Este bloque,
que se ha ido conformando en las últimas dos décadas, en un principio intentó
acoplarse a la hegemonía occidental, como un socio de los bloques Anglo y europeo.
Pero las élites estadounidenses (y en menor medida las europeas), desestimaron
esta posibilidad, pues se consideraba a Rusia, después del fin de la Guerra
Fría, como una potencia vencida y por lo tanto, como una “presa” o un “botín”
del cual se podían obtener ganancias económicas, financieras, recursos
naturales, etc.
Con respecto
a China, se le pretendía utilizar como una gran factoría al servicio del
capitalismo occidental, aprovechando su mano de obra barata y sus recursos
naturales, para conformar las cadenas de valor internacionales.
La
arrogancia y prepotencia de las élites occidentales no les permitió ver que ambos
países no estaban, ni estarían en el futuro, dispuestos a jugar un rol
secundario y subordinado respecto a Occidente; algo que ya habían sufrido ambos
en distintos períodos de su historia (siglo XIX y principios del XX en China;
fin del siglo XX en Rusia).
Así, la
entrada de China en la Organización Mundial de Comercio a principios del siglo
XXI, le abrió la puerta de mercados en todo el mundo; y la expansión acelerada
de sus inversiones en distintas regiones del planeta, impulsadas por su enorme
crecimiento económico, le permitieron ubicarse como la segunda potencia
económica mundial. A la par, su política de transferencia tecnológica y de
investigación y desarrollo, fortalecieron su competitividad, así como importantes
avances en distintos sectores de la economía.
Por su parte
Rusia, una vez que internamente acotó el poder de los oligarcas aliados a
Occidente que habían depredado su economía, inició su recuperación como una
potencia militar y diplomática, que ha ido reafirmando su presencia en
distintas regiones en donde antes la URSS tuvo una influencia importante, como
el Medio Oriente y el Centro de Asia.
El bloque
Anglo y el europeo han visto este desarrollo de ambas potencias como un reto,
una amenaza a su hegemonía económica, tecnológica, política y militar, y se han
dado a la tarea de intentar detener el desarrollo de las potencialidades chinas
y rusas en cada ámbito de los campos del poder señalados.
De ahí ha
surgido la lucha por la hegemonía; no tanto porque Beijing y Moscú se hayan
planteado inicialmente ese reto a Occidente, sino porque la reafirmación de sus
propias potencialidades fue visto como un riesgo para las potencias dominantes,
que entonces han intentado detener el desarrollo económico, tecnológico,
político y militar de China y Rusia, lo que ha exacerbado las tensiones
diplomáticas, la carrera armamentista y las disputas regionales a escala
mundial.
Obviamente,
ni Beijing ni Moscú, han estado dispuestos a detener o subordinar sus
posibilidades de crecimiento económico, influencia política o desarrollo
tecnológico y militar, a lo que dicten las potencias occidentales, lo que ha
generado constantes choques bilaterales o en el ámbito multilateral, como en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Ambas
potencias nucleares, finalmente han caído en la cuenta de que su propuesta
inicial (cada una por su lado) de co-dominio mundial con Occidente ha sido
claramente rechazada, por lo que ahora tienen que plantearse una alianza más
estrecha entre ambas (lo que ha venido sucediendo en los distintos campos del
poder), y una ampliación de su influencia y alianzas en distintas regiones del
mundo (lo que también han venido haciendo, con la presencia económica china en
los cinco continentes con su Belt and Road Initiative; Rusia con su creciente
influencia política y militar en Medio Oriente; e incluso en América del Sur y
el Caribe, con acercamientos con Venezuela, Bolivia y Cuba).
China y
Rusia también están planteándose crear un espacio financiero independiente de
las instancias occidentales, en donde son vulnerables a las constantes
sanciones en su contra o en contra de países con los que tienen creciente
relación y coincidencias (como Irán y Venezuela); así como el desarrollo de
tecnologías propias, que dependan cada vez menos de los avances de Occidente
(el caso de la red 5G, por parte de china; y tanto chinos como rusos, de
armamento de última generación).
Los retos
para ambas potencias, visto que la competencia con Occidente tendrá sus altas y
bajas, pero en general irá in crescendo, ya que la visión competitiva en
el bloque Anglo sigue predominando sobre la cooperativa (en el europeo comienza
a visualizarse la posibilidad de disminuir la confrontación con rusos y chinos)
es mantener la fortaleza en sus vínculos bilaterales en materia económica,
tecnológica y militar; evitar que protestas y divisiones internas, debiliten su
posición ante Occidente (oposición política y próximo relevo de Putin en Rusia;
casos Hong Kong, Xinjiang y Taiwán en el chino); seguir expandiendo su
influencia en áreas próximas como Sureste asiático y región Asia-Pacífico
por parte de China y en algunos países del Este de Europa (Bielorrusia,
Hungría, etc.) y Medio Oriente por parte de Rusia; y concertadamente en otras
regiones como Centro de Asia, Africa (ahora Rusia desea iniciar un acercamiento
hacia ese continente) y América Latina; y establecer un espacio de permanente
diálogo y concertación, que disipe dudas y posibles desencuentros entre ambos,
con objeto de evitar que Occidente intente contrapuntearlos; así como ayudar a
estabilizar regiones en las cuales los intereses de ambos convergen (Corea del
Norte, Medio Oriente, Africa, Centro de Asia), para evitar que sus adversarios
utilicen esos conflictos para generar caos y desestabilización en las
inmediaciones de ambas superpotencias.
China y
Rusia desean acercarse a Europa, pero las distintas visiones que hay al
interior de este bloque sobre su papel en el mundo (unos quieren seguir
subordinados al bloque Anglo, como varios países de Europa del Este; otros como
Francia desearían conformar un bloque más independiente respecto al Anglo y al
chino-ruso; mientras otros sólo desean un poco de más autonomía respecto a
Estados Unidos, pero sin romper la subordinación, como Alemania); así como sus
reticencias a acercarse a Rusia por disputas y resentimientos históricos,
dificultan esa posibilidad, lo que deja al bloque chino-ruso flanqueado por el
bloque Anglo desde el Pacífico y por el bloque europeo desde el Oeste.
De ahí la
necesidad de ambas potencias por ampliar su margen de maniobra hacia otros
continentes, con objeto de evitar quedar rodeados por potencias hostiles y por
los cientos de bases estadounidenses que ha ubicado Washington alrededor de
ambos países.
Es por ello
que la lucha por la hegemonía entre los bloques Anglo y europeo, por un lado, y
el chino-ruso por el otro, abarca todos los campos del poder y todas las
regiones del mundo. Cada país tendrá que sopesar su posición respecto a esta
disputa, y si bien hay varios países que pretenden colocarse en una posición
equidistante de dichos bloques, en temas y conflictos específicos deberán
escoger el bando en el que se ubicarán, y ello definirá también su peso en la
balanza de la competencia entre las grandes potencias.
En la
próxima entrega analizaremos brevemente a estos países que teniendo vínculos
muy fuertes con alguno de los bloques (por ejemplo, Japón o Brasil con el Anglo
y el europeo), o con ambos grupos (India y Turquía), intentan mantener una
cierta autonomía respecto a dichas disputas, que cada vez les resulta más
difícil y costoso lograr.
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