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Zapata

miércoles, 10 de enero de 2018

EL NEOLIBERALISMO MEXICANO DIVIDIDO Y ADEMÁS ACOSADO POR TRUMP

El inicio de las “precampañas” de los “precandidatos” a la Presidencia de México, está reflejando la creciente división que se advierte entre los miembros de la oligarquía mexicana, la tecnocracia y la subclase política corrupta, debido a varios factores que se han venido acumulando en las últimas tres décadas, y que están impactando con toda su dureza en este crucial año electoral.

Desigualdad económica y pobreza
El primero y más importante de todos esos factores es que el neoliberalismo como modelo económico, aplicado a un país subordinado de la potencia hegemónica, como lo es México, ha generado un abismo de desigualdad entre el 10% de la población que absorbe el 65% de la riqueza del país, y el resto de la misma.
La vigencia durante 24 años del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), devastó a buena parte de la economía agraria y de la industria nacionales, en favor de un esquema trasnacional de producción, en el que la mayor parte de los alimentos y la energía que consume el país (después de haber sido uno de los principales productores de petróleo del mundo), provienen de las importaciones; y respecto a las exportaciones manufactureras, sólo el 26% de las mismas tienen contenido nacional, es decir, las partes construidas o fabricadas en territorio nacional por empresas establecidas en México, lo que implica que la mayoría de las exportaciones son importaciones que se reexportan a otro país (Estados Unidos), como eslabón del proceso de manufactura de un bien.
Es así, que el TLCAN sólo ha servido para que las grandes empresas nacionales y en especial las trasnacionales[1] abatan costos de producción, especialmente el de la mano de obra, y eliminen barreras arancelarias en sus procesos de producción, con lo que sus utilidades han aumentado exponencialmente.
De ahí que después de casi un cuarto de siglo de brutal apertura económica del país (12 tratados de libre comercio que engloban a 46 países), la gran mayoría de la población no tiene vinculación directa con esa apertura (alrededor del 75% de la población no se beneficia de ninguna forma de ella); y por el contrario, sufre los efectos de la misma cuando las grandes empresas desplazan a la población o afectan su entorno, como es el caso de las mineras y ahora con la reforma energética, de las petroleras; o quedan fuera del mercado, cuando grandes conglomerados pueden dominarlo ampliamente  (los casos de las tiendas Oxxo en el comercio minorista o de Wal Mart).
Así, el neoliberalismo con su “mantra” de la apertura económica y la disminución de la participación estatal en la economía, ha llevado a que en México el 1% de la población (1,275,000 personas)[2] capturen el 17% de todo el ingreso nacional (170 mil millones de dólares)[3]; mientras que el 50% más pobre de la población (63.7 millones de personas), apenas obtengan el 12% del ingreso nacional (120 mil millones de dólares). Con estos niveles de concentración del ingreso, el famoso Coeficiente de Gini, que mide los niveles de desigualdad en una sociedad, no es de .44 como lo afirman las estadísticas oficiales (mientras más se acerca a 1, más desigual es una sociedad), sino de .63.[4]
Como reflejo de lo anterior encontramos que México tiene el tercer peor salario mínimo de América Latina, medido en dólares (sólo superior al cubano y al nicaragüense), y sólo cubre el 80% de la canasta básica; similar a lo que sucede en Ecuador o Guatemala; y mejor que lo que se consigue en Argentina, en donde sólo se cubre el 60% de la canasta con un salario mínimo; pero mucho peor que en Costa Rica donde con un salario mínimo se cubre el 578% de la canasta; Panamá donde se cubre el 231% o Brasil en donde se llega al 220%[5].
Esta brutal desigualdad, que ha mantenido en la pobreza a la mayoría de la población durante las tres décadas y media de aplicación del modelo neoliberal, ya exasperó a una parte importante de la clase media del país, que no ha crecido sustancialmente, y que por el contrario ve con pánico como su nivel de vida se estanca y muy pronto podría convertirse en clase baja.

Corrupción
Si bien durante la mayor parte del siglo XX y lo que va del XXI México ha sido considerado como uno de los países más corruptos del mundo; y ello no afectó en gran medida la operación del sistema político ni las relaciones sociedad-Estado; la acumulación de años de abusos, latrocinios, uso patrimonial y discrecional de los recursos públicos por la subclase política y sus socios tecnócratas y oligarcas, ha hecho crisis en el gobierno de Peña Nieto. No sólo porque este presidente forma parte del grupo político-económico-criminal más poderoso y conocido del país (el Grupo Atlacomulco), asentado en el Estado de México (que rodea en tres cuartas partes a la ciudad de México); sino porque el descaro y el cinismo con que han seguido saqueando al erario público Peña y su grupo, junto con los otros grupos políticos regionales que dominan distintas entidades del país (tanto pertenecientes al gobernante PRI, como al PAN y al PRD), ha sido de tal magnitud, que aún la muy permisiva y tolerante sociedad mexicana en tema tan delicado, finalmente ha llegado a su límite.
Según la OEA la corrupción le cuesta a México el 10% del PIB (alrededor de 100 mil millones de dólares), cada año; y dicho costo es hasta 5 veces mayor que el promedio mundial.[6] De la misma forma, Transparencia Internacional ubica a México en el lugar 125 en su índice de percepción de la corrupción en 2016, con sólo 30 Puntos (mientras más se acerca a 100, menos corrupto es un país), 6 puntos menos que en 2012 cuando inició la administración de Peña.
Así, con casos de escándalo como los sobornos de la empresa Odebrecht a quien era el coordinador de Asuntos Internacionales en la campaña presidencial de Peña en 2012, Emilio Lozoya; y posteriormente director de la petrolera estatal, Pemex; sin que hasta la fecha exista ninguna imputación o detención relevante en el caso (a diferencia del resto de América Latina en donde hasta ex presidentes están la cárcel), el gobierno de Peña llega con la peor reputación en los últimos 35 años a su último año de gobierno, lo que sin duda le ha generado un rechazo mayúsculo en la mayoría de la población (sus niveles de aceptación no pasan del 25%).

Violencia, inseguridad e impunidad
El país es considerado uno de los más violentos del mundo y en el 2017 se constató con el número más alto de homicidios dolosos desde que se tienen estadísticas sistemáticas al respecto (1997), pues hasta octubre del año pasado (último mes con estadísticas completas) se habían contabilizado 23,698 víctimas. Esto es, cada 16 minutos y 9 segundos hubo una víctima de homicidio doloso en México, durante el 2017.[7]
Así también, los robos con violencia a negocio crecieron un 62% de 2016 a 2017; los asaltos con violencia en carretera crecieron un 54% y los ataques con arma de fuego un 39%.[8]
En total la inseguridad en el país creció un 13% entre 2016 y 2017, y la impunidad se mantuvo en el rango del 97%.
Además, México es uno de los países con más asesinatos de periodistas y defensores de los derechos humanos en el mundo; y de la misma forma es el “país de los desaparecidos” con más de 32 mil desde el inicio de la nefasta y fallida “guerra contra el narcotráfico”, iniciada por Felipe Calderón en 2006.[9]
Obviamente esta crisis mayúscula en materia de seguridad ya rebasó todos los límites de tolerancia de la sociedad mexicana, que demanda una estrategia integral que detenga este tsunami de violencia, sangre y muerte. 
Así, las clases dominantes del país, que han sido las grandes beneficiarias de este esquema de explotación económica demencial, de corrupción y de asociación con el crimen organizado, que les ha dado inmensas ganancias durante tres décadas y media, tiene que dar algún tipo de respuesta a estos problemas mayúsculos, que ellas han prohijado y aumentado durante años.
Su intención no es cambiar el esquema depredador que han establecido, junto con la potencia hegemónica, sino dar la impresión una vez más, de que están dispuestas a hacerlo. En suma, quieren realizar de nuevo, como lo hicieron en el año 2000 (en donde llegó por primera vez en casi un siglo, un candidato de oposición a la presidencia) un acto de prestidigitación, de “gatopardismo”, que convenza principalmente a las clases medias (ya que a las clases bajas las intimidan o las compran), de que “ahora sí” las cosas van a mejorar.

Trump
El factor Trump es uno de los que más ha desestabilizado a las clases dominantes de México, pues el presidente estadounidense rompió el esquema de apoyo irrestricto a sus vasallos mexicanos, al ya no considerarlos más como “amigos, socios y aliados”; pues desde su óptica y la de sus bases electorales (principalmente del Sur y Medio Oeste; blancos de clase media baja y de religión evangélica), México es la fuente de innumerables problemas en Estados Unidos como la inmigración ilegal, que provoca baja en los salarios, crimen en las ciudades y presión adicional en servicios públicos como la salud y la educación; el TLCAN ha provocado la masiva fuga de empresas manufactureras a México, en busca de salarios bajos para disminuir sus costos de producción, y ello ha devastado regiones enteras estadounidenses, además de que el TLCAN genera un fuerte déficit comercial para Estados Unidos; según Trump, México es la principal fuente de drogas del enorme mercado de consumidores de ese país, y por lo tanto “envenena” a su población; y los cárteles mexicanos del narco son fuente de violencia, inseguridad y un riesgo permanente para la población de dicho país.
En suma, Trump ve a México no como un socio, sino como un competidor; no como un aliado, sino como un riesgo a la seguridad; y ciertamente no como un amigo, pues considera que los gobiernos mexicanos se han “aprovechado” del pobrecito y bonachón gigante económico y militar.
Obviamente, todo esto es una gran narrativa para culpar a otros de los problemas que el capitalismo estadounidense se ha creado sólo; y México como “apéndice” del país hegemónico mundial en esta era moderna, cumple con las funciones que le han asignado (junto con Centroamérica y el Caribe), a saber: proporcionar mano de obra barata, a través de la inmigración indocumentada, para diversos sectores de la economía estadounidense (agrícola; industrias alimentaria, textil y de la construcción; hoteles, restaurantes, hospitales; empleados domésticos; para diversos oficios como plomería, carpintería, jardinería; para cuidar niños y adultos mayores, etc.). Proporcionar materias primas baratas para la industria estadounidense (petróleo, diversos minerales, productos agrícolas, forestales y del mar); convertirse en una de las fuentes de drogas que los más de 30 millones de consumidores habituales de ese país demandan; y a la vez servir de “chivo expiatorio” por esa función.
Así también, México sirve como destino para colocar créditos de las instituciones bancarias estadounidenses, que les permiten mantener al país enganchado por décadas; como destino de inversiones de numerosas empresas que aprovechan al mercado mexicano para expandir sus negocios; y en el ámbito de la seguridad, como primera línea de defensa en su flanco sur contra el “terrorismo”, la migración proveniente de Centro y Sud América (cuando así le conviene a Washington) y como “caballo de Troya” para descarrilar iniciativas contra hegemónicas que puedan surgir en América Latina (como las que en su momento han encabezado Cuba y Venezuela, significativamente), para liberarse del yugo estadounidense.
Ahora Trump, con la renegociación del TLCAN, y en caso de no obtener lo que él demanda, su posible terminación; con una política migratoria restrictiva que golpeará fuertemente a los sectores de la economía estadounidense que se aprovechan de esa mano de obra barata; y con una política fiscal que atraerá capitales hacia su país, en detrimento de los países latinoamericanos y emergentes en general; pero en especial, en detrimento de México, está poniendo en la picota todo el proyecto que las élites globalizantes de Washington (familias Bush y Clinton); Wall Street (Goldman Sachs, JP Morgan, Black Rock, etc.) y California (Silicon Valley, Hollywood), habían configurado desde los años 90 del siglo pasado, para convertir a México en una colonia, tipo Puerto Rico, de la que obtendrían enormes ganancias financieras y materiales y la permanente subordinación político-militar de su importante vecino del Sur. Todo ello apoyado por las lacayunas clases dominantes mexicanas, que a cambio sólo piden que se les deje seguir enriqueciéndose obscenamente mediante la corrupción, el capitalismo “de compadres” (los oligarcas) y su asociación con el crimen organizado.

Desastres Naturales
Los terremotos de septiembre del 2017, sumados a una temporada de huracanes particularmente agresiva, han dejado grandes zonas del país destruidas (principalmente en el Centro, Sur y Sureste) y a millones de mexicanos esperando la ayuda gubernamental, que llega a cuenta gotas; que favorece principalmente a grupos vinculados con el gobierno federal o los gobiernos estatales y que ya se está convirtiendo en una nueva fuente de corrupción.
Todo ello está alimentando todavía más inconformidad, más ira y más deseos de cambios en la mayoría de la población.

Por todo lo anterior, las clases dominantes temen la llegada de una opción política, que si bien tiene muy pocas posibilidades de cambiar el modelo económico neoliberal, al menos se plantea la modificación de ciertos pactos de impunidad y de colaboración entre los grupos hegemónicos del país.
Obviamente esa opción es la de Morena y López Obrador, quien a pesar de haber moderado significativamente su discurso contra las élites depredadoras (a las que denomina “la mafia del poder”); y haber sumado a su equipo de campaña a numerosos miembros de dichas élites, sigue siendo visto como un “peligro” para el esquema de explotación y depredación neoliberal; y de eterna subordinación a la potencia hegemónica.
Pero ahí no radica el principal problema para las élites depredadoras, sino que ellas se han dividido para enfrentar a López Obrador. Ya que los partidos de supuesta oposición, PAN (de derecha), PRD (supuestamente de izquierda) y Movimiento Ciudadano (de centro), se han unido en una coalición para desplazar al PRI del poder; pero lo han hecho sin el “visto bueno” de los oligarcas, de los tecnócratas y de la potencia hegemónica.
Así también, esa coalición que intenta mantener el modelo neoliberal, pero  con ciertas modificaciones que puedan disminuir la oposición al mismo de la mayoría de la población, pero especialmente de las clases medias, está recurriendo al expediente de no respetar el “pacto de impunidad” que ha prevalecido entre el PRI (y sus partidos vasallos PVEM y PANAL) con el PAN (que gobernó al país del 2000 al 2012), al dar a conocer uno de los mecanismos mediante los cuales el partido en el poder financió sus campañas locales en los últimos años, y lo ha hecho a través de uno de los gobernadores que menos confianza genera entre los oligarcas del país; esto es, el gobernador de Chihuahua, Javier Corral.
El hecho de que Corral haya acusado al ex secretario general adjunto del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Alejandro Gutiérrez de haberse coludido con la Secretaría de Hacienda para desviar hasta 250 millones de pesos del presupuesto del Estado para las campañas locales del PRI en el 2016, ha sido considerado por la “intocable” tecnocracia y por la subclase política corrupta, como una afrenta mayúscula, pues el “pacto de impunidad” ha implicado no tocar ni con la mínima duda la credibilidad de la agencia por excelencia del modelo neoliberal, o sea la Secretaría de Hacienda.
De la misma forma, Gutiérrez es muy cercano al ex líder del PRI y considerado uno de los “padrinos” de la política mexicana (encargados de hacer los inconfesables pactos entre la subclase política y los miembros todavía menos presentables de la coalición gobernante), Manlio Fabio Beltrones; lo que para la subclase política corrupta es una muestra más de que el “pacto de impunidad” está en riesgo.
En ese sentido el precandidato presidencial del frente PAN-PRD-MC, Ricardo Anaya, no es considerado como “confiable” por una parte importante de las clases dominantes, ya que no ha detenido a Corral y al mismo tiempo ha lanzado iniciativas económicas contrarias a la ortodoxia neoliberal, como el llamado “ingreso universal”. De ahí que lacras políticas como el senador Javier Lozano, que siempre fue un lacayo del PRI, hasta que en 2005 se pasó al PAN,; ahora al ser hecho a un lado por el grupo de Anaya, que desplazó de la hegemonía dentro del partido al ex presidente Calderón (al que está aliado Lozano), regrese a su “madriguera” el PRI, para apoyar al tecnócrata Meade, y manifieste sin ambages que ahora Anaya es más “peligroso” que López Obrador.  Más “peligroso” porque no está sosteniendo el “pacto de impunidad” entre los políticos corruptos, los oligarcas y los tecnócratas, y ello es un riesgo aún mayor que las supuestas políticas “populistas” de López Obrador, pues ponen en el escenario público la descarada forma de disponer del erario público, los acuerdos entre tecnocracia y subclase política corrupta para mantener el poder y la complicidad en todo esto de los oligarcas.
De la misma forma, está confirmándose una vez más la complicidad de los funcionarios públicos (municipales y estatales al menos), policías y miembros de partidos políticos con el crimen organizado, pues nuevamente en Chihuahua las investigaciones sobre el asesinato de la periodista de La Jornada Miroslava Breach, han expuesto que miembros del PAN informaron al cártel de Sinaloa, que ellos no eran la fuente de información de los reportajes en los que Breach denunciaba la forma en que el crimen organizado había negociado con PRI y PAN el nombramiento de varios candidatos a presidencias municipales en la zona serrana de Chihuahua (con objeto de evitar represalias por parte de dichos grupos), razón por la cual asesinaron a Miroslava.[10]
En suma, la presión desde el exterior de parte de la administración de Donald Trump (a pesar de que las clases dominantes mexicanas cuentan con el apoyo de las principales dependencias encargadas de la seguridad en Estados Unidos, ya que México es una pieza indispensable en su esquema defensivo; así como de Wall Street, las grandes trasnacionales automotrices, petroleras y de artículos de consumo generalizado; la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro); sumada a las crecientes disensiones internas entre esas mismas clases y los grupos políticos que representan sus intereses en la contienda presidencial de este año; y la acumulación de problemas y crisis económicas y sociales, están poniendo en un estado de desesperación y angustia a las clases dominantes mexicanas, por lo que crece la posibilidad de que recurran a las fuerzas armadas (con la recientemente promulgada Ley de Seguridad Interior), para mantener el poder a como dé lugar, en caso de que López Obrador llegue a ganar las elecciones o Anaya resulte triunfador, y no pueda ser controlado como los anteriores presidentes que ha puesto el modelo neoliberal.
Se acerca la posibilidad de un “impasse” que lleve a una dictadura, quizás disfrazada al principio como una intervención temporal de las fuerzas armadas para “restablecer el orden”, pero que bien puede hacerse permanente ante la incapacidad del sistema político y económico para superar sus muchas inequidades, injusticias, abusos y fracasos.



[1] Sólo el 0.8% de todas las empresas que hay en México exportan, y las 100 más grandes concentran el 82% de las exportaciones.
[2] México tiene una población de 127.5  millones de habitantes.
[3] El PIB de México es de 1046 billones de dólares.

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