Administrar la miseria: el voto duro del nuevo PRI
Pedro Salmerón Sanginés
La Jornada 9 de Enero de 2017
Reiteramos nuestra propuesta de periodización de la historia
política del México contemporáneo: la era del PRI se inicia en 1946-47 sobre la
deformación definitiva del proyecto de la Revolución, y termina en 1988 con la
derrota electoral de ese partido, a la que siguió un golpe de Estado técnico al
que llamamos fraude electoral (con los sexenios de Ávila Camacho y De
la Madrid como bisagras).
Cada una de las claves políticas de la era priísta
van a ser alteradas, deformadas, sustituidas o corrompidas (aún más) por el
PRI-PAN del neoliberalismo. Así, si en la era priísta el voto duro del partido
de Estado procedía de los sectores, es decir, de las corruptas y cooptadas
organizaciones verticales y sometidas de obreros, campesinos y otros grupos
sociales, y si millones de obreros y campesinos repudiaron al PRI en 1988, y si
el abandono del campo y la reconversión industrial han hecho cada vez menos
importantes numéricamente a esas clases en el seno de la sociedad, ¿de dónde
sale ahora el voto duro que sumado al fraude y la compra de votos mantiene en
el poder al nuevo partido de Estado bifronte (PRI-PAN)? Sencillo: de la
administración de la miseria: es decir, el clientelismo neoliberal sustituyó al
corporativismo priísta.
Como explica María del Carmen Pardo, el
clientelismo, llamado eufemísticamente política social, se origina en los
años setenta y sobre todo en los ochenta, cuando las agudas crisis económicas
hacen sentir sus devastadores efectos en la población, aparecen los programas
originalmente pensados como de emergencia, que a partir del gobierno de Salinas
de Gortari se transforman en permanentes. Al replegarse el Estado y
deteriorarse sus mecanismos de intermediación, con las reformas neoliberales,
estas políticas socialesaparecen como un recurso personal de los
presidentes para conseguir legitimidad a partir de programas que debieron
servir para recortar el abismo entre pobres y ricos, como parte
de una carrera hacia el progreso, en la que lo único que resultó
progresivo fue el empobrecimiento de las mayorías.
De ese modo, los programas sociales, que en
realidad eran meramente asistenciales, en muchos casos para evitar que la
miseria se transformara en hambrunas, se convirtieron con el PRI y el PAN del
neoliberalismo, en mecanismos que permitieron a los sucesivos gobiernos
restructurar el gastado corporativismo, como mecanismo de bolsa de voto duro.
Ninguno de esos programas combatió en verdad la pobreza: al contrario. La
pobreza aumentó sexenio tras sexenio del neoliberalismo. En el sexenio de
Salinas, según datos oficiales, los mexicanos que vivían en la miseria (en
situación de pobreza extrema, reza el eufemismo políticamente correcto) pasaron
de 17 a 25 millones.
El mascarón de proa de todos los programas
asistencialistas para la administración de la miseria es el multipublicitado
Solidaridad, de Carlos Salinas de Gortari. Cuantos han seguido (Prospera,
Oportunidades, Procampo, Progresa, Vivir Mejor, etcétera) son prolongaciones o
alteraciones de aquel modelo.
¿Por qué la enorme inyección de fondos internos y
externos a Solidaridad no tuvo impacto efectivo en el combate real a la
pobreza? Por dos razones centrales: la primera es que el asistencialismo no
paliaba las políticas de fondo: Respecto al impacto que el programa debió
tener en el medio rural, en realidad no mejoraron sus condiciones productivas,
ni sus pobladores encontraron cauces para mejorar sus niveles de vida o
aligerar las cargas de la miseria. Entre otros factores, la rápida liquidación
de las paraestatales, el paso de una política de subsidios indiscriminados a
otra de subsidios selectiva, y la eliminación de los precios de garantía,
colocó contra la pared a innumerables núcleos de población.
Y en segundo lugar, el programa Solidaridad era, en
realidad, un programa electoral que reformulaba el corporativismo: El
personalismo con que el que se manejó, la discrecionalidad en el uso de los
recursos y el haber sido publicitado de manera excesiva fueron, en buena parte,
intentos por reconstruir las bases de legitimidad. En concordancia con la
crítica del personalismo, Alain Touraine destacó que Solidaridad fue un ejemplo
del repunte del presidencialismo y de la concentración de poderes, donde el
sistema de redistribución no pasó a través de un proceso de negociación social,
sino a través del Ejecutivo.
El ejercicio del programa no ocultó lo inocultable:
los indicadores macroeconómicos arrojaron saldos negativos en la
recuperación de los niveles de vida. Y tampoco el medio rural mejoró sus
condiciones. Solidaridad no logró combatir la miseria. Lo que hizo, fue
convertirla en clientela personal del presidente.
Y comerciando con la miseria, Salinas y sus
sucesores se han mantenido en el poder.
María del Carmen Pardo, Política social, en
Ilan Bizberg y Lorenzo Meyer, Una historia contemporánea de
México, Océano, 2009, T. IV, pp. 133-181
Twitter: @HistoriaPedro
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