WASHINGTON CONVERTIDO EN UN CIRCO
La irrupción
de manifestantes favorables a Donald Trump en el Capitolio de Washington,
obligando a la interrupción de la sesión conjunta del Congreso donde se
certificarían los resultados de la elección presidencial del 3 de noviembre del
año pasado, en la que triunfó el demócrata Joe Biden, no sólo representa la
creciente disfuncionalidad de un sistema electoral que requiere reformarse,
sino la profunda división que existe en la sociedad estadounidense sobre la
estructura de poder del país, las desigualdades económicas, la globalización,
el cambio climático, la migración, el racismo, y el creciente costo financiero
y humano que el imperio estadounidense genera a su población.
Si bien el
saliente presidente Donald Trump ha representado una desviación del típico
mandatario estadounidense, al incitar a sus seguidores a desconocer los
resultados y a cuestionar la legalidad de las últimas elecciones
presidenciales, no quiere decir que ello sea un reflejo sólo de la errática y
provocadora personalidad de Trump, sino de un serio desgaste de un sistema
político que arrogantemente se ha preciado de ser el modelo de la democracia moderna
en el mundo.
Varios
procesos han ido fracturando un sistema político que fue concebido como una
estructura de poder para beneficiar a un segmento social privilegiado en las 13
colonias originales del imperio británico, y que después se fue adaptando al
crecimiento geográfico, económico y militar del país, hasta convertirse en una
potencia mundial, y eventualmente en la superpotencia única del planeta.
Así, la
bucólica visión que los estadounidenses enseñan a sus hijos de una historia
surgida de pequeños pueblos y comunidades que se abrieron paso con su esfuerzo
y trabajo duro, venciendo todos los obstáculos, incluidas las guerras contra
pueblos más débiles, que ocupaban las tierras que ahora forman ese país (como los
llamados “indios” es decir, los pueblos originarios; los mexicanos, hawaianos,
etc.), se ha venido contraponiendo a lo largo de los años, con una historia de
despojos, guerras de conquista, expansión territorial y económica y coerción de
todo tipo sobre numerosos países del mundo, con objeto de formar y mantener un
imperio mundial.
Así, los
seguidores de Donald Trump, que a decir del senador republicano por Texas, Ted Cruz,
conforman alrededor del 40% de la población del país, han experimentado en los
últimos 30 años una marcada disminución en su nivel del vida, en tanto que el
sistema económico ha ido concentrando la mayor parte de los ingresos en los segmentos
más adinerados; ha visto como ciudades y regiones enteras se han visto
devastadas por la salida de fábricas hacia países subdesarrollados, en donde la
mano de obra, los impuestos y las regulaciones son mucho menores, permitiendo así
a las grandes corporaciones mantener altas tasas de ganancia; han sido obligados
a formar parte de numerosas aventuras militares en países que no podrían ubicar
en un mapa (Irak, Afganistán, Siria, etc.), supuestamente para combatir al “terrorismo”,
lo que ha provocado miles de muertes entre las fuerzas armadas estadounidenses,
miles y miles de heridos y permanentemente discapacitados; y decenas de miles
más con desordenes psicológicos, no sólo por el estrés que un conflicto armado
genera, sino también por las barbaridades que los obligan a hacer sus
comandantes y los “contratistas privados” que ahora forman parte de los contingentes
que intervienen en dichas guerras. Todo ello ha ocasionado que millones de estadounidenses
se queden sin empleo, por la relocalización de las empresas, o discapacitados
por la guerra, y sin grandes opciones para reincorporarse productivamente a la
sociedad, llevándolos al abuso de drogas y alcohol, y a una creciente tasa de suicidios;
y además, estas aventuras militares han provocado gastos enormes (de más de 7
trillones de dólares), que se hubieran podido utilizar para mejorar la infraestructura
del país.
Si a todo lo
anterior se suma la pandemia del coronavirus, muy mal manejada por el gobierno
de Trump, que ha llevado a que Estados Unidos sea el país en el mundo, con más
infectados y más muertos por el virus; y la crisis económica que ha vivido el
país por las medidas de confinamiento, es comprensible que esa parte del
electorado estadounidense esté buscando culpables por su situación económica y
social cada vez más angustiante.
Del otro
lado, un sector importante del electorado estadounidense ve a la mayoría blanca
del país (alrededor del 60% de la población), como los privilegiados, que tienen
los mejores empleos, que no son discriminados por su color de piel; que no
forman la mayoría de quienes están en las cárceles (la mayoría son negros y
latinos); que no tienen que depender de las ayudas gubernamentales y que no son
usados, como “chivos expiatorios” de todos los problemas de inseguridad,
violencia, desempleo, deterioro urbano, etc. que se presentan en muchísimas de
las grandes ciudades estadounidenses.
Las élites
estadounidenses, para su beneficio político y económico propio, han acentuado
estas divisiones, a través de discursos políticos incendiarios y sesgos
informativos de los medios de comunicación (por ej. Fox con los conservadores,
CNN con los liberales), evitando así que pueda generarse un diálogo y
eventualmente algún tipo de entendimiento.
Si a lo
anterior se suma, de manera determinante, el afán de las élites económica y
política de Estados Unidos por mantener, a toda costa la hegemonía mundial, sin
importar que se arriesgue incluso el inicio de una Tercera Guerra Mundial, y la
lacayuna subordinación de dichas élites a los deseos, mandatos y hasta
caprichos de una minoría enormemente poderosa que aboga en todo y por todo en
favor del expansionismo territorial, el dominio político, económico y militar
de Israel en el Medio Oriente, resulta evidente que la gran mayoría de la
población de dicho país queda excluida de esas determinaciones, que lastiman al
ciudadano común, quien es manipulado por los políticos y los grandes medios de comunicación
para que culpe a la otra mitad de lo que le sucede, cuando son los gobernantes
(de ambos partidos) y las élites económicas de dicho país, los que han llevado
a la población a una situación insostenible, que provoca
arranques de furia (con la incitación de Trump en este caso) como el que
provocó la toma del Capitolio; y antes, las protestas antirraciales, que
acabaron en verdaderos motines, incitadas en su momento, por los dirigentes del
Partido Demócrata.
Por ello,
mientras los dirigentes de Estados Unidos tengan como su principal objetivo
mantener a su país como la “única superpotencia” mundial, sin importarles los
costos políticos, económicos y sociales que internamente eso ocasiona; si no
están dispuestos a hacer concesiones a diferentes grupos sociales, que han
visto como su nivel de vida se deteriora y en cambio ven como se desperdician miles
de millones de dólares en mantener una estructura de dominación en el exterior
(con lo que se ha gastado en guerras los últimos 20 años, se pudo financiar un
sistema de salud universal, que se podría mantener en el futuro, si el abrumador
gasto militar se redujera a la mitad, con lo que de todas formas sería el país
con el mayor gasto militar del mundo); y si el sistema económico sigue enfocado
en mantener una tasa de ganancia descomunal para las corporaciones y para un
reducido grupo de plutócratas, es factible que las protestas sociales se
incrementen en los próximos años, y ya no resulte tan sorprendente que se
tornen violentas, como sucedió en Washington.
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