de una
ruptura institucional. Todo eso es lo que ha estado en juego en estas horas.
MONREAL
El todavía
líder de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, cumplió con su
palabra y no le dio su voto a la reforma electoral por sus violaciones
evidentes a la Constitución. Eso lo honra. Pero también es un hecho que ése fue
un gesto político personal, porque también decidió no ejercer todo su peso
político para que otros senadores que lo apoyan y respaldan votaran en contra
de esa reforma. Insinuó la ruptura y la dejó sobre la mesa, pero no la ejerció.
Creo que, enalteciendo su voto, se quedó a mitad del camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario