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Zapata

martes, 6 de septiembre de 2016

POLÍTICA EXTERIOR EXTRAVIADA


“Artículo 89. Las facultades y obligaciones del Presidente, son las siguientes:
I. a IX. ......
X. Dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales, así como terminar, denunciar, suspender, modificar, enmendar, retirar reservas y formular declaraciones interpretativas sobre los mismos, sometiéndolos a la aprobación del Senado. En la conducción de tal política, el titular del Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz y la seguridad internacionales;..”

Eso dice la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Pero desde que los tecnócratas serviles a Washington y Nueva York se adueñaron del poder, uno de sus objetivos principales ha sido desmantelar la política exterior de México, que se fue construyendo a partir de traumáticas experiencias para el país, de la necesidad de defender la integridad territorial y la soberanía ante las constantes agresiones y ambiciones de las potencias extranjeras (intento de reconquista de España en 1829; intervención de Francia, conocida como “Guerra de los Pasteles” en 1838; anexión de Texas a Estados Unidos en 1845; guerra con Estados Unidos 1846-48; intervención de Inglaterra, España y Francia en 1862; invasión de Francia 1862-67; ocupación de Veracruz por Estados Unidos en 1914; expedición “punitiva” de Estados Unidos 1916-17).
Siempre las potencias intentan obtener mayor provecho en sus relaciones internacionales, a costa de los países más débiles. Pensar o soñar que esto ha cambiado con la “globalización”, es una ingenuidad (en el mejor de los casos) o un deliberado interés por subordinar al país a los intereses y objetivos externos.
Los promotores de la destrucción de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos insisten en que la única forma de lograr desarrollo económico, aumentar el nivel de vida de la población y enfrentar problemas mundiales como el calentamiento global, las epidemias o el terrorismo, es creando entes supranacionales que concentren los recursos y la capacidad de toma de decisiones que permitan superar las dificultades y amenazas internacionales, y que provean un marco general de leyes y reglas que sean aceptadas y obedecidas por todos (o la mayoría) de los países.
Suena muy bien, pero poco o nada democrático, pues un esquema así tiende a concentrar las decisiones en minorías tecnocráticas, que responden más a los intereses de grupos de poder, como las grandes empresas trasnacionales, los aparatos militares, de seguridad e inteligencia, y las grandes burocracias de los organismos internacionales, sin tomar realmente en cuenta las necesidades, demandas y aspiraciones de la mayor parte de la población mundial.
De ahí el creciente rechazo en grandes franjas de la población europea a la extensión de facultades de los eurócratas que manejan la Unión Europea, y su deseo de recuperar algo de la soberanía perdida. Es decir, de la capacidad de las comunidades de tener derecho a tener voz y voto en el rumbo que debe tomar el país al que pertenecen; algo que les ha sido expropiado por grupúsculos de poder, enquistados en organismos cada vez más alejados de las verdaderas necesidades de la gente, y cada vez más cercanos (más bien capturados) por las grandes corporaciones, los aparatos militares, de seguridad e inteligencia, y hasta por intereses relacionados con el crimen organizado trasnacional (ergo, buena parte del sistema financiero internacional).
Pues bien, en el caso del México neoliberal, lo fundamental desde 1989 ha sido defender el modelo económico impuesto al país. En el altar de dicho modelo se han sacrificado todos los principios normativos enumerados en el Artículo 89 de la Constitución, en materia de política exterior.
Por ello, en la visita de Donald Trump a México, se excluyó a la Secretaría de Relaciones Exteriores, y se le dio “manga ancha” al secretario de Hacienda, para que intentara salvar al modelo depredador-explotador que impera en el país, ya que el candidato republicano es la principal amenaza al mismo.
A los tecnócratas serviles de las trasnacionales poco les importa el honor, la dignidad y la historia nacionales. Para ellos esas son palabras huecas. Lo único que importa es que nada perturbe el saqueo sistemático de los recursos financieros, naturales y  la explotación de la mano de obra del país.
Por ello, ni se sonrojaron ante el ridículo al que pusieron a hacer al títere de Peña, recibiendo al bravucón Trump.
El objetivo estaba cumplido. Hacer ver al magnate inmobiliario que su intención de deshacer a México implica vulnerar una parte importante del modelo de dominación mundial de Estados Unidos. Es decir, Peña fue el mensajero de las élites trasnacionales para que Trump se dé cuenta que sus planes contra nuestro país, en relativamente poco tiempo, tendrán un efecto negativo en el propio poder hegemónico de Estados Unidos.
Pero da la casualidad que eso a Trump le importa un pepino. El ve la hegemonía de Estados Unidos desde otra perspectiva, que es la de aplastar a los países débiles, como México, para saquearlos, al mejor estilo del siglo XIX, cuando los estadounidenses imponían su dominio mediante las “cañoneras”, sin importarles la opinión pública, la imagen del país o las consecuencias a largo plazo de sus acciones.
El capitalismo de Trump es el de los “robber barons” de fines del siglo XIX y el primer tercio del XX. Cero sofisticación para explotar y desmantelar a los países débiles. Simplemente imponerles la fuerza para lograr el mayor provecho posible.
De ahí que las “explicaciones” y la “sensibilización” que los ingenuos Peña y Videgaray intentaron con Trump, resultaron un fracaso rotundo, y el peor ridículo para la diplomacia mexicana del que se tenga memoria.
Por ello, desde hace un cuarto de siglo, la política exterior de este país está extraviada (por decir lo menos), pues mientras sus “principios normativos” aún se refieren al país como un ente soberano, que busca reafirmar su autodeterminación. En los hechos, no solo no defiende la soberanía, si no que todo el esfuerzo del Estado se ha dedicado a subordinar la economía, la seguridad y por supuesto la política exterior, al modelo económico neoliberal y a las necesidades y exigencias de la potencia hegemónica.
Una política exterior que está más preocupada por sostener el modelo de explotación económica y asumir como propias todas las exigencias del vecino del Norte, no puede representar los intereses del país, sino únicamente de los grupos de poder que están integrados a dicho modelo, dejando en el abandono y la indefensión a los millones de mexicanos que no sólo no se benefician de dicho modelo económico y de la subordinación política a la superpotencia, sino que son las principales víctimas de ambos.

Por ello, los próximos años la diplomacia mexicana seguirá sufriendo tumbos, haciendo ridículos y quedando en la irrelevancia, pues su único objetivo es  defender un modelo económico depredador, que sólo beneficia a minorías privilegiadas y a los auto nombrados dueños del mundo.

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