LA HEGEMONÍA DE ESTADOS UNIDOS ANTE UN DOBLE DESAFÍO EXISTENCIAL
En este blog hemos analizado durante casi diez años la
hegemonía de Estados Unidos y su disfuncionalidad para mantener la estabilidad
y la paz en el mundo, así como una economía sustentable, que beneficie a la
mayoría de la población mundial.
Las élites política, económica y militar de Estados
Unidos consideraron que el derrumbe de la Unión Soviética a principios de 1992
demostraba que el sistema capitalista que surgió de la derrota del nazismo
alemán, el fascismo italiano y el nacionalismo militarista japonés en 1945, se
había afianzado como la estructura económica definitiva para la humanidad; así
como el modelo político democrático-representativo se consolidaba, si no como el
único posible, sí como el paradigma indiscutible.
Sin embargo, la superpotencia se creyó su propia
narrativa, sin darse cuenta de que en el seno de su sistema de dominación
estaban ya las semillas de su transformación y eventual declinación.
En primer lugar, el capitalismo es un sistema que
desarrolla exponencialmente la capacidad de las fuerzas productivas de la
sociedad, a través de la explotación de la mano de obra y los recursos
naturales a su disposición; el desarrollo de dichas capacidades productivas se
da mediante una competencia feroz entre individuos, empresas y sociedades
nacionales[1]; y, con ello, se promueve la
innovación constante en la manera de producir, distribuir y consumir.
El sistema no para, y por su propia naturaleza tiende a
concentrar los recursos en minorías que se encargan de organizar la producción,
el transporte, la distribución y el consumo de bienes y servicios. Y lo intenta
hacer de la manera más eficiente posible, con objeto de que la riqueza
producida fluya hacia los detentadores de los medios de producción y
distribución de dichos bienes y servicios. Riqueza que se reinserta en el
sistema como inversión[2] y consumo.
Estados Unidos logró desarrollar en los últimos dos
siglos el nodo más dinámico y desarrollado del sistema capitalista en el mundo,
lo que le brindó por lo tanto los medios necesarios para fortalecer su aparato
político, su sociedad y eventualmente su dominación en el mundo, una vez
derrotados los otros nodos que competían con su dominación (Alemania y Japón).
El siguiente paso fue desmantelar un sistema retador al
capitalista, que si bien nunca pudo cuajar de manera sólida (socialismo) en el
aspecto económico (acabó siendo un hipertrofiado capitalismo de Estado), al
menos sí planteó un desafío a la hegemonía de Estados Unidos en términos
militares y políticos.
Las élites de Estados Unidos (y en menor medida de sus
socios subordinados europeos y asiáticos) consideraron que la desaparición del
“socialismo real” en la URSS y Europa Oriental, consolidaba al capitalismo de
Occidente, a su sistema político y su superioridad militar como las únicas
alternativas para el resto del mundo, y sólo quedaba eliminar o adaptar estructuras
regionales que no se acoplaban al sistema (países islámicos) y sociedades que
se habían quedado ancladas en el atraso (países subdesarrollados), o incluso en
el “socialismo real” (Corea del Norte, Cuba).
El primer error grave de esas élites fue creer que el
desarrollo capitalista, es decir la innovación científica y tecnológica y la
modernización de los medios de producción y distribución, siempre estaría bajo
control de Occidente.
El sistema capitalista busca la mejor manera de producir
eficientemente, de acumular capital, y de seguir invirtiendo y consumiendo
ingentes cantidades de productos y servicios. Es un monstruo que no se detiene
en las fronteras, a menos que el Estado en cuestión limite su expansión.
Así, la innovación, el crecimiento de las capacidades
productivas, la búsqueda de mejores condiciones para generar más y mejores
bienes y servicios, se desbordaron por todo el planeta y ahí en donde las
élites locales supieron ajustar sus condiciones nacionales a las necesidades
del capital, éste se desarrolló sin consideraciones políticas, ideológicas o
éticas.
Por ello, los países del Sureste asiático, Japón, Corea
del Sur y después China, sin contar con las características sociales y
políticas “ideales” supuestas por Occidente para que floreciera el capitalismo,
desarrollaron rápida y vigorosamente sus sistemas económicos, adaptándolos
mejor que Estados Unidos y Europa a las exigencias de la feroz competencia
capitalista, y se convirtieron en potencias en el ámbito económico; que si bien
en un principio quedaron subordinadas a la dominación estadounidense-europea,
pronto crecieron en materia económica y tecnológica de manera cada vez más
autónoma, poniendo en riesgo la supremacía de sus pares americanos y europeos.
Con su enorme potencial humano, extenso territorio y vastos
recursos naturales, China sólo necesitaba desatar sus energías, que se
mantenían maniatadas por un sistema político cerrado y desacoplado de la
economía internacional.
A la muerte de Mao, el nuevo liderazgo chino comprendió
adecuadamente lo que se debía hacer, y se integró rápida y agresivamente a la
dinámica de la economía internacional, con lo que potenció sus capacidades
productivas, tecnológicas y aumentó exponencialmente el consumo.
Así, al inicio del siglo XXI China pudo unirse a la
Organización Mundial de Comercio, y con ello ampliar su margen de maniobra en
materia comercial y de inversiones.
Las élites estadounidenses y europeas creyeron que el
crecimiento económico y los avances tecnológicos chinos estarían siempre
subordinados a ellas, en vista de que gran parte del capital invertido para
dicho avance provenía de Occidente.
Pero China utilizó esos recursos y el know how que
obligó a dichas empresas a compartir con los chinos, para ir creando un poder
económico autónomo de Occidente, lo que muy rápidamente se evidenció en la
segunda década del siglo, cuando China ya competía al tú por tú con Estados
Unidos por la supremacía económica mundial.
Así, el primer desafío a la hegemonía estadounidense,
relativo a la dominación económica y científico-tecnológica provino del propio
sistema capitalista. No es una conspiración de “regímenes” autoritarios que
desean acabar con la “libertad del mundo”.
El desarrollo mismo del sistema capitalista y su adopción
y comprensión cabal por parte de China, le han permitido situarse como la
segunda potencia económica mundial y como un referente en materia científica y
tecnológica.
Ahora Estados Unidos pretende detener a China, tratando
de desacoplar a ambas economías; sancionando a China por situaciones relativas
a derechos humanos o disputas políticas y creando alianzas con países aliados y
subordinados de Europa y Asia para intentar detener la expansión económica
china; que desde hace una década tiene un plan establecido para ello, a través
de la “Belt & Road Initiative”, que prevé el enlace a través de
comunicaciones, transportes, rutas comerciales, y flujo de inversiones y créditos, con prácticamente
todas las regiones del mundo.
Si las élites de Estados Unidos y Europa no dirigen su
atención a modernizar sus sistemas de producción y distribución; si no impulsan
la competencia en materia científica y tecnológica; si insisten en acumular
riquezas sólo a través de las finanzas internacionales, y con mucha frecuencia,
a través de crisis bursátiles que tienen el objetivo de defraudar billones de
dólares a inversionistas de todo el mundo; entonces más temprano que tarde, a
pesar de sanciones y bloqueos en su contra, China se alzará como la primera
potencia económica mundial, con la posibilidad de que estadounidenses y
europeos, con tal de evitar esa posibilidad, estén dispuestos a iniciar una
guerra contra China, con desastrosas consecuencias para el mundo entero.
El segundo desafío existencial a la hegemonía de Estados
Unidos proviene del propio sistema político que ha intentado imponer en el
mundo, la democracia representativa.
Esta se desarrolló en el Occidente, y durante el siglo
XX, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, primero, y la caída del
”socialismo real” después, pareció sentar sus reales en la mayor parte del
planeta.
Sin embargo, las diferentes culturas, experiencias
históricas, razas, formas de ver el mundo y desiguales desarrollos económicos y
sociales han generado sistemas políticos diversos, que poco o nada tienen que
ver con el ideal democrático occidental (sea el antiguo griego o el moderno
anglo-sajón).
Así, las sociedades africanas, asiáticas o
latinoamericanas han adaptado a sus circunstancias específicas, a sus
ambiciones y luchas de poder particulares el sistema democrático, y por lo
tanto poco o nada se parece a lo que estadounidenses o europeos consideran
“regímenes democráticos”.
Además, las propias potencias occidentales, para
favorecer sus intereses geoeconómicos y geopolíticos, han prostituido y en
cientos de ocasiones, erosionado a propósito los intentos de los países de
otros continentes, por alcanzar el ideal democrático occidental.
Así, países con potencial económico y militar
considerable, con culturas de cientos o miles de años, han desarrollado
sistemas políticos acordes a las circunstancias históricas, geográficas y
culturales que los caracterizan, y si bien han asumido algunos rasgos de la
democracia occidental, de ninguna manera se han atado a dicho modelo.
Pero para Estados Unidos y sus subordinados europeos, su
modelo es el mejor, el único que puede brindar felicidad al mundo y por lo
tanto, y a pesar de que estos países continuamente se alían con fuerzas
sociales y económicas que no son compatibles con las prácticas democráticas en
países de otros continentes, insisten en exigir, demandar y tratar de obligar
al resto del mundo a seguir su “ejemplo”, a pesar de las múltiples diferencias
y trayectorias históricas y culturales entre ellos y otros países y regiones.
Por lo tanto, la insistencia por obligar a potencias como
China o Rusia, o a países menos poderosos, pero con suficientes recursos
económicos y militares como por ejemplo India, Irán, Arabia Saudita, Turquía,
Sudáfrica, etc. a asumir el modelo político de Occidente, fracasa cada vez con
más frecuencia, y va generando una mayor tensión internacional y crecientes
desencuentros entre el país aún hegemón y los países que presentan resistencia
a sus dictados y admoniciones.
Por ello, mientras Estados Unidos se niegue férreamente a
aceptar que sus órdenes y condiciones para el resto del mundo tendrán que
adaptarse a un orden multipolar, en donde los países adoptan el sistema
capitalista de distintas maneras, según sus condiciones y no según los dictados
de un centro rector en Nueva York; y donde los distintos países del mundo
deciden gobernarse con sus peculiaridades nacionales, sin tener que adoptar
exactamente los estándares que Estados Unidos exige, se va a ir encontrando con
cada vez más oposición a su hegemonía y con ello, se va a ir creando un polo
opositor mundial a ella, constituido no por el “odio irracional” a Estados
Unidos, sino por la intransigencia de este país a aceptar que su hegemonía ya
no será mundial, si no a lo más regional (América, Europa y parte del
Pacífico), y tendrá que negociar con otros países y regiones para lograr una
coexistencia pacífica que permita el desarrollo sustentable de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario