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Zapata

domingo, 26 de marzo de 2017

Populismo e impopularidad
26 de Marzo de 2017
Con la cantaleta de los últimos dos sexenios, el presidente Peña Nieto vuelve a azuzar el miedo al populismo para tratar de rescatar el gol de la honrilla de su impopularidad y de la élite política. Parece querer explicarse en contraste con posiciones “dogmáticas” y peligrosas para la economía, aunque con el mismo sentido de descalificación al destinatario de siempre, López Obrador. Sobre esa especie de bestia de mil rostros echó el peso del liberalismo, aunque quizá sin percatarse de su crisis en boga en el mundo y, sobre todo, de que las reformas modernizadoras liberales de su gobierno se han convertido en símbolo de que esas ideas no cumplen la promesa de mejorar la vida de la gente.
En la Convención Bancaria, el presidente explicó que al hablar de populismo se refería a “ideas que postulan soluciones fáciles, pero que en realidad cierran espacios a la libertad y la participación”. Es posible que  advirtiera sobre la demagogia, esa desviación de la democracia que hoy se señala por igual al Brexit, ofertas nacionalistas y antiinmigrantes de Donald Trump, políticas que reventaron la economía venezolana con Maduro y hasta la administración corrupta de derecha de Fujimori en Perú. Y de la que aquí no estamos exentos. ¿Cómo entender participación con el altísimo nivel de desconfianza? o ¿espacios de libertad ante la violencia e inseguridad?
A pesar de acepciones vagas, pero siempre con carga negativa, el gobernador del BM, Agustín Carstens, ofreció remedio contra el populismo: “Instituciones fuertes, transparentes y con una administración clara”. Su diagnóstico resalta el papel clave de la política para evitar riesgos para la economía, más allá de las recetas de la ortodoxia tecnocrática; o dicho de otra forma, que el funcionamiento y políticas de los gobiernos son la causa de que no funcionen las ideas liberales en la economía o de que los ciudadanos se deslumbren con “salidas fáciles”. Y en efecto, es difícil entender los riesgos para el desarrollo sin comenzar por explicar el manejo opaco de la deuda pública, aceleración de la inflación o la corrupción como factor de criminalidad, pobreza y del débil crecimiento económico.
Pero la mera estrategia de descalificar con el cartabón del populismo es mucho más débil que antes, primero por el enorme descontento social y, segundo, porque en el mundo crece la percepción de que la ortodoxia liberal también fracasa. La profunda desconfianza en el gobierno y las instituciones revela que la mayoría de los mexicanos cree que el sistema falla y que las políticas modernizadoras no han funcionado: ¿es viable recurrir otra vez al temor al populismo como estrategia para refrendar la oferta política “liberal” en 2018? La élite tecnocrática luce periclitada y, sobre todo, sin una explicación convincente de lo que no sirve, por ejemplo, de la política social como el mejor antídoto contra el populismo.
El discurso contra el populismo lo han repetido los últimos gobiernos del PAN y del PRI, pero, como advirtiera Barack Obama a Peña Nieto en 2016, se debe ser cuidadoso al usar esa etiqueta porque —para algunos como él—se puede aplicar a quienes están preocupados por mejorar la situación de las personas. Ha sido ese pequeño detalle el que explica por qué han germinado discursos como el anti statu quo en Gran Bretaña, contra el orden establecido que usó Trump o aquí avanza el de la “mafia del poder”.

¿Poca creatividad o síntoma del agotamiento del discurso modernizador? Tanto PAN como PRI enfrentan un severo reto de reconocer y explicar qué de las políticas liberales no ha funcionado y ha hecho que, por ejemplo, el país vuelva a caer en los índices de calidad de vida; de reconocer las fallas y ofrecer propuestas, más allá de proteger la siembra electoral con el espantapájaros del populismo y el peligro para México.

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