Según todas las fuentes consultadas el gobierno de México
instruyó a su embajador ante la UNESCO Andrés Roemer, votar en favor de la
resolución mediante la cual este organismo internacional condenó las medidas
ilegales de las autoridades israelíes “contra la libertad de culto y el acceso
de musulmanes” a la mezquita de Al Aqsa. La resolución exige a Israel, a quien
correctamente denomina “potencia ocupante”, que deje de excavar o hacer obras
junto a lugares sagrados para los musulmanes en Jerusalén, Hebrón y Belén.
Enumera también “ataques continuos contra la mezquita por extremistas
israelíes de derecha y uniformados”.[1]
La resolución fue aprobada por el Consejo Ejecutivo, órgano
de gobierno de la UNESCO en el que están representados 58 países. De esos 58 países,
24 votaron a favor (incluido México) y sólo 6 en contra (Estados Unidos, Reino
Unido, Alemania, Holanda, Lituania y Estonia); 26 se abstuvieron y dos se
ausentaron.
Tramposamente, como siempre, el gobierno del fascista Benjamín
Netanyahu consideró que la resolución pretendía cortar los lazos de los judíos
con Jerusalén, lo cual es totalmente falso.
Y por supuesto, el sionismo internacional, una vez
establecida por Tel Aviv la narrativa que debe defender, se ha lanzado en todo
el mundo a mentir, diciendo que la resolución pretende establecer que los “judíos
no tienen derechos históricos sobre Jerusalén”; y algunos llevan la mentira aún
más allá, como la sionista mexicana Adina Chelminsky[2]
quien afirma que también se niegan esos vínculos a los “cristianos”, lo que es
una mentira monumental.
La misma Chelminsky deplora que el embajador Roemer de origen
judío, no haya renunciado o protestado por el voto para el que fue instruido
por el gobierno mexicano, señalando que: “Por más que uno entienda que el
estado mexicano es laico y que un embajador de cualquier índole tiene que
representar a su país, y no sus intereses personales, la verdad es que sí pensé
que Andrés Roemer debió haber ejercido (sic), como judío que es después de ser
mexicano, una postura”.
Así que para los sionistas, si se es judío, primero se debe
tener lealtad a los intereses sionistas, por encima de su obligación como
funcionario público y como ciudadano mexicano; haciendo caso al gobierno de Tel
Aviv y a lo que éste determine para todos los judíos del mundo, estén o no de
acuerdo con el sionismo.
¿Así que los funcionarios católicos tendrían que tomar “una
postura” cada vez que el gobierno mexicano decida sobre algún tema que ofenda o
genere controversia con la Santa Sede?
Para los sionistas (quizás no más de un 5% de los judíos del
mundo no se sienten identificados con el sionismo), es una obligación de los
judíos, cualquiera que sea su nacionalidad, defender las posiciones del
gobierno de Tel Aviv, porque según ellos, así defienden a Israel.
Ahí está el sonado caso del espía Jonathan Pollard, uno de
los más dañinos para la seguridad nacional de Estados Unidos, quien por ser
judío, consideró su deber pasar información clasificada al gobierno de Israel,
por encima de la lealtad que debía tener hacia su país, Estados Unidos y por lo
que pasó casi tres décadas en la cárcel[3]
(ya fue perdonado por Obama, como parte del “pago” que el gobierno de
Washington hizo al de Netanyahu por la osadía de haber negociado el tratado
sobre el programa nuclear civil de Irán).
Pues bien, tal fue la presión de la poderosa comunidad judía (y
por lo que se ve pro sionista) de México al débil, vasallo y corrupto gobierno
mexicano, que la cancillería mexicana se retractó de su voto en favor de la
resolución de la UNESCO (ahora es de abstención), culpó del mismo al embajador
Roemer, lo destituyó y expresó la más vergonzosa de las disculpas a la
comunidad judía del país por tan craso error.[4]
Pero da la casualidad de que el propio Roemer se ausentó en
el momento de la votación en la UNESCO lo que le valió que el embajador de
Israel ante ese organismo, Carmel Shama Hacochen, le escribiera diciéndole: “Fue
conmovedor ver que abandonaste el salón durante la votación para evitar votar en
contra de tus creencias…”.[5]
Es bueno saber que los funcionarios públicos que profesan el
judaísmo van a ejercer sus facultades de acuerdo con su fe y con la
equivalencia que la misma tiene con el sionismo, según la práctica cotidiana
del gobierno de Tel Aviv, por lo que su verdadera lealtad es hacia el gobierno
de Israel, no el de México. Que quede claro.
Si existiera un gobierno en México que defendiera el interés
NACIONAL y a los MEXICANOS; no sólo a las élites económicas, a la comunidad
judía y a los Estados Unidos, hace ya mucho tiempo que se hubiera destituido a
todos esos funcionarios que ponen por delante sus “creencias personales” y su
lealtad a gobiernos extranjeros, antes que a los del que se supone es su país,
México.
Cabe señalar que el gobierno mexicano ya había votado
resoluciones similares a la aprobada por la UNESCO sobre la mezquita de Al
Aqsa. ¡Doce ocasiones anteriores! Por lo que la retractación en esta ocasión
sienta un ominoso precedente, ya que representa la enorme debilidad de este
gobierno ante las presiones de una comunidad en específico, que poco le
interesa la política exterior mexicana y está más preocupada por la de Israel;
y ante la presión de un gobierno extranjero, cotidianamente acusado en los
organismos internacionales de ser un violador continuo del derecho
internacional, por su ilegal ocupación de los territorios palestinos y por los
crímenes de guerra que comete en sus incursiones militares en Gaza y
Cisjordania.
No debe sorprender la posición vasalla de Peña (que fue a
Israel recientemente a rendir pleitesía a ese criminal de guerra Shimon Peres),
quien tiene un palmarés de violaciones de derechos humanos durante su sexenio
comparable con cualquier dictador de los años setentas o sesentas en América
Latina, Africa o Asia.
Además, Peña debe estar buscando la protección del sionismo
internacional, una vez que termine su desastroso sexenio, pues la desatada
corrupción y la crisis en derechos humanos en el país lo harían acreedor a ser
encarcelado, en caso de que llegara al poder en México una opción nacionalista
y soberanista (cosa que se ve casi imposible).
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