Ayer se realizó el último debate entre los candidatos
presidenciales de los partidos Demócrata y Republicano por la presidencia,
Hillary Clinton y Donald Trump, sin que realmente cambiara mucho el panorama
para las elecciones del próximo 8 de noviembre, habida cuenta de que Clinton
lleva una ventaja en las encuestas de entre 7 y 10 puntos porcentuales; lo que
sin embargo no descarta una sorpresa de último minuto, como sucedió en la
votación para el Brexit en Gran Bretaña, y en el reciente referéndum en
Colombia sobre los acuerdos de paz.
Las élites depredadoras que manejan a la superpotencia, es
decir el complejo militar-industrial-de seguridad, Wall Street, los grandes
medios de comunicación, Silicon Valley y el lobby pro Israel, están volcados en
favor de Hillary Clinton, quien durante toda su vida y carrera política, ha
jugado en favor de esos intereses, junto con su esposo, el ex presidente Bill
Clinton, quienes protegerán los objetivos de estos poderosos grupos, o sea, la
hegemonía militar, política y económica estadounidense en todo el planeta, sin
aceptar compartirla con otras potencias (de ahí la rivalidad aguda con Rusia y
China); y el vasallaje de Washington a Israel, en su plan
de balcanizar al mundo musulmán en el Medio Oriente, esparciendo el caos y la
destrucción en toda la región, para que Israel se mantenga como la potencia
hegemónica en la misma y ocupe definitivamente los territorios palestinos,
eventualmente expulsando a dicha población hacia otros países, sin sufrir
represalia alguna de la comunidad internacional por tales políticas.
Por su parte Trump, a pesar de pertenecer a esas mismas
élites, se ha separado de las mismas (al menos durante el proceso
electoral), al rechazar la globalización económica y la presencia militar
estadounidense en todo el planeta (aunque apoya en todo a Israel, un sine qua non de todo político en ese
país), así como su autoproclamado papel del “policía del mundo”, convirtiéndose
en el portavoz de la mayoría blanca que ha visto descender su nivel de
vida a causa de la política de apertura comercial indiscriminada, preeminencia
de las prácticas usureras, especulativas y fraudulentas de Wall Street; y de
los intereses corruptos de una clase política enquistada en el poder, a la que
sólo le interesa quedar bien con los intereses y objetivos de las élites
depredadoras.
Trump ha exacerbado el odio de esa población blanca hacia
todo lo extranjero (migrantes ilegales, productos extranjeros, tratados
comerciales, apoyo a países aliados, etc.), como la causa principal de la
pérdida de liderazgo de Estados Unidos y la caída en el nivel de vida de esa
mayoría blanca, que con el aumento de la migración (legal e ilegal) en un par
de décadas, podría convertirse en la “minoría más grande”.
Así, estos dos candidatos representan lo peor de cada parte
del espectro político estadounidense, pues la candidata demócrata, que
supuestamente debería defender a las mayorías de su país, pues dicho partido
así se ha presentado a lo largo del último siglo y medio; en los hechos está
defendiendo las políticas depredadoras de las élites estadounidenses que han
exacerbado la desigualdad en ese país y han profundizado las intervenciones
militares y las guerras en el mundo.
Durante los años de gobierno de George W. Bush habían sido
los republicanos los principales defensores de esos intereses (globalización e
intervencionismo militar); pero Trump cambió las prioridades, lo
que descolocó a las élites tradicionales del Partido Republicano, por lo que
una buena parte de dicha clase política ha preferido abandonar a Trump (con el
pretexto de su conducta sexual), e incluso apoyar a Clinton, pues
es ahora la que representa los verdaderos intereses de la clase dominante
estadounidense.
De manera inverosímil Trump, un tramposo multimillonario, narcisista
y por lo que se ve depredador sexual, acabó defendiendo los intereses de la
población blanca, aún mayoritaria, de Estados Unidos, en contra de los miembros
de su clase social, que ahora lo desprecian (y más aún porque ha puesto en
entredicho la “honradez” del sistema electoral de ese país, al negarse a
aceptar de antemano los resultados electorales).
Lo que demuestra que las élites depredadoras pueden saltar de
un partido a otro, pues en realidad no les importa ningún tipo de “ideología”,
sino que los utilizan sólo como instrumentos para defender sus intereses. De
hecho ambos partidos lo hacen, aunque las élites se decantan en mayor medida por uno u
otro en los procesos electorales, dependiendo de las circunstancias y el
momento en que se encuentra el país y el mundo.
Lo más probable es que Clinton gane y así las élites
depredadoras podrán seguir impulsando su política de caos deliberado en el
Medio Oriente en favor de Israel; enfrentando con todo (incluso con la guerra)
el desafío de Rusia a su hegemonía, ya que Moscú no está dispuesto a ser un
vasallo más del imperio; así como el de China, que está por convertirse en la
primera potencia económica del mundo, algo que es inaceptable para los
usureros-especuladores de Nueva York y los intervencionistas, promotores de la
guerra permanente de Washington.
Sin embargo, aún existe la posibilidad de que Trump les gane
de último momento, lo que generaría una crisis de proporciones mayúsculas entre
las élites depredadoras estadounidenses.
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