Estados Unidos, la democracia que
nunca fue
Marcos Roitman Rosenmann
https://www.jornada.com.mx/2021/01/08/politica/013a1pol
Vaya por delante la condena.
Pero de allí a lanzar loas a la democracia estadunidense es una falta de
respeto. Menos aun señalar su ejemplaridad. Azuzados por el presidente Donald
Trump, sus seguidores no dudaron en asaltar el Capitolio bajo la consigna de
haber sido víctimas de fraude y robo en las elecciones presidenciales. Son
muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Cien
representantes en la Cámara y siete senadores han negado validez al triunfo de
Biden. Para ellos, América se encuentra secuestrada por vendepatrias. Por
consiguiente, la sociedad estadunidense es víctima de una conspiración de
negros, latinos, minorías sexuales, comunistas y socialistas, cuya finalidad es
destruir el país.
Las
imágenes de ciudadanos trepando paredes, rompiendo ventanas, invadiendo
despachos, son un jarro de agua fría para quienes han aupado a Estados Unidos
como salvaguarda de la democracia mundial. Analistas políticos, especialistas
en relaciones internacionales, corresponsales, hacen piña. Sólo hay un
responsable de la violencia: Donald Trump, un desequilibrado que no asume su
derrota. Las cadenas de radio y televisión informan en tiempo real y a la par
dan a conocer tuits de jefes de Estado y gobierno occidentales mostrando su
rechazo a la toma del Capitolio y su reconocimiento a Joe Biden. El momento era
relevante, se estaba validando formalmente, en sesión plenaria, la designación
de Joe Biden como presidente. Penúltimo acto para el traspaso de poderes en la
Casa Blanca el 20 de enero. Pero el ícono del poder legislativo, el Capitolio,
era víctima de un ataque, según diría Hillary Clinton, perpetrado por
terroristas nacionales. El acto protocolario se veía empañado, suspendiéndose
la votación que ratificaba a Joe Biden como presidente.
La invasión se cobraba la primera víctima, una mujer era abatida
mientras trataba de colarse en la sala de sesiones.
Definir
el sistema político estadunidense como una democracia, salvo que el concepto
quede restringido a la mínima expresión, resulta poco serio. De ser así, son
hechos auténticamente democráticos morirse de hambre o no tener cobertura
médica. Pero vayamos a deshacer el entuerto. Esos senadores y diputados,
reunidos en sesión plenaria, salvo excepciones, son los que, independientemente
de su partido, han avalado anexiones territoriales, guerras, invasiones, golpes
de Estado, bloqueos a terceros países, consolidado tiranías y financiado
gobiernos autocráticos, lo cual contradice su respeto y apego a los valores
democráticos. En América Latina, Asia y África hay ejemplos que harían
enrojecer a cualquier demócrata. Sin olvidar que Trump no ha sido el primer
presidente en mentir. Desde el genocidio de los pueblos originarios, la anexión
de los territorios pertenecientes a México, la guerra contra Cuba, Vietnam y
más recientemente la guerra contra Irak se fundan en mentiras. ¿Acaso se
encontraron las armas de destrucción masiva? Ésa es la historia de Estados
Unidos. Howard Zinn, Charles W. Mills, Sheldon Wolin o Noam Chomsky, entre
otros, han cuestionado el sistema político que prevalece en Estados Unidos,
tras sus actuaciones en Vietnam, Centroamérica, Chile e Irak, además de las
leyes emergentes con posterioridad al 11 de septiembre de 2001. Totalitarismo
invertido es la definición de Wolin para referirse al orden político en Estados
Unidos, nacido de los atentados a las Torres Gemelas.
Presidentes
como Kennedy, Nixon, Carter, Ford, Clinton, Reagan o Bush, padre e hijo, con
todos los matices, se han saltado preceptos democráticos como la no
intervención, el derecho de autodeterminación o el respeto a los derechos
humanos. Además, durante sus administraciones, han utilizado mecanismos poco
ortodoxos, democráticamente hablando, como avalar la tortura, crear noticias
falsas, contratar mercenarios o desvalijar países enteros de sus riquezas. Sin
despreciar la persecución a periodistas y aplicar la censura en las
informaciones sobre las actividades de espionaje en su propio país o a sus
aliados. Julian Assange y Edward Snowden son un ejemplo de lo dicho.
Crímenes
y criminales de guerra, cuya impunidad está garantizada al no reconocer el
Tribunal Internacional Penal, campan por su territorio, dan conferencias y
reciben premios Nobel. Henry Kissinger, sin ir más lejos. Ninguna
administración estadunidense está libre de haber patrocinado guerras, vender
armas, traficar con estupefacientes, derrocar gobiernos democráticos y torcer
el brazo a quienes se enfrentan y rechazan sus políticas unilaterales de corte
autoritario. Pero si no es suficiente, debemos recordar que en su política
doméstica Trump no ha sido una anomalía, al margen de sus excentricidades.
Obtuvo más de setenta millones de votos. Además, las organizaciones
supremacistas, neonazis, llevan décadas existiendo. La Asociación Nacional del
Rifle y lobby, que van desde las farmacéuticas, compañías de seguros,
multinacionales de la alimentación y las empresas tecnológicas de Silicon
Valley, cuentan con un apoyo bipartidista. El Ku Klux Klan, el Tea Party, White
Power, Skin Heads o Metal Militia no han sido creados por Trump, otra cosa es
que los condene. Por otro lado, fue Barack Obama, premio Nobel de la Paz, quien
aceleró la construcción del muro fronterizo con México, y según José Manuel
Valenzuela Arce en Caminos del éxodo humano, durante su presidencia las
deportaciones sumaron 2 millones 800 mil personas. En resumen, definir el
sistema político bipartidista que rige Estados Unidos como un orden democrático
es un despropósito si se trata de caracterizar el régimen político. Otra cosa
es defender el imperialismo estadunidense, sus estructuras de poder y
dominación y adjudicarles el papel de guardián de los valores occidentales,
dizque democráticos. Pero ya sabemos, democracia y capitalismo son
incompatibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario