“Artículo 89. Las facultades y obligaciones del
Presidente, son las siguientes:
I. a IX. ......
X. Dirigir la política exterior y
celebrar tratados internacionales, así
como terminar, denunciar, suspender, modificar, enmendar, retirar reservas y
formular declaraciones interpretativas sobre los mismos, sometiéndolos a
la aprobación del Senado. En la conducción de tal política, el titular del
Poder Ejecutivo observará los siguientes principios normativos: la
autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de
controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las
relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación
internacional para el desarrollo; y la lucha por la paz y la seguridad
internacionales;..”
Eso dice la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos. Pero desde que los tecnócratas serviles a Washington y Nueva York se
adueñaron del poder, uno de sus objetivos principales ha sido desmantelar la
política exterior de México, que se fue construyendo a partir de traumáticas
experiencias para el país, de la necesidad de defender la integridad
territorial y la soberanía ante las constantes agresiones y ambiciones de las
potencias extranjeras (intento de reconquista de España en 1829; intervención
de Francia, conocida como “Guerra de los Pasteles” en 1838; anexión de Texas a
Estados Unidos en 1845; guerra con Estados Unidos 1846-48; intervención de
Inglaterra, España y Francia en 1862; invasión de Francia 1862-67; ocupación de
Veracruz por Estados Unidos en 1914; expedición “punitiva” de Estados Unidos
1916-17).
Siempre las potencias intentan obtener mayor provecho en sus
relaciones internacionales, a costa de los países más débiles. Pensar o soñar
que esto ha cambiado con la “globalización”, es una ingenuidad (en el mejor de
los casos) o un deliberado interés por subordinar al país a los intereses y
objetivos externos.
Los promotores de la destrucción de la soberanía y de la
autodeterminación de los pueblos insisten en que la única forma de lograr
desarrollo económico, aumentar el nivel de vida de la población y enfrentar
problemas mundiales como el calentamiento global, las epidemias o el
terrorismo, es creando entes supranacionales que concentren los recursos y la
capacidad de toma de decisiones que permitan superar las dificultades y
amenazas internacionales, y que provean un marco general de leyes y reglas que
sean aceptadas y obedecidas por todos (o la mayoría) de los países.
Suena muy bien, pero poco o nada democrático, pues un esquema
así tiende a concentrar las decisiones en minorías tecnocráticas, que responden
más a los intereses de grupos de poder, como las grandes empresas
trasnacionales, los aparatos militares, de seguridad e inteligencia, y las
grandes burocracias de los organismos internacionales, sin tomar realmente en
cuenta las necesidades, demandas y aspiraciones de la mayor parte de la
población mundial.
De ahí el creciente rechazo en grandes franjas de la
población europea a la extensión de facultades de los eurócratas que manejan la
Unión Europea, y su deseo de recuperar algo de la soberanía perdida. Es decir,
de la capacidad de las comunidades de tener derecho a tener voz y voto en el
rumbo que debe tomar el país al que pertenecen; algo que les ha sido expropiado
por grupúsculos de poder, enquistados en organismos cada vez más alejados de
las verdaderas necesidades de la gente, y cada vez más cercanos (más bien
capturados) por las grandes corporaciones, los aparatos militares, de seguridad
e inteligencia, y hasta por intereses relacionados con el crimen organizado
trasnacional (ergo, buena parte del sistema financiero internacional).
Pues bien, en el caso del México neoliberal, lo fundamental
desde 1989 ha sido defender el modelo económico impuesto al país. En el altar
de dicho modelo se han sacrificado todos los principios normativos enumerados
en el Artículo 89 de la Constitución, en materia de política exterior.
Por ello, en la visita de Donald Trump a México, se excluyó a
la Secretaría de Relaciones Exteriores, y se le dio “manga ancha” al secretario
de Hacienda, para que intentara salvar al modelo depredador-explotador que
impera en el país, ya que el candidato republicano es la principal amenaza al
mismo.
A los tecnócratas serviles de las trasnacionales poco les
importa el honor, la dignidad y la historia nacionales. Para ellos esas son
palabras huecas. Lo único que importa es que nada perturbe el saqueo
sistemático de los recursos financieros, naturales y la explotación de la mano de obra del país.
Por ello, ni se sonrojaron ante el ridículo al que pusieron a
hacer al títere de Peña, recibiendo al bravucón Trump.
El objetivo estaba cumplido. Hacer ver al magnate
inmobiliario que su intención de deshacer a México implica vulnerar una parte
importante del modelo de dominación mundial de Estados Unidos. Es decir, Peña
fue el mensajero de las élites trasnacionales para que Trump se dé cuenta que
sus planes contra nuestro país, en relativamente poco tiempo, tendrán un efecto
negativo en el propio poder hegemónico de Estados Unidos.
Pero da la casualidad que eso a Trump le importa un pepino. El
ve la hegemonía de Estados Unidos desde otra perspectiva, que es la de aplastar
a los países débiles, como México, para saquearlos, al mejor estilo del siglo
XIX, cuando los estadounidenses imponían su dominio mediante las “cañoneras”,
sin importarles la opinión pública, la imagen del país o las consecuencias a
largo plazo de sus acciones.
El capitalismo de Trump es el de los “robber barons” de fines
del siglo XIX y el primer tercio del XX. Cero sofisticación para explotar y
desmantelar a los países débiles. Simplemente imponerles la fuerza para lograr
el mayor provecho posible.
De ahí que las “explicaciones” y la “sensibilización” que los
ingenuos Peña y Videgaray intentaron con Trump, resultaron un fracaso rotundo,
y el peor ridículo para la diplomacia mexicana del que se tenga memoria.
Por ello, desde hace un cuarto de siglo, la política exterior
de este país está extraviada (por decir lo menos), pues mientras sus “principios
normativos” aún se refieren al país como un ente soberano, que busca reafirmar
su autodeterminación. En los hechos, no solo no defiende la soberanía, si no
que todo el esfuerzo del Estado se ha dedicado a subordinar la economía, la
seguridad y por supuesto la política exterior, al modelo económico neoliberal y
a las necesidades y exigencias de la potencia hegemónica.
Una política exterior que está más preocupada por sostener el
modelo de explotación económica y asumir como propias todas las exigencias del
vecino del Norte, no puede representar los intereses del país, sino únicamente
de los grupos de poder que están integrados a dicho modelo, dejando en el
abandono y la indefensión a los millones de mexicanos que no sólo no se
benefician de dicho modelo económico y de la subordinación política a la
superpotencia, sino que son las principales víctimas de ambos.
Por ello, los próximos años la diplomacia mexicana seguirá sufriendo
tumbos, haciendo ridículos y quedando en la irrelevancia, pues su único
objetivo es defender un modelo económico
depredador, que sólo beneficia a minorías privilegiadas y a los auto nombrados
dueños del mundo.
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