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Zapata

lunes, 18 de abril de 2016

¿POR QUÉ CAERÁ DILMA?

La votación realizada ayer en la Cámara de Diputados de Brasil, en la que se aprobó iniciar el procedimiento de juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff (ahora pasará al Senado), fue un espectáculo denigrante, en donde decenas de diputados que están involucrados en escándalos de corrupción y tráfico de influencias, se presentaron como los salvadores de la patria, y votaban en favor del juicio contra la presidenta, en nombre de sus hijos, nietos, padrinos políticos, e incluso de los autores del golpe de Estado de 1964 contra el Presidente Joao Goulart.
Hay muchos factores que explican cómo un proyecto político progresista, como el representado por la dupla Rousseff-Lula, se vino abajo en poco más de 2 años.
Los exitosos dos períodos gubernamentales de Lula (2003-2010), tuvieron mucho que ver con el hartazgo de la población con un sistema económico que sólo canalizaba los beneficios del crecimiento económico hacia las capas elevadas; un sistema político que respondía a los grandes intereses económicos nacionales y trasnacionales; y un sistema social caracterizado por gran cantidad de carencias y desigualdades que fueron minando la confianza en una democracia aún joven, recuperada en los años ochenta del siglo pasado.
Lula logró un pacto social, mediante el cual se logró una mejor distribución de la riqueza entre la población más necesitada, a cambio de que las grandes empresas y las clases altas tuvieran participación en los beneficios del crecimiento de las inversiones públicas en infraestructura (caso de la constructora Odebrecht) y de Petrobras, que se convirtió en un gigante, con el descubrimiento de grandes yacimientos petrolíferos en territorio y en aguas profundas, pertenecientes al mar patrimonial brasileño.
Fue un acuerdo “gana-gana”, en el que la burguesía brasileña y las trasnacionales se apropiaron de importantes porciones del capital generado en esos años, a cambio de no oponerse a las políticas redistributivas impulsadas por Lula.
El problema es que todo este esquema estaba basado en los altos precios de las materias primas que Brasil vende en el exterior, y que resultaron beneficiadas con la demanda de China, principalmente; pero también de Europa y Estados Unidos; y además, Brasil se consolidó como el principal proveedor de manufacturas a sus socios del Mercosur (que también se vieron beneficiados con el boom de los commodities).
El primer golpe vino con la crisis financiera del 2008-2009 que afectó duramente a Estados Unidos, Europa y América Latina, con lo que mercados importantes para las exportaciones brasileñas se comenzaron a reducir.
Esto coincidió con el fin del gobierno de Lula y la llegada de Rousseff a la presidencia en las elecciones de 2010, por lo que todavía disfrutó de los beneficios finales de los altos precios de las materias primas.
Sin embargo, el principal mercado de las exportaciones brasileñas, esto es China, comenzó a desacelerar su crecimiento, y ello llevó a la dirigencia china a iniciar la transición de una economía volcada al exterior, a una más basada en el mercado interno.
Así, durante el primer período gubernamental de Rousseff, la economía brasileña comenzó lentamente a ver disminuir sus ingresos, y por el contrario, las demandas sociales de una emergente clase media, en buena medida impulsada por las políticas redistributivas de Lula, generaba más presión en el gasto público.
 A esto hubo que sumarle los compromisos internacionales que Lula asumió durante su mandato, como el Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpiadas de Río de 2016, con sus onerosos gastos en instalaciones, lo que coincidió con las crecientes demandas de la emergente clase media por mejores servicios e infraestructura pública.
En los países latinoamericanos los booms económicos, como en México y Venezuela por el petróleo, y ahora en Brasil (también en buena medida por los hallazgos petroleros), traen consigo gran cantidad de ingresos, pero con ello, un crecimiento desmedido de la corrupción, en países que no han desarrollado instituciones sólidas que eviten esos abusos, ni una ciudadanía consciente que se movilice para evitarlo y castigarlo.
Así, con el boom petrolero, Petrobras (como en su momento la ahora casi quebrada Pemex y Petróleos de Venezuela) se convirtió en la “gallina de los huevos de oro”, a la que todas las empresas y políticos querían vincularse, para obtener recursos económicos legal o ilegalmente, en beneficio propio, familiar, de grupos de interés, empresas y partidos políticos.
Petrobras dio para que todos (tanto del partido gobernante, como de sus aliados y los de la oposición), obtuvieran beneficios económicos desmesurados y en buena parte, producto de prácticas corruptas.
De ahí que cuando la economía casi se detuvo, al finalizar el primer período de Rousseff, la población de clase media (la nueva y la ya establecida), más las grandes empresas y políticos que vieron sus ingresos mermados, comenzaron a buscar alguien que pagara los platos rotos del desastre que se avecinaba, y esa fue la presidenta Rousseff, lo que se expresó en una dura campaña electoral en el 2014, en la que Rousseff apenas ganó con poco margen en la segunda vuelta.
Pero los lobos ya habían olido la sangre, y ante la evidente debilidad del gobierno, no sólo por el atorón económico, las crecientes demandas de la clase media por mejores servicios; los escándalos de corrupción que aparecían continuamente (afectando tanto a miembros del gobierno, como de la oposición), y para colmo la eliminación en semifinales de la selección brasileña ante Alemania en el Mundial de Fútbol, abrió las puertas para que los tradicionales sectores derechistas, que de por sí no transigían con el programa progresista de Lula y Rousseff, y menos estaban a gusto con una ex guerrillera como presidenta, iniciaran una ofensiva general contra el Partido de los Trabajadores y sus dirigentes, desde el que siempre ha sido el centro de la oposición a la izquierda brasileña, esto es, Sao Paulo.
Con tantos factores acumulados en contra de Rousseff, los oportunistas partidos asociados al PT, como el Partido Movimiento Democrático Brasileño y su corrupto dirigente, Eduardo Cunha decidieron desviar la atención pública de sus propias acciones de corrupción, para señalar como la única gran culpable de todo (desaceleración económica, malos servicios públicos, corrupción generalizada, onerosos gastos para los eventos deportivos, etc.) a la presidenta.
Aquí vale la pena señalar que Rousseff, ni por asomo, se acercó ni al carisma, ni a la visión estratégica que tuvo Lula en su momento, por lo que además de los problemas económicos que enfrentó, también la faltó pasta de líder.
Todo lo anterior, más el empujoncito que Washington y las trasnacionales le han dado a la economía brasileña para que caiga más (apreciación del dólar, “desconfianza de los mercados”, medios de comunicación permanentemente críticos a Rousseff, alianzas propagandísticas con la burguesía brasileña, etc.) y para que se califique a la presidenta como débil en el ámbito internacional, pusieron a Dilma a un paso de dejar la presidencia (ya sea por el juicio político, o porque finalmente renuncie).
La acusación contra Rousseff es ridícula (supuestamente la reasignación de recursos presupuestales de manera indebida), pero eso es lo de menos. El objetivo es claramente político (así como el que se planteó cuando Lula fue llevado a la fuerza a declarar, porque supuestamente había hecho uso indebido de recursos públicos para la compra de un departamento).

El objetivo de la derecha brasileña, de la burguesía, las trasnacionales y Washington, no es limpiar de corrupción la política brasileña, sino dar un golpe de muerte a la izquierda brasileña y a sus principales representantes, con objeto de que ya no puedan levantarse para las elecciones del 2018 (el vicepresidente Temer, que quedaría en vez de Rousseff, es parte de todo este entramado), y así reiniciar el ciclo de depredación de los recursos financieros y naturales; y de explotación de los recursos humanos de este vasto y rico país, que ahora está a punto de iniciar un retroceso como en el que se encuentra Argentina, con el cipayo Macri.

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