A una velocidad
impresionante el Senado mexicano “revisó, estudió” y ratificó el tratado USMCA
(según Trump), o T-MEC según López Obrador (AMLO), mucho antes que en Canadá o Estados
Unidos comience dicho proceso.
La peregrina
justificación de tanta urgencia es que nuestro gobierno no quiere que exista la
posibilidad de que se reabran las negociaciones, dado que los demócratas en la
Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos están insatisfechos con
lo negociado en materia ambiental y laboral. Y la idea era qué si México
ratificaba el tratado ya acordado, ya no existiría esa posibilidad.
Pues eso se
decía cuando se negoció el NAFTA (por sus siglas en inglés), aún vigente, en
1992. Pero ganó Clinton las elecciones presidenciales y se tuvieron que abrir
negociaciones adicionales, para firmar acuerdos paralelos en materia ambiental
y laboral; que por supuesto México nunca cumplió, por lo que los bajos sueldos
y la posibilidad de contaminar suelo, aire y agua en el país, siguieron siendo
las “ventajas competitivas” de nuestra dependiente economía.
Con este
tratado y el compromiso indeclinable de los tecnócratas del Banco de México y
la Secretaría de Hacienda de seguir aplicando la política económica neoliberal
dictada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y el Fondo Monetario
Internacional, México se mantiene como vasallo de la economía estadounidense y
de las directrices que se establezcan en Washington y en Wall Street.
Si a eso la aunamos
que AMLO ha reiterado hasta el cansancio, que nuestro país seguirá todas las
indicaciones de Estados Unidos en materia migratoria y de seguridad (no vaya a
ser que nos apliquen aranceles, con todo y tratado); y que no queremos
pelearnos con Washington por ningún motivo (eso implica que más temprano que
tarde, el asunto venezolano comenzará a transitar por donde le conviene a los
estadounidenses), pues queda más que claro que nuestro país sigue y seguirá
siendo un peón, un vasallo, un sirviente de Estados Unidos.
A lo
anterior hay que sumar que AMLO ya pactó con los oligarcas para que sus
intereses no se vean afectados por sus políticas redistributivas (que cada vez se
parecen más a las políticas clientelares del PRI), asegurándoles contratos por
32 mil millones de dólares durante este año[1]. Así que, vistas las cosas
como van (inseguridad y violencia al alza; disfrazada militarización de la
seguridad pública; combate a la corrupción sólo de saliva, pues las
investigaciones reales se hacen en Estados Unidos, no en México, como en el
caso de Fertinal), habría que añadirle a AMLO otro sobre nombre, además de “Mister
Amigo” y “Mister Peace and Love”. Ahora también habría que llamarlo “El
Gatopardo”: “que todo cambie, para que todo siga igual”.
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