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Zapata

jueves, 2 de marzo de 2023

 

LA ESTRATEGIA DE LÓPEZ OBRADOR PARA 2024

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el estratega de su coalición gobernante[1], que ha pretendido, con una narrativa persistente (principalmente mediante sus conferencias diarias “mañaneras” en Palacio Nacional) establecer en el imaginario popular, que durante su gobierno se ha llevado una transformación de fondo del país, tal como sucedió en su momento con la Independencia (1810-1821), la Reforma y la República Restaurada (1855-1867); y la Revolución Mexicana (1910-1920); por lo que él la ha denominado la “Cuarta Transformación”.

Para AMLO, la forma de afianzar esa supuesta transformación del país es que la gran mayoría, sino es que todas las fuerzas políticas y sociales, la respalden. Para ser más claros, lo apoyen a él en sus decisiones, políticas públicas, invectivas, odios, caprichos, etc.

Todo actor político, social o económico que se ha atrevido a dudar, cuestionar, criticar a su gobierno, sus decisiones, sus políticas públicas, se convierte inmediatamente en un “traidor a la patria”, en un “conservador” (luego entonces él es “liberal y progresista”, pero no socialista o de “Izquierda”), en un cómplice de los gobiernos anteriores neoliberales, y por lo tanto corrupto y vinculado al crimen organizado.

En cambio si los actores políticos, sociales y económicos lo apoyan, lo alaban, lo siguen, lo aplauden. Sin importar que hayan formado parte de los gobiernos a los que él acusa de haber destruido al país; sin importar que sean o hayan sido acusados de corruptos y violadores de los derechos humanos o ligados al crimen organizado, inmediatamente se convierten en aliados de la “Cuarta Transformación”; y sus posibles delitos y/o colaboración con gobiernos anteriores es olvidada, entrando a formar parte de su coalición gobernante.

Esta estrategia de demonización de cualquiera que se le oponga, o incluso que dude de su forma de gobernar; y de exaltación y protección de todo aquél que se le subordine, le ha servido principalmente para desfondar a los dos partidos que se decían los herederos de la Revolución Mexicana: el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó al país desde 1929 hasta el año 2000, y regresó al poder en 2012 hasta el 2018; y el Partido de la Revolución Democrática, partido creado en 1989 con exmiembros del PRI, contrarios al neoliberalismo que se apoderó del partido y del gobierno, y con miembros de agrupaciones políticas y sociales de izquierda.

Así, AMLO ha logrado configurar una coalición que ha succionado a las subclases políticas de esos dos partidos, dándole al actual partido en el gobierno, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), fundado por AMLO en 2015, una estructura organizacional en todo el país, apoyada por bases locales de poder, que le han permitido ganar elecciones en  20 estados (más otros dos en donde sus aliados del Verde y Encuentro Social también triunfaron) de los 32 que hay en el país, convirtiéndose así en la principal fuerza política.

De la misma forma mantiene mayorías en las Cámaras de Diputados y Senadores, aunque no la mayoría calificada (dos tercios), que se requiere para modificar la Constitución.

AMLO mantiene una popularidad de entre 55 y 60% entre la población, lo que le brinda una cómoda plataforma desde la cual promover su agenda política.

Esta agenda no ha tenido que ver tanto con una transformación profunda del país, sino más bien, con una conquista de los espacios de poder dentro del Estado Mexicano.

AMLO está muy consciente que no puede cambiar la estructura capitalista dependiente de la economía mexicana, que es un apéndice de la de Estados Unidos, por lo que estuvo de acuerdo en aceptar (prácticamente sin leerlo) el nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Así también, sin chistar, ha aceptado el mantra de las finanzas púbicas sanas y la austeridad, que son las premisas del Fondo Monetario Internacional; y así también, no ha cuestionado, ni ha afectado de ninguna manera la autonomía del Banco de México (los miembros de la Junta de Gobierno que han sido nombrados por él han asumido una posición cien por ciento ortodoxa, acorde con los lineamientos de los principales bancos centrales del mundo).

En materia de seguridad, si bien no ha ido tan a fondo en contra del crimen organizado como quisieran las agencias de seguridad de Estados Unidos, en lo general, ha mantenido la “guerra contra el narcotráfico” iniciada en la administración de Felipe Calderón (2006-2012); y más aún, le ha dado un poder presupuestal y político a las fuerzas armadas mexicanas (con más de 240 funciones adicionales a las que están establecidas en la Constitución y un aumento de más de 50% en su presupuesto respecto al gobierno anterior), no visto desde el fin de la Revolución Mexicana, hace más de 100 años.

El punto clave de su gobierno ha sido destinar hasta 600 mil millones de pesos (2023) a programas sociales que llegan a 25 millones de personas; y la construcción de algunas obras de infraestructura emblemáticas, que él pretende dejen su huella en el país (el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el Aeropuerto Felipe Angeles y el Proyecto del Istmo de Tehuantepec).

Su principal consigna al llegar a la presidencia, que fue la eliminación de la corrupción, ha quedado sólo como un buen deseo, aunque él repite sin cesar que “ya no hay corrupción en el país”, pues como se señala en el último reporte de Trasparencia Internacional, México sólo avanzó seis lugares entre 2019 y 2021 (lugar 130 de 180 países, al lugar 124 ).[2]

Pero para AMLO esto no importa. De hecho le importa muy poco lo que se piense o se diga de él y de su gobierno en el extranjero.

Lo que él más valora es el apoyo de la mayoría de los mexicanos, que según el Coneval[3] están en distintos grados de pobreza. Así, en 2020 se consideraba que estaba en pobreza el 43.9% de la población; en pobreza extrema el 8.5%; vulnerable por ingresos el 8.9% y vulnerable por carencias sociales el 23.7% de la población.

Así, según el Coneval sólo el 23.5% de la población es No Pobre y No Vulnerable.

AMLO ha basado su estrategia político-electoral en conquistar el voto y el apoyo político de ese vasto universo de pobres en el país; y por ello su discurso y una parte importante de los recursos monetarios de su gobierno van dirigidos a ese 43.9% de pobres y 23.7% de vulnerables por carencias sociales.

Y no es que haya olvidado a los de pobreza extrema (8.5%) y a los vulnerables por ingreso (8.9%), sino que es muy difícil para el aparato gubernamental hacer llegar los recursos y programas sociales a poblaciones muy aisladas y marginadas que constituyen los pobres extremos. Y por otro lado, los vulnerables por ingresos caen dentro de las “clases medias bajas”, un segmento que AMLO no considera tan relevante, pues no puede incidir en su nivel de vida de manera directa a través de sus programas sociales.

Así, AMLO sabe que ese 67.6% de la población pobre y con carencias sociales, es su objetivo, pues las ayudas y apoyos gubernamentales para esa población son fundamentales para no caer en la pobreza extrema; y es ahí, en esos segmentos de la población en los que AMLO y su coalición gobernante encuentran su principal apoyo.

En cambio, las clases medias, que constituyen el 23.5% de la población No pobre y No Vulnerable,, no necesita, no solicita el apoyo gubernamental y por lo tanto, no se convierte en una plataforma de apoyo a su gobierno.

En cambio, esa franja social ha sido el apoyo fundamental del partido de derecha más antiguo y establecido del país, el Partido Acción Nacional.

De ahí que AMLO, una vez que desfondó por completo (o casi ) al PRD, y casi ha desfondado al PRI, ha dedicado la segunda parte de su gobierno (desde 2021) a atacar políticamente (y con distintas legislaciones) a la base de apoyo del PAN, esto es, las clases medias.

En las elecciones intermedias del 2021 se dio perfectamente cuenta que esas clases medias, que en alguna medida habían votado por él y su partido en el 2018, hartas de la violencia y corrupción de los gobiernos del PRI y del PAN, ya no estaban dispuestas a seguir apoyándolo si no cambiaba sus políticas públicas que las estaban afectando (despidos de miles de burócratas en el gobierno, una de las fuentes principales de ingresos de las clases medias; disminución significativa de los apoyos gubernamentales en ciencias, artes, deportes, medio ambiente, etc, en donde esas clases tienen una participación fundamental; mínimos apoyos a las micro y pequeñas empresas durante la pandemia del Covid, etc.).

Por ello la estrategia de AMLO para el 2024 es provocar el enojo, la ira de las clases medias que apoyan al PAN, a través de sus continuos insultos y descalificaciones, con objeto de que el “bando conservador” se agrupe en una sola coalición a la que pueda enfrentar la coalición gubernamental en el 2024, confiando en que su hegemonía en los gobiernos estatales y municipales; su próximo asalto al árbitro electoral, a través del nombramiento de 4 consejeros electorales (de los 11 que hay) afines al gobierno ( suponiendo que la Suprema Corte finalmente considere inconstitucionales las reformas que AMLO logró aprobar en el Congreso y que le dan al gobierno amplio margen de usar los recursos públicos y la propaganda gubernamental en favor de sus candidatos) y la unificación de su coalición en el apoyo a su preferida para ser la candidata presidencial oficialista (la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum), logren un triunfo arrollador en las elecciones presidenciales y para renovar el Congreso en el 2024.

AMLO pretende propinarle una derrota aplastante al PAN y a su base electoral, como para así afianzar definitivamente el poder de su coalición por varios decenios.

Confía en que su base electoral, una vez energizada y organizada será muy superior a la de sus rivales; y con una victoria aplastante consolidará el poder de su sucesora designada y su paso a la historia como uno de los “más grandes presidentes de la historia”.

Ese es su objetivo. Que lo logre ya es otro cantar.



[1] Conformada por exdirigentes y miembros del Partido de la Revolución Democrática, del Partido Revolucionario Institucional; así como los partidos mercenarios del Trabajo y Verde Ecologista de México; un grupo de plutócratas que lo apoya (su Consejo Asesor Empresarial); la cúpula de las fuerzas armadas; una parte del sindicalismo antes priista y hoy morenista; y sobre todo, los 25 millones de beneficiarios de los programas sociales del gobierno federal.

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