La subclase política del país y los oligarcas están muy
preocupados porque advierten que sus “reformas estructurales” no han engañado a
la mayoría de la población, que en los hechos está viviendo el aumento de la
violencia e inseguridad; la permanente violación a los derechos humanos; la
baja constante en el poder adquisitivo de su ingreso; la acumulación grotesca
de recursos económicos en los grandes empresarios, políticos y funcionarios
públicos, a través de la corrupción, los oligopolios y los abusos; el deterioro
irrefrenable del medio ambiente; el agotamiento de los recursos naturales del
país, por la explotación irracional de las grandes corporaciones; y el
crecimiento exponencial de la violencia institucional contra los que se atreven
a protestar por este cúmulo de agravios y destrucción.
Si bien las élites política y económica sabían que la
consolidación del sistema explotador-depredador, a través de las “reformas
estructurales”, mediante su inclusión en la Constitución, podía significar el
rechazo de una parte de la población, y estaban dispuestos a asumir uno o dos
años de agitación política y social, nunca imaginaron que su proyecto de
dominación se vería estancado, no por las protestas contra las mencionadas
reformas, sino por las propias contradicciones del modelo económico que se ha
impuesto al país desde hace más de tres décadas.
Y es que México es sólo un apéndice de la economía
hegemónica, la de Estados Unidos, que utiliza los recursos de sus estados
vasallos, como nuestro país, para resolver sus problemas o para desviar hacia
la periferia las consecuencias negativas del neoliberalismo económico.
Así, cuando ha convenido a los capitales especulativos
internacionales refugiarse en economías “emergentes”, para evitar una
disminución en su tasa de ganancia debido a los efectos de la crisis del 2008
en las economías desarrolladas, han utilizado a México como punto de
convergencia para una parte de esos capitales golondrinos, y el obsecuente
Banco de México les ha regalado tasas de interés lo suficientemente atractivas
para que asuman el riesgo de invertir en nuestro país.
Pero ahora que las tasas de interés en Estados Unidos vuelven
a subir, los capitales salen rápidamente de México, sin importar que el siempre
obsequioso Banco de México suba las tasas para intentar mantener a los
capitales especulativos.
Así, se suma al déficit comercial del país, por la baja de
los precios del petróleo y el aumento desmesurado de las importaciones de
gasolina[1],
la salida de capitales, más un crecimiento mediocre de la economía
estadounidense, principal mercado de las exportaciones mexicanas, todo lo cual
llevó a la Secretaría de Hacienda a bajar nuevamente el pronóstico de
crecimiento económico del país para el próximo año (a entre 2 y 2.5%) y hacer
nuevos ajustes programados al presupuesto para el 2017, todo lo cual mantiene
en el estancamiento las nefastas “reformas estructurales”.
De ahí que ni la subclase política, ni los oligarcas, por más
que se afanen y desgañiten señalando que dichas reformas son la salvación de
México, pueden hacer algo para cambiar
un entorno económico en el que México no tiene ni voz ni voto, y está a
expensas de lo que decidan las grandes corporaciones (según sus intereses), los
inversionistas-especuladores de Nueva York y Londres y las autoridades
económicas y financieras de Washington.
Es entonces cuando buscan un “chivo expiatorio” que pague por
la disfuncionalidad de su modelo económico, y el expediente fácil es culpar a
la “izquierda radical”, representada por dos actores principalmente, la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el presidente
del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador
(AMLO).
Como el modelito económico explotador-depredador es
“perfecto” y no tiene error alguno, entonces algunos saboteadores deben ser los
culpables de que no esté funcionando como debería. Y por supuesto, aquellos que
se han opuesto a las reformas, la CNTE y Morena, deben ser los que están
frenando las mismas. No es el modelo en sí, sino estos opositores radicales que
están frenando al país.
De ahí viene el odio y la demonización que día a día
observamos y escuchamos en el enorme aparato propagandístico de los oligarcas y
de la subclase política servil contra la CNTE, Morena y AMLO.
Ellos son los culpables de todos los males del país, y por lo
tanto hay que hacerlos a un lado o incluso eliminarlos del escenario político
nacional, para que así las grandiosas reformas den sus frutos (aunque según el
secretario general de la OCDE, José Angel Gurría, esos frutos se verán en 50
años).
Por ello varios actores están impulsando la represión
(aplicación de la ley, según su interpretación), contra todo aquél que ose
oponerse o aún cuestionar las reformas. Entre ellos destacan las cúpulas
empresariales, el duopolio televisivo, la cúpula priísta y altos mandos de las
fuerzas armadas y de seguridad. En el mismo tenor parece encontrarse el
gobierno de Estados Unidos.
Tanta presión para terminar con un manotazo las protestas de
la CNTE contra la reforma educativa, y la creciente presencia de Morena en el
escenario político nacional, llevará en los próximos meses a un viraje aún más
autoritario dentro del gobierno de Peña Nieto, quien está evidentemente
perdiendo los hilos de la gobernabilidad, y por lo tanto los grupos de poder
están insistiendo en que la única forma en que el modelo explotador-depredador
se mantenga, es haciendo a un lado a los opositores al mismo.
Ello no resolverá las contradicciones internas del modelo, y
por el contrario subirá la insatisfacción y la presión social, así como
disminuirá aún más la legitimidad gubernamental, todo lo cual dejará listo un
escenario de descomposición para las elecciones federales del 2018, en donde al
menos tres facciones de la subclase política se pelearán el apoyo de los
oligarcas nacionales y de las corporaciones trasnacionales: los tecnócratas
priístas (Videgaray, Mead y Nuño); los políticos (Osorio Chong, Eruviel Avila y
Beltrones); y la opción panista (Zavala-Calderón).
Si estas tres facciones no llegan a un acuerdo sobre un solo
candidato que enfrente el nuevo desafío de la opción nacionalista-soberanista
(López Obrador), entonces la elección presidencial, sin existir segunda vuelta,
puede derivar en una fragmentación en tercios, con una cuarta opción que busca
desprenderle votos a López Obrador, como la del candidato “independiente”
(Mancera o Rodríguez Calderón), que sólo vendría a profundizar la división de
las facciones apoyadas por los oligarcas.
En un escenario así, el sistema político mexicano se
demostrará incapaz de solucionar pacíficamente la sucesión presidencial, debido
a las pugnas entre las facciones de las élites dominantes, y su impulso por
aplastar a la única opción distinta en el panorama político del país.
En los próximos dos años seremos testigos de la
disfuncionalidad del sistema económico explotador-depredador y de un sistema
político que no podrá resolver las contradicciones propias de dicho modelo, y
al contrario, sumará sus propias debilidades al caos imperante, en vez de
convertirse en el vehículo para salir de la crisis que viene.
[1]
Desde hace más de diez años López Obrador señalo que debían construirse nuevas
refinerías para evitar depender de las importaciones, pero se le tachó de
ignorante, porque “eso ya no era negocio”. La realidad es que el gran negocio
no es sacar el crudo y venderlo sin transformar. Los productos derivados del
petróleo son el verdadero negocio, y por ello los tecnócratas serviles y
subordinados a las trasnacionales nunca invirtieron en nuevas refinerías y
dejaron que cayeran en la obsolescencia las que existían.
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