La desaseada
elección de Rosario Piedra Ibarra como nueva presidenta de la Comisión Nacional
de los Derechos Humanos (CNDH) en el Senado de la República, ha generado una
nueva ola de críticas de la comentocracia de derecha contra López Obrador y su
partido Morena.
Para los
opinólogos acostumbrados a vivir bajo el paraguas de los poderes fácticos
tradicionales, el que la hija de una luchadora social de izquierda, sin ninguna
experiencia en materia burocrática y política, llegue a presidir un órgano
autónomo como la CNDH, a través de un proceso pésimamente mal manejado por el
líder de la mayoría de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, significa una
afrenta intolerable para los cánones establecidos durante el periodo de los
gobiernos neoliberales; durante los cuales los tres partidos de derecha (PRI,
PAN y el pseudo izquierdista PRD), se repartían las posiciones de los organismos
autónomos, creados para defender los intereses de los poderes
fácticos y el statu quo.
Es lógico
que si un partido de izquierda (es un decir) como Morena, con un líder
identificado con la izquierda (al menos durante su período de opositor), llega
al poder político, desee transformar las instituciones creadas por gobiernos de
derecha, las cuáles están encargadas de defender los intereses de los
oligarcas, de la potencia hegemónica y de grupos de poder político regional o
nacional; y por lo mismo, sea indispensable cambiar a los dirigentes de esas
instituciones con personas identificadas con la nueva ideología y el nuevo
proyecto político.
La autonomía
de muchas de estas instituciones, no importó en su momento a los gobiernos neoliberales, pues nombraron en ellas (mediante oscuras negociaciones) a incondicionales de la
ideología prevaleciente y de las políticas públicas identificadas con la misma.
El problema
es que para cambiar esas instituciones y a ese personal directivo, se requieren
primero cambiar los procedimientos y las leyes mediante los cuales funcionan y
son dirigidas, y ello requiere contar con mayorías en el Congreso de la Unión;
y en el caso de cambios constitucionales, también contar con mayorías en los
congresos estatales.
López
Obrador y Morena están tratando de cambiar esos procedimientos y esas leyes, a
trompicones, con aciertos y errores; y con las esperadas críticas y
descalificaciones de los grupos de poder económico y de la derecha política que
ven cómo el entramado legal e institucional creado durante 4 décadas para
defender sus intereses y sus privilegios, comienza a ser desmantelado.
Ahí radica
la indignación y la histeria de los comentócratas de derecha (a los que por
cierto el gobierno de López Obrador les cortó los fondos que los gobiernos
neoliberales les pagaba como consultores, asesores, etc. lo que también ha
generado su ira), que en coro afirman que el actual gobierno y su partido
quieren “capturar” a las instituciones autónomas y a los contrapesos del Poder
Ejecutivo.
Da la
casualidad qué cuando todas esas instituciones respondieron a la lógica del
neoliberalismo, de la derecha y a los intereses de los oligarcas, poco dijeron
o se indignaron estos “politólogos” y “analistas” (no queremos ser mal
pensados, pero a lo mejor los cheques llegaban entonces puntuales para esas
asesorías y consultas tan importantes que ellos hacían).
Pero es
lógico esperar que mientras López Obrador (a pesar de los magros resultados que
da su gobierno en economía y seguridad, por inexperiencia, ineptitud, sabotajes de supuestos “aliados” y/o
por la propia obstrucción de sus muchos opositores), se
inmiscuye para cortar o eliminar las rentas e ingresos de determinados grupos
de poder, las exaltadas críticas, la ira y la indignación crecen en contra de
su gobierno.
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