500 AÑOS
Era el día
1-serpiente del año 3-casa[1], para los habitantes de
Tenochtitlán; para los conquistadores españoles, era el día de San Hipólito, el
13 de agosto de 1521.
Se cumplen
500 años de la derrota del Imperio Azteca, y la caída de su capital
Tenochtitlán, ante la alianza de españoles e indígenas.
En los Anales
de Tlatelolco[2] la voz de los
vencidos narra lo que sucedió ese último día de la feroz resistencia de los
habitantes de la Gran Tenochtitlán, ante los invasores:
“Pasaron
veinte días en constante batalla entre unos y otros en Nonoalco.”
“Se
pusieron en fila llevando los cañones. Los precede el gran estandarte de
lienzo…Van tañendo sus tambores, van tocando sus trompetas.”
“Entonces
los huexotzinca y tlaxcalteca levantaron tiendas en los dos lados del camino”.
“De un
lado y otro hay muertos, de un lado y otro hay cautivos”.
“En ese
tiempo los mexica-tenochca vinieron a refugiarse en Tlatelolco. Era general el
llanto. Muchos maridos buscan a sus mujeres. Unos llevan en los hombros a sus
hijos.”
“Atraparon
a quince españoles…Del todo los dejaron desnudos, luego así ya convertidos en
víctimas, los sacrificaron.”
“Nuestros
enemigos se apoderaron de las cosas haciendo fardo de ellas. Van tomando cuanto
hallan por donde van pasando, todo lo que sale a su paso.”
“Ya están
aquí los señores de Tlaxcala, Huexotzingo, Cholula, Chalco, Acolhuacan,
Cuauhnahuac, Xochimilco, Mizquic, Cuitlahuac y Colhuacan….desamparen al
tenochca para que perezca solo.”
“Ya
marchan los españoles, cautelosamente van caminando. A su espalda van en fila
los tlaxcaltecas.”
“Hemos
comido palos de colorín, hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe,
lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos.”
“Hoy vi
que todo fue arruinado, que no hay nadie de aquellos que se llame Tenochca.”
“Y todo
el pueblo estaba plenamente angustiado. Padecía de hambre, desfallecía de
hambre. No bebían…agua limpia. Nada hay como este tormento.”
“Así
sucedió con nosotros, esto fue lo que vimos, lo que vimos con asombro dignos de
lágrimas, digno de compasión.”
“En los
caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están
las casas, enrojecidos tienen sus muros.”
“Gusanos
pululan por calles y plazas y en las paredes están salpicados los sesos, rojas
están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos es como si bebiéramos
agua de salitre.”
“Han
aprehendido a Cuauhtémoc, es cercado por la guerra el Tenochca, es cercado por
la guerra el Tlatelolca.”
La derrota
de Tenochtitlán constituyó la caída de un imperio que se había formado en el
último sigo, y que por lo tanto era relativamente nuevo.
Había
sojuzgado a pueblos vecinos y se había extendido hacia el Sur, el Occidente y
el Oriente. Y una vez que el conquistador Hernán Cortés va derrotando enemigos
en su camino hacia México-Tenochtitlán (1519-21), va sumando también a los
vencidos y a otros que prefieren el vasallaje a los españoles que al Imperio
Azteca (Cempoala, Tlaxcala, Huexotzingo, Huaquechula, Acatzingo, Izúcar, entre
otros).
Mientras
algunos otros ofrecerán resistencia a los conquistadores como en Malinalco,
Matalzingo y Atlixco.[3]
Así, la
conquista tiene un innegable componente indígena (algunas crónicas hablan
incluso de que los españoles llegaron a reunir a cerca de 150 mil indígenas
para la toma de Tenochtitlán).
Cortés
aprovecha las disputas de los distintos pueblos tributarios de los
mexicas-tenochcas en su favor; y al mismo tiempo, las disputas internas en el
Imperio Azteca entre quienes deseaban enfrentar a los conquistadores desde su
llegada, como el hermano del emperador Moctezuma, Cuitláhuac; y aquellos que
esperaban llegar a algún tipo de acuerdo con los españoles, como el sobrino de
Moctezuma, Cacama.
La visión de
los negociadores o pacifistas prevaleció, lo que abrió las puertas de Tenochtitlán
a ese grupo de españoles que venían de la España triunfadora sobre los moros
(1492), que se sentía predestinada para difundir por el mundo el catolicismo, y
que requería darle una salida a miles de soldados de fortuna que habían peleado
por décadas contra el moro, y que asolaban los caminos españoles, una vez
terminada la reconquista de la península.
Aunque el
mestizaje entre españoles y pueblos originarios no inicia en 1521, pues ya
desde que un barco español naufragara en la península de Yucatán en 1512, dos
de los sobrevivientes, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero son hechos
prisioneros primero y después acaban formando parte de la sociedad maya, al
casarse con mujeres nativas (después Aguilar se uniría a Cortés, sirviéndole de
intérprete; mientras que Guerrero, decidiría ayudar a los mayas en su lucha
contra Francisco de Montejo, que intentó tomar por la fuerza las tierras
mayas), sí se inicia la historia de algo nuevo, distinto, que primero sería la
tierra de los conquistadores, para después convertirse en colonia del imperio
español, y finalmente en lo que hoy es México.
Las
herencias indígenas y española han estado en constante fusión y conflicto desde
entonces, no sólo en México, sino en otros países de América Latina, lo que ha
generado numerosos estudios, interpretaciones y debates sobre el resultado del
choque, fusión, antagonismo, superposición, síntesis de los mundos europeo y
amerindio.
Octavio Paz,
en El Laberinto de la Soledad, afirma sobre el particular, lo siguiente:
“En resumen,
se contemple la Conquista desde la perspectiva indígena o la española, este
acontecimiento es expresión de una voluntad unitaria. A pesar de las
contradicciones que la constituyen, la Conquista es un hecho histórico
destinado a crear una unidad de la pluralidad cultural y política
precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y Estados del
mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo
Señor. Si México nace en el S.XVI, hay que convenir que es hijo de una doble
violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles”.[4]
Y para dar
un contexto más amplio a esta continua lucha de contrarios, que acaban siendo
siameses, incluimos estas reflexiones de Carlos Fuentes en Tiempo mexicano[5]:
“La
existencia misma de ese mundo frágil, y profundo, del indio mexicano nos propone
una pregunta que solemos evadir o condenar: ¿Vamos a arrebatarle a toda esa
gente maravillosa su comunidad y su cultura reales, una cultura que no está en
los museos, sino en los cuerpos, en la manera de caminar, en la manera de
saludar, de bailar, de imaginar, para imponerles los fetiches del racionalismo
y el progreso que nos vienen del S. XVIII? Artaud, durante su viaje a México,
escribió que una cultura que concibe el cuerpo separado del espíritu es una
cultura sin ligas colectivas: entre los indios mexicanos, en cambio, espíritu y
materia son lo concreto, añade Artaud, jamás se cansa de obrar, de extraer algo
de nada; la mejor prueba de ello es que estas comunidades han logrado
sobrevivir culturalmente a la conquista, el despojo, el asesinato y la
injusticia de cuatro siglos (ahora cinco)”.
[1]
Moreno Toscano, Alejandra (1981) El siglo de la conquista. En Historia
General de México Tomo 1 (pp.289-370); Ciudad de México; El Colegio de México.
[2]
Ibidem. PP. 292-309.
[3]
Ibid..p. 315
[4]
Paz, Octavio (1973); El Laberinto de la Soledad, Ciudad de México, Fondo de
Cultura Económica (FCE): p. 90
[5]
Fuentes, Carlos (1980); Tiempo mexicano; Ciudad de México; Cuadernos de Joaquín
Mortiz; p.36
No hay comentarios:
Publicar un comentario