Decir que
México vive una crisis ya no es novedad. La ha vivido desde hace décadas,
primero con gobiernos autoritarios y corruptos como los del PRI y después con
los gobiernos neoliberales del PRI y el PAN, durante los cuales la pobreza,
desigualdad, violencia, inseguridad, bajo crecimiento económico, corrupción e
impunidad, se arraigaron en el país como problemas permanentes.
La llegada
de un supuesto gobierno de izquierda, comprometido con la población en general,
más que con las élites económicas y políticas, en 2018, esperanzó al pueblo
mexicano sobre la posibilidad de que esos graves problemas que han hundido al país
podrían empezar a resolverse.
Sin embargo,
el gobierno de López Obrador no sólo se ha enfrentado con la previsible oposición
e incluso intentos de sabotaje de sus enemigos políticos a sus políticas
públicas, sino también con un proyecto de reforma del sistema político y
económico vigente, pomposamente denominado “Cuarta Transformación” que en
realidad ha seguido en materia de política económica las pautas del modelo neoliberal;
en materia de seguridad se ha seguido la “estrategia” de usar al aparato
militar, ahora bajo el manto de una nueva corporación, la Guardia Nacional; y
en materia social se han echado a andar diversos programas, basados en la
entrega de dinero en efectivo a distintos segmentos de la población, sobre los que
aún falta por evaluar sus beneficios, especialmente si con ellos efectivamente
se abatirá la pobreza y la desigualdad.
La realidad
en números es que el país tuvo un crecimiento 0 en 2019, y las previsiones de
organismos económicos y financieros internacionales para el 2020 no es mayor al
1%.
El
presidente de México confía en que sus proyectos de obra pública como el
Aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, el Corredor Transístmico y los cientos
de miles de millones de pesos comprometidos por los empresarios mexicanos para
invertir en distintas obras, más la ratificación del T-MEC por parte de Estados
Unidos y Canadá, podrán sacar de su estancamiento a la economía mexicana y
superar el raquítico 1% que le tienen pronosticado los denominados “expertos”.
El problema
es que para que se realicen esas obras se requiere de la inversión pública, y
esta depende de los recursos fiscales. Para ello el gobierno ha comenzado a
aplicar aumentos velados de la carga impositiva (por más que lo niegue), como
pasar de 0.46% a los rendimientos bancarios y a las inversiones en bolsa en
2018, hasta el 1.45% actual; es decir un 315% de aumento, lo que seguramente
desincentivará el ahorro.
Así también
ha habido aumentos en el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS); que
si bien se aplicó a refrescos y cigarros, también impactó a los combustibles,
que por ejemplo en el caso de la gasolina más vendida en el país, la Magna o
Regular, ha pasado de un promedio de 20.35 a 20.75 pesos el litro.
Y si bien la
inflación medida por el Banco de México se mantiene muy baja (2.83%), que junto
con un aumento muy importante a los salarios mínimos del 20% para el 2020, ha
repercutido en un mejor poder adquisitivo para los salarios en general; también
es cierto que la inflación ocasionada por las alzas de impuestos ha limitado la
recuperación del salario.
Además, la
baja creación de empleos, por el nulo crecimiento económico, está manteniendo
un alto porcentaje de la Población Económicamente Activa en el sector informal,
en donde la productividad es muy baja, no se pagan impuestos y no existen
prestaciones sociales para los trabajadores.
Por lo que
respecta a la inseguridad, el año pasado se registraron más de 36 mil
asesinatos dolosos, convirtiéndolo en el peor desde que se hace este registro;
y para este año se prevé que la cifra permanezca igual de elevada.
Y en materia
social, aún falta saber si los muchos y generosos programas sociales del actual
gobierno tendrán un efecto positivo en la reducción de la pobreza y la
desigualdad, ya que según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social de México (Coneval), en nuestro país, 2 de cada 5 personas
son pobres; dos más están en una situación de vulnerabilidad por sus bajos
ingresos, es decir podrían convertirse en pobres en una recesión o crisis
económica; y sólo uno de 5 no es pobre, ni está en situación de vulnerabilidad
(datos del 2018).
Esto quiere decir
que, de los 128 millones de mexicanos, sólo 25 millones 600 mil no son pobres;
el resto lo es, o muy fácilmente puede caer en la pobreza.
Es indudable
que el reto de este gobierno para revertir problemas tan enormes es mayúsculo;
y además tiene enemigos internos que tratarán de hacerlo fracasar, pero también
es cierto que aplicando las mismas políticas que los anteriores gobiernos, como
por ejemplo confiar en que el tratado comercial con Estados Unidos y Canadá
traerá prosperidad y empleos bien pagados, tal como lo afirmara en su momento
Carlos Salinas cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (lo que nunca sucedió); es o ser muy ingenuo, o mentirle al pueblo de
México una vez más.
Así también,
esperar que los oligarcas mexicanos cumplan con sus promesas de inversión y
sobre todo que no busquen, como siempre, concesiones en materia fiscal,
ambiental o laboral, para realizarlas, es nuevamente, o ser tan inocente como
para tomarles la palabra, o ser “socio” de ellos en sus negocios.
Se ha
hablado mucho en este gobierno de que se ha combatido fuertemente la corrupción
(el robo de gasolina; las compras arregladas en el sector público; los excesos
y abusos de los funcionarios gubernamentales, etc.), pero hasta el momento no
se ha presentado un estudio completo y bien fundamentado de cuantos recursos se
han recuperado o se han dejado de perder; y en donde se han gastado o
invertido.
Los programas
sociales y las obras públicas van a requerir una enorme cantidad de recursos
fiscales, y por lo tanto se ha dicho que vendrá una reforma fiscal fuerte,
después de las elecciones intermedias del 2021.
Mucho se ha
dicho que se gravarán las herencias, el patrimonio, los alimentos y medicinas;
que se disminuirán subsidios en electricidad, gasolina y agua; que aumentarán
los impuestos (aún más) al ahorro y a la inversión bursátil; y al impuesto
sobre la renta.
Una reforma
de este calado lograría muchos recursos para los programas y las políticas
públicas del gobierno. Y también llevaría al colapso el consumo y el ahorro de
la mayor parte de esos 25,600,000 mexicanos que no son pobres. La mayoría de
los cuales son clase media, que es la que normalmente paga la mayoría de los
impuestos a través de pequeñas y micro-empresas, profesiones liberales y como
empleados del gobierno y de empresas privadas. Es la población que está cautiva
al fisco y que siempre carga con las “reformas fiscales” de los gobiernos,
siempre que estos no pueden pagar los muchos compromisos que tienen (una enorme
burocracia; deudas interna y externa, aparato de seguridad, pensiones, obra
pública y programas sociales).
Así que,
para los próximos años no se ve que algún sector de la población mexicana pueda
mejorar su situación, sino todo lo contrario; es factible que una franja
importante de la misma se vea sujeta a una reforma fiscal expoliadora, que
acabará por igualar a la mayoría de mexicanos en la pobreza.
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