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Zapata

viernes, 2 de septiembre de 2016

PEÑA EN SU FANTASÍA

Ahí están los datos, menor crecimiento de la economía para este y el próximo año, según el Banco de México (2% en 2016 y no más de 2.5% para el próximo; se estimaban 2.5% y 3.3% respectivamente); crecimiento de la deuda pública en lo que va del sexenio de 40.4% a 50.5% del PIB (SHCP) y el escalofriante pago por intereses y comisiones en lo que va del sexenio por ¡UN MILLÓN DE MILLONES, TRESCEINTOS TREINTA CUATRO MIL, QUINIENTOS CUATRO MILLONES DE PESOS!
Los grandes ganadores del sexenio (y de varios sexenios atrás, pues en los últimos tres sexenios han obtenido 8 millones de millones, 885 mil, 200 millones de pesos por intereses y comisiones) son los usureros y especuladores bancos extranjeros y mexicanos que le prestan al gobierno y cobran inflados intereses y comisiones. Finalmente el que paga esas sumas estratosféricas (sin bajarle un solo peso a la deuda principal) es el pueblo mexicano.
Ese pueblo al que se le paga una miseria de sueldo, pues las dos terceras partes de la población económicamente activa, gana menos de tres salarios mínimos.
Y resulta que el salario mínimo en México está muy por debajo del de la mayoría de los países latinoamericanos (ya no digamos de los de la OCDE), pues solo llega a 84.9 dólares al mes[1], mientras que países supuestamente más subdesarrollados que México como Nicaragua, paga un salario mínimo mensual de 157.6 dólares mensuales; Bolivia 250.5; Perú 259.3; Honduras 314.7; Paraguay 320 dólares; y, Ecuador 366 dólares. Ya para que mencionar Panamá con 556 dólares o Costa Rica con 527.7.
El gobierno y los empresarios se desgañitan diciendo que el bajo salario se debe a que es baja la productividad.
¿Y por qué es baja la productividad?, Pues resulta que ni el gobierno, ni los empresarios invierten en capacitar y mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y empleados, y con la mano en la cintura los culpan de que “no son productivos”. Pues no lo son (a pesar de que México es el país de la OCDE en donde más horas se trabaja por empleado), porque a empresarios y gobierno les conviene mantener sueldos de hambre, ya que así obtienen ganancias mucho mayores que si se vieran obligados a mejorar la capacitación y las condiciones laborales, ya que ello implicaría mejorar sueldos y prestaciones y entonces su tasa de ganancia ya no sería brutalmente elevada, como lo es ahora.
Y que no nos digan que la productividad en Nicaragua, Honduras, Paraguay o Bolivia es dos o tres veces mayor que en México, que es la diferencia entre los salarios mínimos de esos países con el nuestro.
Los bajísimos salarios que se pagan en México no tienen que ver con la capacidad de las empresas de pagar más o menos, si no que es una decisión de política económica impuesta por los tecnócratas serviles a las trasnacionales de las Secretarías de Hacienda y Economía, que de esa forma sirven a los intereses de las corporaciones internacionales que exigen salarios de hambre en el país, cero regulaciones ambientales y laborales, así como de protección al consumidor y bajísimos impuestos, como condición para invertir en nuestro país.
¿Y quiénes son los que mantienen a la economía mexicana? Pues no es el gobierno, fuente de corrupción, ineficiencia y endeudamiento; no son los empresarios que explotan inmisericordemente al trabajador y se llevan sus ganancias a los Estados Unidos. Son los mexicanos más jodidos los que sostienen a este país, tanto los que trabajan aquí con sueldos de hambre, como los que se fueron al vecino del Norte y mandan remesas para sostener hasta 1.3 millones de familias aquí en México. Sólo entre enero y julio de este año enviaron a sus familias en México 15,390 millones de dólares; mientras que en el mismo lapso la venta de petróleo al extranjero sólo significó un ingreso de 7,802 millones de dólares.
De ahí el serio riesgo de que de ganar Trump la presidencia, e implantar restricciones al envío de remesas de los trabajadores indocumentados, millones de compatriotas en México vean colapsar sus ingresos y el nivel de vida de sus familias.
Pero había que escuchar ayer a Peña, en su ridículo “town hall” con jóvenes, en vez del discurso que daba a un auditorio de invitados a modo, señalando que él no había llegado a la presidencia para ser “popular”, sino para impulsar un cambio; un cambio para peor. Que había “avances”, como la “estabilidad financiera”, ¿con una deuda pública galopante; con “errores y omisiones” por más de 38 mil millones de dólares, que reflejan el tamaño del “lavado de dinero” que se realiza en el corrupto sistema financiero mexicano?; o la “baja inflación”, que viene de un mercado interno deprimido que simplemente no tiene ingresos para consumir y por lo tanto hay capacidad instalada ociosa de la industria, que bien puede llevar al país a una crisis de deflación, como la que ha sufrido Japón desde hace 25 años. O que se aprobaron sus reformas estructurales, que ahora ya hasta sus socios en la aprobación de las mismas (PAN y PRD) las critican por ineficaces y porque no aterrizan.
Y qué decir de la peor estupidez en la historia reciente de las relaciones exteriores de México, con la invitación a Trump a venir a pitorrearse del tonto inútil de Peña, y regresar a Estados Unidos a afirmar que México hará lo que le digan sus amos estadounidenses (además de que ayudó a poner en ridículo a Hillary Clinton, que se ha desgañitado afirmando que no construirá ningún muro y que promoverá una reforma migratoria para legalizar a los 11 millones de indocumentados).
Pero Peña no ve nada de eso. Para él las críticas vienen de “resentidos”, de “lopezobradoristas”, de “malquerientes”. El vive en su fantasía, para él todo va de maravilla, y si la realidad no coincide con esa fantasía, peor para la realidad.

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