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Zapata

jueves, 9 de marzo de 2017

LÓPEZ OBRADOR: ¿UN NUEVO PLAN DE IGUALA?

El dirigente del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), Andrés Manuel López Obrador, está recorriendo la República Mexicana con objeto de lograr que organizaciones sociales, empresariales, no gubernamentales, ciudadanos, e incluso miembros de otros partidos políticos firmen el Acuerdo de unidad por la prosperidad del pueblo y el renacimiento de México, mediante el cual se pretende que “mujeres y hombres, pobres y ricos…pobladores del campo y de la ciudad, religiosos o libre pensadores” luchen juntos para lograr “por la vía pacífica y legal, un cambio de régimen y hacer de la honestidad una forma de vida y de gobierno”.
En la convocatoria, López Obrador señala que su Nuevo Proyecto de Nación 2018-2024 se resume en “gobernar con rectitud, desterrar la corrupción, abolir la impunidad, actuar con austeridad y destinar lo que se ahorre para financiar el desarrollo del país”.[1]
Como se puede apreciar en esa convocatoria, la crítica al modelo económico neoliberal, que ha concentrado el 65% del PIB nacional en el 10% de la población; que ha devastado los recursos naturales y financieros del país; y ha ocasionado crisis económicas profundas como las de 1995 y 2009 (ésta proveniente de Wall Street); y que se ha impuesto al país mediante tres grandes fraudes electorales (1988, 2006 y 2012), ha desaparecido del discurso del principal opositor al sistema económico y político imperante en México.

Como ya lo analizamos en otro artículo de este blog (López Obrador y la Gran Burguesía; 17/02/17), el dirigente de Morena ha optado por hacer una alianza con una parte de la gran burguesía del país, para evitar que los oligarcas se unan en su contra y frustren una vez más su llegada a la presidencia.
Vale la pena recordar aquí que nuestro país, desde su nacimiento como país independiente, ha estado dividido entre una minoría poderosa y separada del resto de la población; una raquítica clase media que se debate entre su subordinación y admiración por las clases altas y su deseo de erigirse en la dirigente del país, y por lo tanto en opositora de esas mismas clases; y una gran mayoría de pobres y desheredados que luchan por sobrevivir, y que por lo general son utilizados como clientela política y en su caso, como “carne de cañón” en las disputas por el poder entre las élites.
Así, en 1820, la revuelta encabezada por Rafael del Riego en España, obligó al rey Fernando VII a jurar la Constitución liberal de 1812, aprobada por las Cortes de Cádiz.
Este hecho amenazó los intereses del clero, el ejército y los terratenientes de la Nueva España, que durante diez años habían combatido y vencido a los insurgentes mexicanos que luchaban por independizar a la colonia de la madre patria.
Pero ahora, la independencia se presentaba como la mejor opción para evitar que la Constitución liberal de 1812 se impusiera en tierras americanas y con ello los privilegios y fueros de las clases altas de la Nueva España se vieran amenazados.
Y como lo señala Enrique González Pedrero[2]: “Para evitar que todo cambiara, la sociedad colonial debió romper la dependencia. Y lo hizo: se sustrajo del liberalismo hispano para garantizar privilegios corporativos de la jerarquía eclesiástica y del ejército”.
Y es así como las clases acomodadas de la Nueva España le encomiendan a uno de los militares más influyentes, Agustín de Iturbide, que encabece el movimiento de independencia, para lo cual éste considera indispensable atraer a la causa a los pocos insurgentes que en el Sur aún estaban levantados, bajo las órdenes de Vicente Guerrero, y así concibe el Plan de Iguala, que en palabras de Lorenzo de Zavala[3] pretendía:
..conciliar los diferentes intereses de los partidos, pues se establecía la independencia, se aseguraba la monarquía, se daban garantías a los españoles y el pueblo recibía una forma de gobierno más análoga a sus nuevas necesidades y a sus costumbres y hábitos.
Sigue diciendo González Pedrero[4]: “..la habilidad de Iturbide consistió en plantear las cosas no ideológicamente sino en términos políticos. Reunidos en Acatempan el 24 de febrero de 1821, Iturbide y Guerrero proclaman, en el Plan de Iguala, a la vez, la independencia y la monarquía bajo una sola religión y en medio de la unión de todos los mexicanos”.

Pero las “contradicciones que el papel toleraba hacían corto circuito en la realidad”[5]. Y esto fue así porque “en política no sólo es imposible sino sospechosa la unanimidad y hay que optar siempre entre inconvenientes”.
Ahora López Obrador pareciera establecer la unidad de los mexicanos en base a unos cuantos principios (honestidad, combate a la corrupción y a la impunidad, austeridad y ahorro), para así evitar entrar en una disputa ideológica con los poderosos representantes del modelo neoliberal, que a falta de pueblo, tienen en su haber los recursos económicos y el aparato de coerción que les puede permitir frustrar por tercera vez consecutiva la llegada de López Obrador a la presidencia.
El problema con este neo Plan de Iguala, en el que las clases altas no se sientan atacadas y tengan “garantías” de que no serán consideradas como enemigas de un gobierno encabezado por López Obrador, es que más temprano que tarde, las mismas prácticas corruptas y de “capitalismo de compadres”; los mismos privilegios y abusos que han permitido a esas clases dominar al país por décadas; las mismas relaciones peligrosas con políticos corruptos e incluso con los grupos del crimen organizado, van a llevarlas a intentar detener y sabotear cualquier agenda que pretenda cambiar esas reglas del juego.
Y si bien López Obrador está siendo cuidadoso en no atacar a la “libre empresa”, ni enemistarse con la superpotencia (Estados Unidos), incluso señalando que estaría dispuesto a defender el Tratado de Libre Comercio de América del Norte ante su posible repudio por parte del gobierno de Trump; la realidad es que en el momento en que pretenda llevar a la práctica una gestión gubernamental honesta, sin corrupción y atacando la impunidad (lo de la austeridad lo va a enfrentar con las burocracias establecidas en los gobiernos federal, estatales, municipales y en los partidos políticos), va a chocar con los grupos económicos poderosos que han medrado por décadas en un sistema en el que la ley se aplica solo a los débiles y a los pobres; y en el que las relaciones, conexiones y complicidades entre poder económico y político han permitido la concentración de la riqueza y de los privilegios en una minoría que no va a estar dispuesta a cambiar dichas prácticas y que por lo mismo se va a encargar de sabotear a un gobierno de Morena que pretenda afectar ese sistema.
Pero por el momento, la “cargada” (sobre todo de perredistas) se está yendo en favor de López Obrador, que promete perdón y casi olvido (pues aún manifiesta que “Nuestros adversarios están en las cúpulas de poder económico y político y en las burocracias corruptas de los partidos. Abajo no tenemos diferencias con nadie; el problema está arriba”), a cambio de que un gran frente se conforme a su alrededor y así se evite un nuevo fraude electoral en el 2018.
Si llega a la presidencia, entonces se verá si puede cumplir con una agenda menos ambiciosa que la de sus anteriores campañas presidenciales, y que seguramente llegará más acotada por los acuerdos de “garantías” que haya tenido que dar a ciertos grupos poderosos, con tal de que jueguen como “aval” de su moderación y nuevo espíritu conciliador. Veremos.



[1] Regeneración; Número 16; Enero-Febrero; Año 2; México; p.5
[2] González Pedrero, Enrique; País de un solo hombre: el México de Santa Anna. Vol. I La ronda de los contrarios; Fondo de Cultura Económica; México; 1ª. Edición; 1993; p.127.
[3] Ibidem. P.128
[4] Ibid. P.129
[5] Ibid.P.129

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