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Zapata

lunes, 20 de marzo de 2017

A QUÉ RIDÍCULO HA LLEGADO LA “INTELIGENCIA” DE ESTADOS UNIDOS


La comparecencia de los directores del FBI (Federal Bureau of Investigation), James Comey y de la NSA (National Security Agency), Michael Rogers, ante el Comité Selecto de Inteligencia de la Cámara de Representantes, sobre la supuesta intervención rusa en el proceso electoral de Estados Unidos y los contactos de representantes del gobierno ruso con miembros del equipo de campaña de Donald Trump, se ha convertido en una comedia, llegando al ridículo.
Preguntas como: ¿Los rusos intentan desestabilizar la democracia de Estados Unidos? ¿Los rusos tenían preferencia en la elección presidencial en favor de Donald Trump y en contra de Hillary Clinton? ¿Los rusos quieren destruir o debilitar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte? ¿Les gustaría a los rusos que se eliminaran las sanciones en su contra? ¿Estarían los rusos a favor de un candidato presidencial que favoreciera sus intereses en Ucrania? ¿Estarían a favor de un candidato que admirara a Putin?
La obviedad de la mayoría de las preguntas son de un nivel tan básico, que sólo hacerlas, denota el nivel de desubicación y decadencia de la clase política estadounidense y por extensión de la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos.
Tanto las instituciones de inteligencia, como los cuerpos diplomáticos de todos los países, sin importar si están adscritos en países considerados aliados o amigos, y con mayor razón si lo están en países considerados competidores, adversarios o de plano enemigos, tienen la encomienda de hacer acopio de la mayor cantidad de información posible que ayude a su país a la toma de decisiones con respecto a ese país o países; y la gran mayoría de dicha información es abierta, es decir que se obtiene de fuentes que están al alcance de prácticamente cualquier ciudadano o extranjero que la requiera (medios de comunicación, estudios académicos, legislación; estudios y declaraciones oficiales del gobierno, posiciones de sectores económicos, organizaciones sociales, partidos políticos, etc.). Además los funcionarios adscritos a las embajadas o representaciones permanentes ante países y organizaciones internacionales, tienen la obligación de reunirse constantemente con los funcionarios gubernamentales y dirigentes de las organizaciones ante los cuales están acreditados, así como con diversos representantes de la sociedad y de sectores de la economía del país en el que están ubicados.
Sólo una mínima parte de la información que obtienen es cerrada, es decir confidencial o secreta, y es entonces cuando se puede considerar que se obtiene por medios no convencionales y en dado caso considerados como ilegales, tales como: reclutamiento de oficiales gubernamentales que facilitan tal información; obtención mediante medios técnicos (a través de intercepción de llamadas telefónicas, hackeos de computadoras, etc.); infiltración de agentes en instituciones gubernamentales u oficiales; robo de información, etc.
Hacer el tipo de preguntas como las que se han hecho en la comparecencia sobre Rusia, un país claramente identificado por los propios dirigentes de Estados Unidos como un país adversario, al menos desde hace 15 años, es caer en tal cantidad de obviedades en materia de inteligencia, que queda claro que el objetivo es descalificar a Trump como presidente, por su interés en disminuir el nivel de confrontación con Moscú; ya que el complejo militar-industrial-de seguridad de Estados Unidos ha decidido que el principal obstáculo para mantener su hegemonía mundial es el régimen de Vladimir Putin. De ahí que la “desestabilización” de la democracia de Estados Unidos la están haciendo los propios políticos y miembros de la comunidad de inteligencia de ese país, ridiculizándose solos ante el mundo, con tal de hacer avanzar sus objetivos políticos internos y mantener demonizada y aislada a Rusia en el ámbito internacional.
¿Qué acaso Estados Unidos no utiliza todos los medios, abiertos y cerrados, legales e ilegales, para obtener información que le sirva para la toma de decisiones, tanto de aliados como de enemigos, tal como ha quedado confirmado con las revelaciones de los últimos años de Wikileaks, Edward Snowden y Chelsea Manning? ¿Qué no Estados Unidos se inmiscuye continuamente en los procesos electorales de países que considera importantes para su hegemonía mundial, y lo ha hecho por décadas, incluso apoyando abiertos golpes de estado como los de Irán en 1953; Guatemala en 1954; Chile en 1973; Honduras en 2009; Ucrania en 2014; o invasiones para realizar “cambios de régimen” como en Irak en 2003, Libia en 2011, etc.?

Así que el imperio se indigna porque una potencia, a la que ellos han decidido calificar como enemiga, realiza las acciones de inteligencia abierta (hasta ahora no se ha probado nada en relación a la obtención de información cerrada por los rusos), que todos los países con cierta capacidad realizan; pero ellos las pueden hacer sin que nadie los castigue o critique de alguna forma. Es la absoluta arrogancia, que ahora está siendo usada para debilitar la presidencia de Trump, específicamente por su objetivo de bajar el volumen de la confrontación con Rusia, algo que el establecimiento político-militar de Washington no está dispuesto a permitir. Y ese es el punto clave de toda esta farsa sobre la supuesta intervención rusa en la impoluta democracia estadounidense.

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