¿Qué ha sido de Podemos y Syriza?
Marcos Roitman Rosenmann
Las recientes elecciones en España y las experiencias
latinoamericanas hablan de un divorcio entre el imaginario social progresista y
una realidad conservadora. La llamada izquierda política defrauda, no cumple,
se refugia en discursos ambiguos, se deja llevar por el marketing electoral
y pierde identidad. La falta de coherencia, proyectos y programas de cambio
social democráticos trastocan en gestión institucional. Lo que se atisbaba como
una revolución abajo y a la izquierda se diluye en un discurso demagógico donde
no se encuentra ni el abajo, ni la izquierda. Cuando han gobernado han sido
incapaces de modificar el rumbo del capitalismo. Eso sí, han reivindicado todo
lo reivindicable como ejercicio político de progresismo. Multiculturalidad,
libertad sexual, ciudades limpias, carriles bici, etcétera. Son eficientes. Los
indignados del siglo XXI se han plegado a los poderes económicos, las
trasnacionales y el capital financiero.
Más allá del momento emocional constituyente, el resultado ha sido
nefasto. El sí se puede mutó en hacemos lo que nos dejan. Baste recordar el
ejemplo de Grecia. El triunfo de Alexis Tsipras líder de Syriza, despertó a las
adormecidas izquierdas occidentales. En 2015 era un proyecto anticapitalista.
En poco tiempo torcieron el rumbo. Bajo las presiones de la Europa de la Troika renunciaron
al lenguaje de izquierdas. El ex ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, fue el
chivo expiatorio. Imagen de la impotencia y la traición. Mientras el pueblo
griego pedía a gritos cumplir el programa electoral, Tsipras renegó de su
ministro, plegándose a los planes de ajuste. Más privatizaciones, aumento de la
pobreza, desigualdad y pérdida de soberanía. La Troika encontró
en Syriza un aliado para las reformas neoliberales que la derecha y la
socialdemocracia no eran capaces de realizar. Tsipras fue el elegido. Hoy es un
político amortizado para la derecha. Obligado a convocar elecciones
extraordinarias, dilapidó un capital social tanto como una esperanza de cambio
democrático.
En España, Podemos, cuyos dirigentes viajaban a Grecia y veían en Syriza
un ejemplo donde reconocerse, han seguido el mismo camino. En un lustro,
inmersos en guerras intestinas se desgastan. La izquierda política española se
encuentra peor que en 2014, antes de su fundación. Sin proyecto e incapaz de
entender que ha pasado, Podemos sufre las consecuencias de su mojigatería. Por
ineptitud más que por acierto de sus adversarios quedó presa de sus mentiras.
Se convertirían en la primera fuerza política del país, el PSOE acabaría
sucumbiendo. Serían poder y entrarían en La Moncloa. Se veían presidiendo el
Consejo de Ministros. Entrarían en la historia con mayúsculas. Podemos
representaba la unidad de lo nuevo. Una generación de emprendedores y
empoderados reemplazaba a la vetusta Izquierda Unida y los comunistas. Podemos
encarnaba el futuro. Era el momento de dar un paso adelante. Con una verborrea
digna de los mejores sofistas la emprendieron contra todo. La constitución de
1978 sería derogada, la banca nacionalizada. Podemos era la herramienta para
cambiar el destino de la gente. No a las castas, no al bipartidismo, no a la
negociación de pasillos, no a la corrupción. Trasparencia y democracia directa.
Intelectuales, académicos y políticos conversos escribieron ríos de tintas
avalando a sus dirigentes, fueron los portavoces oficiosos de la propuesta.
Incluso pensaron en fundar un Podemos trasversal latinoamericano. Era la luz al
final del túnel. De paso despreciaban y silenciaban cualquier crítica.
Cautivados por el fulgurante triunfo electoral, han sido víctimas de sus
fantasías y de mucho postureo. Vinieron a compartir las mieles del corto plazo.
Los nuevos diputados, senadores, concejales y alcaldes los convirtieron en sus
padres intelectuales. Hoy, tras la debacle, no han producido ningún ensayo
explicando las causas del fracaso. Los cantos de sirenas han acallado las
conciencias. Es más la conclusión a la que han llegado es del todo
sorprendente. No han sido capaces de trasmitir la propuesta y sólo han visto
batallas intestinas. En otras palabras no hubo errores políticos. Aunque hoy
defiendan la Constitución de 1978, hablen de pactos con el PSOE, hagan
referendos para entregar alcaldías a la derecha, señalen la necesidad de la
discreción como forma de negociación y renieguen de la transparencia.
La izquierda social, aquella que vive en los movimientos populares,
emprende una lucha de resistencia sin un colchón político para sus
reivindicaciones. En lo que va del siglo XXI, las propuestas como Syriza,
Podemos o Frente Amplio en Chile generan desazón a medio plazo. Las clases
trabajadoras, dominadas y explotadas, pierden derechos laborales, civiles,
sociales y políticos. Inmersas en un cúmulo de contradicciones acaban siendo
las víctimas propicias de las derechas neoconservadoras. La izquierda política
se diluye y la institucional existente va por detrás de las reivindicaciones
democráticas de la mayoría social que pide a gritos una ruptura, un cambio de
rumbo. Lamentablemente, la realidad es tozuda. Cuando han coincidido izquierda
política y social, la primera ha decidido virar a la derecha, bajo el argumento
pueril de: si se puede, pero poquito….
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