¿Para qué fue a Washington?
Nadie parece
haberle advertido a López Obrador que le iban a ‘cobrar’ el boicot a la Cumbre
de las Américas durante la reunión en la Casa Blanca con Joe Biden.
Raymundo
Riva Palacio
julio 13,
2022
El
presidente Andrés Manuel López Obrador le debió haber hecho caso a su viejo
instinto y patear para adelante la invitación del presidente Joe Biden hace
casi un mes para visitarlo en la Casa Blanca. Aquella iniciativa de Biden fue
un control de daños por el boicot del mexicano a la Cumbre de las Américas,
pero lo que nadie parece haberle advertido a López Obrador es que se lo iban a
cobrar. La visita fue terrible de principio a fin. A López Obrador le dieron un
trato de segunda, no como principal socio comercial de Estados Unidos, y lo
maltrataron. No parece haberse dado cuenta el presidente mexicano de las
señales de disgusto, y contribuyó con errores profundos en sus mensajes.
López
Obrador fue políticamente degradado. No fue Biden con quien tuvo la
conversación sustantiva, sino con la vicepresidenta Kamala Harris. No hubo
nuevos acuerdos significativos, sino proyectos que se venían trabajando con
gobiernos anteriores. No hubo mensajes desde el Jardín de las Rosas, sino
sentados en la Oficina Oval, que protocolariamente es una reducción de la
calidad de la visita. No hubo comida con empresarios de los dos países, sino un
encuentro este miércoles con los ejecutivos de compañías de ambos países sin la
presencia de Biden. Todo el tiempo le restregó el estadounidense en la cara a
López Obrador la Cumbre de las Américas. Y aunque lo invitó a la Casa Blanca,
lo hizo el día en que menos tiempo tenía para él, horas antes de que partiera a
un viaje de alto valor estratégico a Israel y Arabia Saudita.
López
Obrador no leyó, ni antes ni después, los símbolos de esta visita, cayendo en
una especie de trampa donde contribuyeron quienes negociaron la agenda y el
formato por la parte mexicana –encabezados por el canciller Marcelo Ebrard y el
embajador en Washington, Esteban Moctezuma–, que descuidaron la alta
investidura de López Obrador y lo dejaron vulnerable. El Presidente no tuvo
realmente agenda, y tras las pláticas con Biden y Harris ya no tenía nada que
hacer. No habló con ninguna organización mexicana o hispana, ni con ningún
legislador. Se limitó a visitar los monumentos de Franklin Delano Roosevelt y
de Martin Luther King.
El mal
trabajo preparatorio realizado por los mexicanos fue parte del maltrato a López
Obrador. No se definió si era una visita oficial –como tuvo su esposa, Beatriz
Gutiérrez Müller con Jill Biden–, de trabajo –que no está claro porque no hubo
reuniones con comitivas ampliadas– o de qué tipo fue. La propia Cancillería
mexicana redujo la exposición de López Obrador, que de sí poco importó en
Washington.
El embajador
de Estados Unidos en México, Ken Salazar, criticado por su cercanía a López
Obrador, fue ignorado completamente en la preparación del viaje por la parte
estadounidense. En el briefing de la Casa Blanca, la víspera,
la información sobre la visita fue absolutamente irrelevante. De 8 mil 750
palabras en la transcripción del briefing, sólo 94 se refirieron al
viaje del Presidente, cuyo deslavado interés por él no mereció ni una sola
pregunta.
La reunión
menos superficial que tuvo López Obrador fue la que sostuvo con la
vicepresidenta Harris, que lo invitó junto con su pequeña comitiva a un
desayuno de trabajo en su casa. Ahí, por lo que se informó públicamente,
tampoco se llegó a nada. El comunicado de la oficina de Harris sobre el
encuentro no tuvo nada distinto a lo informado muchas veces antes, el ‘trabajo
conjunto’ para atacar las raíces de la migración centroamericana, aunque fue
notorio que ya se excluyó de la retórica los programas Sembrando Vida y Jóvenes
Construyendo el Futuro. Hablaron sobre la necesidad de coinversiones con el
sector privado en el sur de México y, como lo han venido haciendo por meses,
“acordaron explorar una mayor cooperación”. O sea, nada de nada.
Con Biden no
le fue mejor. Quizá se puede decir que peor. López Obrador le quiso dar una
lección de historia norteamericana al hablar de Franklin Delano Roosevelt, y
presionarlo para que no le haga caso a los ‘conservadores’ y acelere una
reforma migratoria. Biden, que a lo largo del soliloquio de media hora de López
Obrador parecía sonreír y contener los bostezos, lo corrigió sobre el perfil
político en su país, y le dijo que había que tener paciencia. López Obrador le
habló de visas agrícolas, y Biden le dijo que eso lo habían acordado en la
Cumbre de las Américas. López Obrador se refirió a China como la “fábrica del
mundo”, al hacer un alegato sobre lo falso de la globalización, y Biden lo
desmintió. Estados Unidos produce más, puntualizó.
López
Obrador había dicho que iba a presentarle a Biden un plan para contener
conjuntamente la inflación, pero a la hora de la verdad, no propuso nada. Sin
embargo, se sacó de la manga una monumental ocurrencia: duplicar los
inventarios de gasolina en la frontera de México con Estados Unidos, ¡para que
los estadounidenses se crucen a comprar gasolina a México! López Obrador parece
creer que nadie se ha dado cuenta que los precios de gasolina en este país, que
son menores que en Estados Unidos, obedecen a una política de subsidio que está
deshidratando las finanzas nacionales.
El programa
Bracero que propuso, recordando el que instauró Roosevelt cuando requerían mano
de obra agrícola, lo ignoraron. La cancelación de aranceles para alimentos,
tampoco tuvo eco. Su plan para inversiones pública y privada para producir
bienes y fortalecer el mercado, fue desmantelado cuando Biden refutó sus
afirmaciones, producto de la mala información en su cabeza. Hay que actuar con
arrojo, le dijo a Biden a los ojos, transformar y no mantener el statu
quo. El jefe de la Casa Blanca sólo sonreía. Para lo que logró el
Presidente en Washington, era mejor que no hubiera ido. Regresará con las manos
vacías, y evidenciado porque, pese al lenguaje diplomático, no se pudieron
ocultar las diferencias que lo hacen tan distante de Biden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario