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Zapata

miércoles, 6 de enero de 2021

 

WASHINGTON CONVERTIDO EN UN CIRCO

La irrupción de manifestantes favorables a Donald Trump en el Capitolio de Washington, obligando a la interrupción de la sesión conjunta del Congreso donde se certificarían los resultados de la elección presidencial del 3 de noviembre del año pasado, en la que triunfó el demócrata Joe Biden, no sólo representa la creciente disfuncionalidad de un sistema electoral que requiere reformarse, sino la profunda división que existe en la sociedad estadounidense sobre la estructura de poder del país, las desigualdades económicas, la globalización, el cambio climático, la migración, el racismo, y el creciente costo financiero y humano que el imperio estadounidense genera a su población.

Si bien el saliente presidente Donald Trump ha representado una desviación del típico mandatario estadounidense, al incitar a sus seguidores a desconocer los resultados y a cuestionar la legalidad de las últimas elecciones presidenciales, no quiere decir que ello sea un reflejo sólo de la errática y provocadora personalidad de Trump, sino de un serio desgaste de un sistema político que arrogantemente se ha preciado de ser el modelo de la democracia moderna en el mundo.

Varios procesos han ido fracturando un sistema político que fue concebido como una estructura de poder para beneficiar a un segmento social privilegiado en las 13 colonias originales del imperio británico, y que después se fue adaptando al crecimiento geográfico, económico y militar del país, hasta convertirse en una potencia mundial, y eventualmente en la superpotencia única del planeta.

Así, la bucólica visión que los estadounidenses enseñan a sus hijos de una historia surgida de pequeños pueblos y comunidades que se abrieron paso con su esfuerzo y trabajo duro, venciendo todos los obstáculos, incluidas las guerras contra pueblos más débiles, que ocupaban las tierras que ahora forman ese país (como los llamados “indios” es decir, los pueblos originarios; los mexicanos, hawaianos, etc.), se ha venido contraponiendo a lo largo de los años, con una historia de despojos, guerras de conquista, expansión territorial y económica y coerción de todo tipo sobre numerosos países del mundo, con objeto de formar y mantener un imperio mundial.

Así, los seguidores de Donald Trump, que a decir del senador republicano por Texas, Ted Cruz, conforman alrededor del 40% de la población del país, han experimentado en los últimos 30 años una marcada disminución en su nivel del vida, en tanto que el sistema económico ha ido concentrando la mayor parte de los ingresos en los segmentos más adinerados; ha visto como ciudades y regiones enteras se han visto devastadas por la salida de fábricas hacia países subdesarrollados, en donde la mano de obra, los impuestos y las regulaciones son mucho menores, permitiendo así a las grandes corporaciones mantener altas tasas de ganancia; han sido obligados a formar parte de numerosas aventuras militares en países que no podrían ubicar en un mapa (Irak, Afganistán, Siria, etc.), supuestamente para combatir al “terrorismo”, lo que ha provocado miles de muertes entre las fuerzas armadas estadounidenses, miles y miles de heridos y permanentemente discapacitados; y decenas de miles más con desordenes psicológicos, no sólo por el estrés que un conflicto armado genera, sino también por las barbaridades que los obligan a hacer sus comandantes y los “contratistas privados” que ahora forman parte de los contingentes que intervienen en dichas guerras. Todo ello ha ocasionado que millones de estadounidenses se queden sin empleo, por la relocalización de las empresas, o discapacitados por la guerra, y sin grandes opciones para reincorporarse productivamente a la sociedad, llevándolos al abuso de drogas y alcohol, y a una creciente tasa de suicidios; y además, estas aventuras militares han provocado gastos enormes (de más de 7 trillones de dólares), que se hubieran podido utilizar para mejorar la infraestructura del país.

Si a todo lo anterior se suma la pandemia del coronavirus, muy mal manejada por el gobierno de Trump, que ha llevado a que Estados Unidos sea el país en el mundo, con más infectados y más muertos por el virus; y la crisis económica que ha vivido el país por las medidas de confinamiento, es comprensible que esa parte del electorado estadounidense esté buscando culpables por su situación económica y social cada vez más angustiante.

Del otro lado, un sector importante del electorado estadounidense ve a la mayoría blanca del país (alrededor del 60% de la población), como los privilegiados, que tienen los mejores empleos, que no son discriminados por su color de piel; que no forman la mayoría de quienes están en las cárceles (la mayoría son negros y latinos); que no tienen que depender de las ayudas gubernamentales y que no son usados, como “chivos expiatorios” de todos los problemas de inseguridad, violencia, desempleo, deterioro urbano, etc. que se presentan en muchísimas de las grandes ciudades estadounidenses.

Las élites estadounidenses, para su beneficio político y económico propio, han acentuado estas divisiones, a través de discursos políticos incendiarios y sesgos informativos de los medios de comunicación (por ej. Fox con los conservadores, CNN con los liberales), evitando así que pueda generarse un diálogo y eventualmente algún tipo de entendimiento.

Si a lo anterior se suma, de manera determinante, el afán de las élites económica y política de Estados Unidos por mantener, a toda costa la hegemonía mundial, sin importar que se arriesgue incluso el inicio de una Tercera Guerra Mundial, y la lacayuna subordinación de dichas élites a los deseos, mandatos y hasta caprichos de una minoría enormemente poderosa que aboga en todo y por todo en favor del expansionismo territorial, el dominio político, económico y militar de Israel en el Medio Oriente, resulta evidente que la gran mayoría de la población de dicho país queda excluida de esas determinaciones, que lastiman al ciudadano común, quien es manipulado por los políticos y los grandes medios de comunicación para que culpe a la otra mitad de lo que le sucede, cuando son los gobernantes (de ambos partidos) y las élites económicas de dicho país, los que han llevado a la población a una situación insostenible, que provoca arranques de furia (con la incitación de Trump en este caso) como el que provocó la toma del Capitolio; y antes, las protestas antirraciales, que acabaron en verdaderos motines, incitadas en su momento, por los dirigentes del Partido Demócrata.

Por ello, mientras los dirigentes de Estados Unidos tengan como su principal objetivo mantener a su país como la “única superpotencia” mundial, sin importarles los costos políticos, económicos y sociales que internamente eso ocasiona; si no están dispuestos a hacer concesiones a diferentes grupos sociales, que han visto como su nivel de vida se deteriora y en cambio ven como se desperdician miles de millones de dólares en mantener una estructura de dominación en el exterior (con lo que se ha gastado en guerras los últimos 20 años, se pudo financiar un sistema de salud universal, que se podría mantener en el futuro, si el abrumador gasto militar se redujera a la mitad, con lo que de todas formas sería el país con el mayor gasto militar del mundo); y si el sistema económico sigue enfocado en mantener una tasa de ganancia descomunal para las corporaciones y para un reducido grupo de plutócratas, es factible que las protestas sociales se incrementen en los próximos años, y ya no resulte tan sorprendente que se tornen violentas, como sucedió en Washington.

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