Está claro
que el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia deja muchas lecciones para
las fuerzas políticas y los gobiernos progresistas de América Latina, que
parecía que venían de regreso, después de que en el último lustro, la derecha y
la ultraderecha latinoamericanas apoyadas por Estados Unidos, parecía que las
habían desplazado del poder en la mayor parte de la región.
1.
No
hay victorias, ni derrotas definitivas.
Ni las victorias logradas por los gobiernos progresistas en
su momento en Brasil con Lula y Dilma, en Argentina con los Kirchner,; en
Ecuador con Rafael Correa; en Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro; en
Uruguay con Tabaré Vázquez y José Mújica; aseguraron la permanencia de gobiernos
de izquierda (algunos muy moderados), pues el reflujo de derecha, ya sea
mediante golpes de Estado blandos (como en Honduras y Paraguay); derrotas
electorales (Brasil y Argentina); persecuciones judiciales (Brasil, Argentina y
Ecuador), traiciones políticas (Ecuador nuevamente); y asedio político,
económico y militar (Venezuela, Cuba, Nicaragua y ahora Bolivia), con la ayuda
de Estados Unidos y los gobiernos vasallos de Washington en la región,
detuvieron la ola progresista. Lo mismo se puede decir del regreso de los
neoliberales, pues volvieron a ser derrotados electoralmente en Argentina; en
Venezuela los intentos de derrocamiento han fracasado (así como en Nicaragua);
en México se eligió un gobierno progresista; en Brasil se ha conseguido la
excarcelación de Lula; y en Chile y Ecuador el rechazo al neoliberalismo y a
las políticas del Fondo Monetario Internacional tienen contra la pared a los
gobiernos de Piñera y Moreno. Esto es, hay un flujo y reflujo constante, entre
la fuerza de los pueblos organizados y sus representantes; y los de los poderes
fácticos y sus aliados en Washington y en Europa Occidental, que presagia una
lucha continua, que no ha definido, ni lo hará en los próximos años, la
preeminencia de una izquierda moderada o dura, o de la derecha y la
ultraderecha y sus aliados, en América Latina.
2.
Fragilidad
de los liderazgos carismáticos.
El que sea un líder carismático el pilar de un vasto
movimiento social y político, permite focalizar en una persona, en sus
cualidades y virtudes, y en sus defectos y limitaciones, toda la fuerza y la
esperanza de millones de personas.
Al llegar al poder, se concentran las decisiones y
la visión del movimiento en dicho líder. Eso le ayuda al proyecto a afianzar
sus objetivos y a evitar la dispersión de la energía del movimiento. Pero a la
vez, lo hace frágil, al hacerlo depender de la salud (física y mental), y de
los errores del líder. Si bien Evo tenía una base sólida en las comunidades indígenas,
en la Central Obrera Boliviana y en su partido el Movimiento al Socialismo,
todo siguió girando en torno a él, su liderazgo, su personalidad. No intentó,
ni se percibió voluntad de ir conformando un grupo de líderes jóvenes, comprometidos
con el proyecto de país que impulsaba Evo; y ello limitó la capacidad de
recambio en la dirección del movimiento.
Así también, quizás habiendo advertido que el designar un
sucesor podría provocar envidias y la división al interior de su partido y del
gobierno; o el que no tuviera alguien completamente confiable a sus ojos para
dejarlo como sucesor (vista la traición de Lenin Moreno a Correa en Ecuador),
decidió seguir en el poder, para asegurar la consolidación del proyecto
progresista de su gobierno; ganándole con ello la acusación de querer
mantenerse en la presidencia a toda costa.
3.
Desgaste
natural del gobierno.
Todo gobierno, por más que entregue buenos resultados (y Evo
los entregó), si lleva más de una década en el poder (y especialmente una sola
persona), tiende a generar cierto desgaste y cansancio, no sólo entre sus
opositores, lo cual es lógico esperar; sino también entre sus seguidores y
aliados, dentro de los cuales seguramente habrá muchos que quieran acceder al
poder, y la figura de un líder fuerte tapona esos caminos.
Esto, aunado a las dificultades económicas que un gobierno
basado principalmente en los precios de las materias primas (como el boliviano,
que favoreció el extractivismo), y por lo tanto en los vaivenes que tienen en
el mercado internacional, dificultaron a su gobierno mantener las altas
expectativas, que un periodo más o menos largo de buenos precios de las mismas,
generaron en distintos sectores de la población.
4.
Las
clases medias tienden al conservadurismo.
Tanto Evo Morales, como los Kirchner, Rafael Correa y Lula,
propiciaron que muchos millones de sus compatriotas dejaran la pobreza y se
sumaran a las filas de la clase media. Aumentaron su consumo, su posición
social y por lo tanto sus expectativas para seguir mejorando. Pero un sistema
económico que en esencia sigue dependiendo de los mecanismos de mercado; que en
buena medida depende del mercado internacional para la venta de petróleo, gas,
cobre, estaño, productos agrícolas y pecuarios, está destinado a sufrir ciclos
altos y bajos de ingresos, y por lo tanto de bonanza o estrechez.
Los gobiernos progresistas de la región intentan mejorar la
vida de millones de personas que están marginadas del desarrollo, pero tienen
que utilizar los mecanismos que el sistema capitalista les da. Pueden cambiar
algunos aspectos del sistema (reformas fiscales progresivas; combate a la
corrupción; limitar rentas monopólicas de grupos privados; etc.), pero en
esencia tienen que seguir los dictados del mercado. Así, cuando este los
castiga, ya sea por los ciclos económicos de expansión y recesión
internacional, o por diseño político, para obligarlos a seguir las directrices
de los centros capitalistas mundiales, tienen pocas opciones para resistirse. Y
entonces, las clases medias, expandidas gracias a las políticas de redistribución
del ingreso de esos gobiernos, se rebelan y votan por la derecha, creyendo que
ésta defenderá su nuevo nivel de vida. Gran chasco se llevan cuando la derecha
llega al poder, como en Argentina, Ecuador o Chile, para aplicar políticas de
austeridad, que sólo benefician a los ricos y a los especuladores y usureros
internacionales, culpando a los anteriores gobiernos progresistas de dicha
situación. Pero lo que queda claro es que las clases medias tienden a la
estabilidad y por lo tanto, están poco inclinadas a defender en las calles o
con sus votos a los gobiernos progresistas.
5.
Los
ejércitos siguen las pautas conservadoras.
La mayoría de los ejércitos de la región (con las excepciones
de Cuba y Venezuela), tienden a defender el statu quo, por lo que la
llegada de gobiernos de izquierda, incluso los moderados, les genera una enorme
tensión, tanto por los intereses que han creado con las élites económicas, como
con la potencia hegemónica (Estados Unidos); así como por la ideología que les
han imbuido por décadas en contra del “comunismo” y de los “enemigos internos”
(Doctrina de la Seguridad Nacional), por lo que en momentos de crisis y/o de
cuestionamiento a los gobiernos progresistas, la mayoría de los ejércitos están
tentados a darles la espalda, como se vio en Honduras, Paraguay y ahora Bolivia
(y los amagos golpistas recientes entre una parte de la cúpula militar
mexicana), y tienden a regresar al redil en el cual se sienten más a su gusto,
es decir la defensa de los poderes fácticos y de la derecha.
6.
La
potencia hegemónica y la OEA nunca apoyarán a gobiernos de izquierda.
Está claro que para Washington, sin importar si el gobierno
es demócrata o republicano, junto con sus instituciones vasallas como la OEA,
tiene el interés principal de mantener a la región bajo su dominio, y no ve con
buenos ojos a gobiernos que pretendan ejercer la soberanía sobre sus recursos
naturales; que no estén dispuestos a acatar las directrices del Fondo Monetario
Internacional, o que no estén dispuestos a apoyar las políticas
intervencionistas y militaristas características del complejo militar-industrial.
Así, en todos los intentos, fallidos o exitosos de golpe de Estado en la
región, la mano más o menos visible de Washington,
está presente.
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