Ahí están los datos, menor crecimiento de la economía para
este y el próximo año, según el Banco de México (2% en 2016 y no más de 2.5%
para el próximo; se estimaban 2.5% y 3.3% respectivamente); crecimiento de la
deuda pública en lo que va del sexenio de 40.4% a 50.5% del PIB (SHCP) y el
escalofriante pago por intereses y comisiones en lo que va del sexenio por ¡UN
MILLÓN DE MILLONES, TRESCEINTOS TREINTA CUATRO MIL, QUINIENTOS CUATRO MILLONES
DE PESOS!
Los grandes ganadores del sexenio (y de varios sexenios atrás,
pues en los últimos tres sexenios han obtenido 8 millones de millones, 885 mil,
200 millones de pesos por intereses y comisiones) son los usureros y
especuladores bancos extranjeros y mexicanos que le prestan al gobierno y
cobran inflados intereses y comisiones. Finalmente el que paga esas sumas
estratosféricas (sin bajarle un solo peso a la deuda principal) es el pueblo
mexicano.
Ese pueblo al que se le paga una miseria de sueldo, pues las
dos terceras partes de la población económicamente activa, gana menos de tres
salarios mínimos.
Y resulta que el salario mínimo en México está muy por debajo
del de la mayoría de los países latinoamericanos (ya no digamos de los de la
OCDE), pues solo llega a 84.9 dólares al mes[1],
mientras que países supuestamente más subdesarrollados que México como
Nicaragua, paga un salario mínimo mensual de 157.6 dólares mensuales; Bolivia
250.5; Perú 259.3; Honduras 314.7; Paraguay 320 dólares; y, Ecuador 366
dólares. Ya para que mencionar Panamá con 556 dólares o Costa Rica con 527.7.
El gobierno y los empresarios se desgañitan diciendo que el
bajo salario se debe a que es baja la productividad.
¿Y por qué es baja la productividad?, Pues resulta que ni el
gobierno, ni los empresarios invierten en capacitar y mejorar las condiciones
laborales de los trabajadores y empleados, y con la mano en la cintura los
culpan de que “no son productivos”. Pues no lo son (a pesar de que México es el
país de la OCDE en donde más horas se trabaja por empleado), porque a
empresarios y gobierno les conviene mantener sueldos de hambre, ya que así
obtienen ganancias mucho mayores que si se vieran obligados a mejorar la
capacitación y las condiciones laborales, ya que ello implicaría mejorar
sueldos y prestaciones y entonces su tasa de ganancia ya no sería brutalmente
elevada, como lo es ahora.
Y que no nos digan que la productividad en Nicaragua,
Honduras, Paraguay o Bolivia es dos o tres veces mayor que en México, que es la
diferencia entre los salarios mínimos de esos países con el nuestro.
Los bajísimos salarios que se pagan en México no tienen que
ver con la capacidad de las empresas de pagar más o menos, si no que es una
decisión de política económica impuesta por los tecnócratas serviles a las
trasnacionales de las Secretarías de Hacienda y Economía, que de esa forma
sirven a los intereses de las corporaciones internacionales que exigen salarios
de hambre en el país, cero regulaciones ambientales y laborales, así como de
protección al consumidor y bajísimos impuestos, como condición para invertir en
nuestro país.
¿Y quiénes son los que mantienen a la economía mexicana? Pues
no es el gobierno, fuente de corrupción, ineficiencia y endeudamiento; no son
los empresarios que explotan inmisericordemente al trabajador y se llevan sus
ganancias a los Estados Unidos. Son los mexicanos más jodidos los que sostienen
a este país, tanto los que trabajan aquí con sueldos de hambre, como los que se
fueron al vecino del Norte y mandan remesas para sostener hasta 1.3 millones de
familias aquí en México. Sólo entre enero y julio de este año enviaron a sus
familias en México 15,390 millones de dólares; mientras que en el mismo lapso
la venta de petróleo al extranjero sólo significó un ingreso de 7,802 millones
de dólares.
De ahí el serio riesgo de que de ganar Trump la presidencia,
e implantar restricciones al envío de remesas de los trabajadores
indocumentados, millones de compatriotas en México vean colapsar sus ingresos y
el nivel de vida de sus familias.
Pero había que escuchar ayer a Peña, en su ridículo “town
hall” con jóvenes, en vez del discurso que daba a un auditorio de invitados a
modo, señalando que él no había llegado a la presidencia para ser “popular”,
sino para impulsar un cambio; un cambio para peor. Que había “avances”, como la
“estabilidad financiera”, ¿con una deuda pública galopante; con “errores y
omisiones” por más de 38 mil millones de dólares, que reflejan el tamaño del “lavado
de dinero” que se realiza en el corrupto sistema financiero mexicano?; o la “baja
inflación”, que viene de un mercado interno deprimido que simplemente no tiene
ingresos para consumir y por lo tanto hay capacidad instalada ociosa de la industria,
que bien puede llevar al país a una crisis de deflación, como la que ha sufrido
Japón desde hace 25 años. O que se aprobaron sus reformas estructurales, que
ahora ya hasta sus socios en la aprobación de las mismas (PAN y PRD) las
critican por ineficaces y porque no aterrizan.
Y qué decir de la peor estupidez en la historia reciente de
las relaciones exteriores de México, con la invitación a Trump a venir a
pitorrearse del tonto inútil de Peña, y regresar a Estados Unidos a afirmar que
México hará lo que le digan sus amos estadounidenses (además de que ayudó a
poner en ridículo a Hillary Clinton, que se ha desgañitado afirmando que no
construirá ningún muro y que promoverá una reforma migratoria para legalizar a
los 11 millones de indocumentados).
Pero Peña no ve nada de eso. Para él las críticas vienen de “resentidos”,
de “lopezobradoristas”, de “malquerientes”. El vive en su fantasía, para él
todo va de maravilla, y si la realidad no coincide con esa fantasía, peor para
la realidad.
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