El triunfo del No en el plebiscito sobre los acuerdos de Paz
en Colombia, entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, es el
triunfo de la lógica de la guerra impulsada por Washington y sus cipayos
colombianos, encabezados por ese agente neofascista que es Alvaro Uribe.
Para Washington los acuerdos de paz significaban la paulatina
disminución de su presencia militar, a través del intervencionista Plan
Colombia, y la recuperación del Estado colombiano de la dirección militar del
país (que ahora es teledirigida desde Washington), así como la reconstrucción
económica y social, lo que evidentemente implicaría retomar muchos puntos del
programa político de las FARC-EP dirigidos a apoyar al campo colombiano,
alejarlo de la destructiva lógica capitalista neoliberal, que sólo está
enfocada en el saqueo de los recursos naturales del país, lo que tendría que
ser revisado en vista de que las comunidades campesinas e indígenas,
recobrarían su dominio sobre el territorio en el que se asientan, y como parte
de los acuerdos de paz, deberían ser apoyadas y protegidas por el Estado; no
desplazadas y destruidas como ahora lo sufren, a través de la depredación de
las empresas petroleras y mineras trasnacionales.
Las FARC-EP estaban dispuestas a dejar las armas y reintegrarse
a la vida pacífica, tanto política como económica, a cambio de la garantía de
que no serían encarcelados de por vida, asesinados por grupos de paramilitares
derechistas (como les sucedió a varios miembros del desmovilizado grupo armado
M-19 en los años noventa del siglo pasado) y de que se les permitiría
participar en el ámbito político (como también lo hizo el M-19, con poca
fortuna y con ataques armados continuos de parte de grupos de derecha).
Obviamente que Santos tenía que dar a cambio algo si deseaba
terminar con un conflicto armado de 52 años de longevidad, y por lo mismo les
aseguró a las FARC-EP que si bien tendría que haber algún castigo por las
matanzas, secuestros y excesos cometidos por el grupo guerrillero (sin haber de
por medio castigo a los militares colombianos por sus ejecuciones
extrajudiciales de guerrilleros y la destrucción de poblados enteros mediante
bombardeos aéreos), también dichos
castigos serían de tal naturaleza (“encarcelamiento” en zonas determinadas, no
pérdida de sus derechos políticos durante dicho castigo, etc.) que no pusieran
a la dirigencia de las FARC-EP en una situación insostenible ante sus bases, ya
que estos no estarían dispuestos a dejar las armas, si los acuerdos de paz iban
a significar una derrota militar, con todas sus consecuencias.
Las FARC-EP no aceptarían firmar acuerdos en los que no
obtuvieran nada a cambio, y por el contrario todo el peso de la culpa del
conflicto sólo recayera en ellos. Santos lo entendió y por ello cedió en puntos
cruciales para que las FARC-EP aceptaran dejar las armas.
No son acuerdos perfectos; cada parte debía ceder en puntos
muy importantes, pero era el inicio de un camino de paz y reconciliación para
Colombia.
Washington y Uribe no lo iban a permitir, pues ello iba a
significar que Colombia se zafara del dogal del Plan Colombia, y por ello
financiaron y ayudaron a su perro de presa, Alvaro Uribe para que convenciera a
la mayoría de los colombianos de que los acuerdos eran una rendición del
gobierno, y no de las FARC-EP.
Ahora hipócritamente Uribe y sus vasallos hablan de que están
a favor de la paz y de que el No sólo significa renegociar los acuerdos, en
aquellos puntos en que se le dio “demasiado” a las FARC-EP. Es decir,
justamente los puntos fundamentales por los cuales las FARC-EP aceptaron dejar
las armas, es decir, un castigo aceptable por sus crímenes (sin exigir en
contrapartida castigo por los excesos cometidos por el Ejército y la policía
colombianas), y la posibilidad de entrar en la política con garantías de que no
serán barridos por grupos paramilitares, como sucedió con varios miembros del M-19
cuando se reincorporaron a la vida civil.
Por ahora las FARC-EP han señalado que seguirán dialogando
con el gobierno de Santos, pero la realidad es que si aceptan renegociar los
puntos fundamentales del acuerdo, estarán firmando su sentencia de muerte
(literal).
Pero lo que realmente quieren Washington y Uribe es poner tan
difíciles condiciones a las FARC-EP, que sean ellas las que se levanten de la
mesa de negociación y se vean obligadas a regresar a las armas, con lo que
Uribe habrá ganado definitivamente la partida, y las fuerzas que promueven la
guerra permanente, la dependencia colombiana respecto a Estados Unidos en el
supuesto “combate a la guerrilla y al narcotráfico” mediante el Plan Colombia,
y el triunfo de la derecha más reaccionaria en ese país, se verán asegurados
por muchos años; y al mismo tiempo, las fuerzas que buscaban una salida
pacífica (dolorosa, sí, pero salida al fin) del conflicto, habrán quedado
derrotadas por muchos lustros.
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