Dilma: crimen de la traición
Cuauhtémoc Cárdenas
La Jornada 31 de Agosto de 2016
Estamos a horas de que se consume un crimen: la imposición de la
traición sobre la lealtad, la ilegitimidad sobre el derecho, la corrupción
sobre la honradez, la delincuencia sobre la honorabilidad, que eso y más
representa la destitución de Dilma Rousseff como presidente constitucional de
Brasil.
El lunes 29 de agosto, y el martes 30, la
presidenta de Brasil ha comparecido ante el Senado, donde la jauría de la
oposición, convertida por el golpe de Estado en facción oficial, se ha lanzado
y está lanzándose sobre la presidenta con una agresividad y una irritación
fingidas, en las que trata de esconder su vergüenza de la traición.
Detrás del golpe de Estado, que se ha encomendado
asestarlo a la mayoría del Legislativo, están las oligarquías locales, sus
asociados grandes consorcios internacionales, los intereses depredadores que
van detrás de los recursos naturales del país y los sectores del entreguismo y
la subordinación al imperio, que pretenden la recuperación directa del poder
político para proseguir la labor interrumpida por 13 años de gobiernos
nacionalistas y democráticos, que acuerpan hoy a un Fernando Henrique Cardoso
que al tiempo que se suma a la traición a la legitimidad constitucional y
violenta el estado de derecho, traiciona su propia historia y se traiciona a sí
mismo en lo que fue y en lo que pudo de bueno ser para su pueblo y para el
suelo en el que nació.
Se acusa a Dilma Rousseff de haber
emitido tres decretos para supuestamente manipular cuentas públicas entre el 1º
de enero de 2011 y el 12 de mayo de 2016, práctica usual en la que incurrieron
más de un centenar de veces gobiernos anteriores, sin que ello significara el
desvío más mínimo para beneficio personal.
Quienes la acusan, encabezados por el
vicepresidente hoy en funciones de presidente, Michel Temer, ellos sí, están
señalados como delincuentes, por haber incurrido en comprobados actos de
corrupción –según han destacado numerosos medios de información– en el
ejercicio de sus funciones públicas, que al derrocar a Dilma y hacerse del poder
buscan que éste se convierta en la protección que les brinde impunidad.
Este nuevo crimen contra la democracia y el derecho
se está cometiendo ante la complacencia de la comunidad internacional. Los
gobiernos de América Latina, salvo honrosas excepciones, con absoluta pasividad
observan cómo paso a paso se asesta el golpe, sin ver que ante cualquier
desagrado que provoquen al imperio, puede ocurrirles algo semejante.
El pueblo de Brasil está levantándose contra esta
agresión a su democracia y al desconocimiento de la voluntad que expresara en
54 millones de votos, está buscando no acabe por romperse la legalidad con los
recursos que le otorgan su Constitución, sus leyes y sus experiencias de
prácticas democráticas y pacíficas. A quienes en nuestros países aspiramos a
transformaciones progresistas y democráticas por medios similares, nos
corresponde brindar la más amplia solidaridad a Dilma Rousseff y a quienes con
ella luchan en Brasil por la recuperación del camino de la democracia, único
que puede conducir a un progreso sostenido y estable.
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