Tren Maya: la consulta y el
despojo
Carlos Fazio
Precedida
de una gran campaña de propaganda mediática y trabajo de campo de
funcionarios del Fondo Nacional de Fomento al Turismo y el Instituto Nacional
de los Pueblos Indígenas, ayer 15 de diciembre se efectuó la consulta
participativa sobre el Proyecto de Desarrollo Tren Maya en municipios de
Yucatán, Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, donde existen comunidades
maya, ch’ol, tzeltal y tzotzil.
Bajo la
premisa de que participación es inclusión, corresponsabilidad y
democracia y la consigna ¡Decidamos juntos!, la fórmula para la
fabricación del consentimiento (Chomsky dixit) encubría que la
decisión se tomó antes de la consulta; fue adoptada por el presidente Andrés
Manuel López Obrador desde su asunción, con independencia de la libre
determinación del pueblo maya. Como ha dicho el propio AMLO, llueva,
truene o relampaguee se va a construir el Tren Maya. Lo quieran o no.
Investigadores
críticos han argumentado que el Tren Maya ni es nuevo, ni es sólo un tren, ni
es maya. Y que tampoco sacará a México de la pendiente del neoliberalismo ni
devolverá al Estado su papel rector como motor del desarrollo nacional: incluye
dos megaproyectos de infraestructura en el Istmo de Tehuantepec y la Península
de Yucatán de alcance geopolítico y privado, cuyo objetivo central es la
transformación territorial de la región sur-sureste de México en función de
intereses económicos corporativos y de seguridad estadunidenses. Y como tal,
podría conducir a un nuevo proceso de despojo de tierras bajo propiedad ejidal
en las zonas concernidas (vía la expropiación inducida o francamente
coercitiva) y la consiguiente segregación espacial de población maya.
Para
ello, como señala Josué G. Veiga (La Cuarta Transformación viaja en tren),
junto con la imposición de cierto desarrollo y al margen del Convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre la consulta previa e
informada, el proyecto Tren Maya se ha apropiado de significados e
imaginarios de la cultura maya para trastocarlos y venderlos como marca de un
proyecto nacionalista.
Según Ana
Esther Ceceña, la envergadura geopolítica y los efectos estratégicos de
transformación de la región del sureste colocan al proyecto como punto nodal
del tránsito del mercado mundial y, por tanto, de
la guerra por el control global. Para EU, pero también para sus
competidores (China, Japón y otras economías emergentes), el control de esa
región puede hacer la diferencia en la jerarquía de poderes a escala
mundial.
En
particular −y más tras los acuerdos alcanzados en torno al Protocolo de
Enmiendas del Acuerdo Comercial entre México, EU y Canadá (T-MEC), que
ratifican la vocación maquiladora del proyecto de nación de la Cuarta
Transformación−, Washington busca mantener el Gran Caribe y el Golfo de México
(de los que el Istmo de Tehuantepec y la Península de Yucatán son áreas
estratégicas) como parte de su territorio jurisdiccional (o homeland)
que, entre otros recursos, alberga una inmensa riqueza petrolera que abarca de
Venezuela a Texas.
Dicho
objetivo ya estaba plasmado en el Plan Colombia y Plan Puebla Panamá de Bill
Clinton (1999-2000), renombrados Iniciativa Mesoamericana por Felipe Calderón y
Álvaro Uribe en 2008, y en los que la zona istmeña mexicana (hoy la ruta
Maya-Tehuantepec de AMLO) aparecía como la mejor bisagra alternativa
al Canal de Panamá (dada su saturación ante el volumen del tráfico de mercancías
y materias primas), para la movilidad del capitalismo estadunidense en su
ámbito protegido de América del Norte y en competencia interimperialista con
los otros dos megabloques integrados por las potencias asiáticas de la Cuenca
del Pacífico y la Unión Europea.
Con la
zanahoria del desarrollo, el progreso y la modernización de
los pueblos marginados del sur-sureste de México, entonces como ahora se ofrece
a la clase capitalista transnacional la instalación de corredores de maquila
con subsidios y salarios bajos, en un área que además del Tren Maya incluye el
Corredor Transístmico con su infraestructura multimodal de conexión
interoceánica (red de carreteras, vías ferroviarias, puertos, fibra óptica)
para el transporte de mercancías y bienes naturales y sus polos de
desarrollo al servicio de corporaciones inmobiliarias y turísticas
(hoteles, viviendas, centros comerciales, naves industriales y de
manufactura);del ramo energético (nuevos gasoductos en Yucatán, la refinería de
Dos Bocas) y del sector agroindustrial (palma aceitera, sorgo, caña de azúcar,
soya, programa Sembrando Vida). Lo que en su dimensión geopolítica incluye,
también, la urgencia de poner cortinas de contención ante los
flujos migratorios de mexicanos y centroamericanos hacia EU.
Con otro
objetivo encubierto de la consulta participativa sobre el Tren Maya:
dado que el mecanismo de financiamiento para la disponibilidad de tierras será
a través de Fideicomisos de Infraestructura y Bienes Raíces, se puede prever un
masivo proceso de despojo que convertirá a propietarios en desposeídos, pues si
bien la tierra no cambiará de propietario, será entregada como soporte material
del fideicomiso a socios o accionistas como
BlackRock, Bank of America Merrill Lynch, Goldman Sachs, Grupo Carso, CreditSuisse,
Grupo Barceló, ICA, Grupo Salinas, Bombardier, Grupo Meliá, Bachoco y Hilton
Resort.
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