La comparecencia de los directores del FBI (Federal Bureau of
Investigation), James Comey y de la NSA (National Security Agency), Michael Rogers,
ante el Comité Selecto de Inteligencia de la Cámara de Representantes, sobre la
supuesta intervención rusa en el proceso electoral de Estados Unidos y los
contactos de representantes del gobierno ruso con miembros del equipo de
campaña de Donald Trump, se ha convertido en una comedia, llegando al ridículo.
Preguntas como: ¿Los rusos intentan desestabilizar la
democracia de Estados Unidos? ¿Los rusos tenían preferencia en la elección
presidencial en favor de Donald Trump y en contra de Hillary Clinton? ¿Los rusos
quieren destruir o debilitar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte?
¿Les gustaría a los rusos que se eliminaran las sanciones en su contra? ¿Estarían
los rusos a favor de un candidato presidencial que favoreciera sus intereses en
Ucrania? ¿Estarían a favor de un candidato que admirara a Putin?
La obviedad de la mayoría de las preguntas son de un nivel
tan básico, que sólo hacerlas, denota el nivel de desubicación y decadencia de
la clase política estadounidense y por extensión de la “comunidad de
inteligencia” de Estados Unidos.
Tanto las instituciones de inteligencia, como los cuerpos
diplomáticos de todos los países, sin importar si están adscritos en países
considerados aliados o amigos, y con mayor razón si lo están en países
considerados competidores, adversarios o de plano enemigos, tienen la
encomienda de hacer acopio de la mayor cantidad de información posible que
ayude a su país a la toma de decisiones con respecto a ese país o países; y la
gran mayoría de dicha información es abierta, es decir que se obtiene de
fuentes que están al alcance de prácticamente cualquier ciudadano o extranjero
que la requiera (medios de comunicación, estudios académicos, legislación;
estudios y declaraciones oficiales del gobierno, posiciones de sectores
económicos, organizaciones sociales, partidos políticos, etc.). Además los
funcionarios adscritos a las embajadas o representaciones permanentes ante países
y organizaciones internacionales, tienen la obligación de reunirse
constantemente con los funcionarios gubernamentales y dirigentes de las organizaciones
ante los cuales están acreditados, así como con diversos representantes de la
sociedad y de sectores de la economía del país en el que están ubicados.
Sólo una mínima parte de la información que obtienen es
cerrada, es decir confidencial o secreta, y es entonces cuando se puede
considerar que se obtiene por medios no convencionales y en dado caso considerados
como ilegales, tales como: reclutamiento de oficiales gubernamentales que
facilitan tal información; obtención mediante medios técnicos (a través de
intercepción de llamadas telefónicas, hackeos de computadoras, etc.);
infiltración de agentes en instituciones gubernamentales u oficiales; robo de
información, etc.
Hacer el tipo de preguntas como las que se han hecho en la
comparecencia sobre Rusia, un país claramente identificado por los propios
dirigentes de Estados Unidos como un país adversario, al menos desde hace 15
años, es caer en tal cantidad de obviedades en materia de inteligencia, que queda
claro que el objetivo es descalificar a Trump como presidente, por su interés
en disminuir el nivel de confrontación con Moscú; ya que el complejo
militar-industrial-de seguridad de Estados Unidos ha decidido que el principal
obstáculo para mantener su hegemonía mundial es el régimen de Vladimir Putin.
De ahí que la “desestabilización” de la democracia de Estados Unidos la están
haciendo los propios políticos y miembros de la comunidad de inteligencia de
ese país, ridiculizándose solos ante el mundo, con tal de hacer avanzar sus
objetivos políticos internos y mantener demonizada y aislada a Rusia en el
ámbito internacional.
¿Qué acaso Estados Unidos no utiliza todos los medios,
abiertos y cerrados, legales e ilegales, para obtener información que le sirva
para la toma de decisiones, tanto de aliados como de enemigos, tal como ha
quedado confirmado con las revelaciones de los últimos años de Wikileaks,
Edward Snowden y Chelsea Manning? ¿Qué no Estados Unidos se inmiscuye
continuamente en los procesos electorales de países que considera importantes
para su hegemonía mundial, y lo ha hecho por décadas, incluso apoyando abiertos
golpes de estado como los de Irán en 1953; Guatemala en 1954; Chile en 1973;
Honduras en 2009; Ucrania en 2014; o invasiones para realizar “cambios de régimen”
como en Irak en 2003, Libia en 2011, etc.?
Así que el imperio se indigna porque una potencia, a la que
ellos han decidido calificar como enemiga, realiza las acciones de inteligencia
abierta (hasta ahora no se ha probado nada en relación a la obtención de
información cerrada por los rusos), que todos los países con cierta capacidad
realizan; pero ellos las pueden hacer sin que nadie los castigue o critique de
alguna forma. Es la absoluta arrogancia, que ahora está siendo usada para
debilitar la presidencia de Trump, específicamente por su objetivo de bajar el
volumen de la confrontación con Rusia, algo que el establecimiento político-militar
de Washington no está dispuesto a permitir. Y ese es el punto clave de toda
esta farsa sobre la supuesta intervención rusa en la impoluta democracia
estadounidense.
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