Hoy se
cumplen 50 años de que el Estado Mexicano reprimió con saña la última
manifestación del movimiento estudiantil de 1968, en Tlatelolco. Y fue la
última, porque la matanza de esa tarde cortó de tajo un movimiento que exigía mayores
libertades democráticas, castigo a los culpables de una injustificada represión
que había iniciado a fines de julio del mismo año contra estudiantes inermes, y
que ponía en riesgo la estabilidad del autoritario régimen postrevolucionario, en una etapa
de indudable crecimiento económico, conocida como el “milagro mexicano”.
Así también,
hoy se cumplen 5 años de este blog (que sólo durante 6 meses detuvo su labor),
cuya razón de ser es cuestionar a los detentadores del poder, analizar la
realidad política, económica, social y militar del país y las relaciones
internacionales contemporáneas.
En este
mismo blog, con su artículo inicial, hicimos un breve análisis de los
significados que el 68 tenía al cumplirse 45 años de ese movimiento, y que en
general se puede afirmar que sigue siendo válido hoy.[1]
Pero, con
todo, la llegada de un partido que se autodenomina de “izquierda” como Morena,
a la presidencia de la República el próximo 1º de Diciembre, teniendo además
mayoría en ambas cámaras del Congreso, refleja una realidad distinta, al menos
en ciertos matices; pues la estructura económica, política, social y militar
del país, hasta este momento, sigue siendo la misma; pobreza de la mayoría de
la población, enorme desigualdad, impunidad, corrupción, violencia e inseguridad.
¿Qué tanto
podrá modificar esa realidad el nuevo gobierno, integrado por una coalición de
fuerzas de izquierda, centro y derecha, que en principio están de acuerdo en
transformar al país, pero que en los hechos podrían acabar enfrentadas entre
sí, defendiendo sus muy particulares intereses, dando así al traste con las
demandas, ilusiones y objetivos de los millones de mexicanos que votaron por un
cambio de fondo el pasado 1º de Julio?
Las fuerzas,
los poderes, los intereses que han dominado al país los últimos 36 años -cuando
el régimen postrevolucionario se derrumbó y con las mismas siglas del PRI, el
neoliberalismo depredador se hizo del poder, el cual reafirmó con un monumental
fraude electoral en 1988 (y que volvió a cometer en 2006 y 2012)- siguen presentes,
dominando la política económica, la de seguridad, la exterior y buena parte de
las instituciones creadas los últimos años, especialmente los denominados
“organismos autónomos”.
Así también,
la Constitución se ha cambiado continuamente durante estas décadas para
asegurar la permanencia del modelo económico y de las instituciones que lo
garantizan, por lo que se ve cuesta arriba para el nuevo gobierno realizar la
transformación de fondo que promete, si no está dispuesto a confrontar a los
intereses y grupos que aún detentan el poder real.
Y hasta el
momento por estrategia política, por prudencia, porque realmente lo cree así,
el presidente electo Andrés Manuel López Obrador no ha manifestado ninguna
intención de confrontar a esos poderes fácticos; y, por el contrario, les ha
tendido la mano para ver la forma de ir superando algunos de los grandes
problemas nacionales, a través de la cooperación y no de la confrontación.
Lo mismo ha
hecho con la potencia hegemónica, a la que pretende convencer de que la
cooperación para el desarrollo puede resolver mejor los problemas de
inseguridad, migración indocumentada y narcotráfico, que una visión
estrictamente represiva para abordar dichos fenómenos.
Por ahora,
los poderes fácticos y Estados Unidos, al menos discursivamente, han aceptado
esa mano tendida; pero hay que ver lo que han hecho con los gobernantes
progresistas de América Latina, que intentaron sacar a sus países de la pobreza
y la explotación, y a la postre los poderes fácticos de esos países acabaron
por atacarlos con todo y con la ayuda de Washington, han comenzado a revertir
esos avances y además a lanzar a esos líderes al calabozo (Lula en la cárcel;
Cristina Fernández a punto de estarlo; Correa acusado y juzgado de igual
manera). De ahí que la ingenuidad no puede, no debe guiar a los nuevos
gobernantes mexicanos, porque los nuevos aliados que tiene, en menos de lo que
canta un gallo, se pueden convertir en los feroces enemigos que siempre han
sido del proyecto que llegará al Poder Ejecutivo Federal el próximo 1º de
Diciembre.
Además, el
presidente electo quiere confiar en las Fuerzas Armadas, y llama al pueblo a
que no se confronte con ellas. Afirma que no reprimirán al pueblo.
Pero ya hay
reacciones de esas Fuerzas Armadas cuestionando una de las propuestas más
relevantes del presidente electo, como la Comisión de la Verdad sobre
Ayotzinapa, al señalar el jefe de la Unidad Jurídica de la Secretaría de la
Defensa Nacional (Sedena),[2] que dicha comisión estará
presidida por los “representantes” de las víctimas y que no está contemplada en
las leyes mexicanas.
Se cura en
salud la Sedena, pues si no tuvo nada que ver con la desaparición de los
estudiantes, no debería temer a la comisión. Pero tal parece que hay mucho de
fondo en ese rechazo frontal a la conformación de la comisión sobre Ayotzinapa.
Pues bien,
el presidente electo va a enfrentar esos y otros obstáculos dentro de las
fuerzas armadas, por lo que afirmar con toda contundencia que las mismas no
reprimirán al pueblo, puede quedar solo en el dicho, ya que recordemos que
otros funcionarios llegan a “mover la cuna”, aún con el desconocimiento o la
oposición de sus jefes, si así conviene a ciertos intereses (oligárquicos, de
Estados Unidos, del crimen organizado, de grupos políticos).
Hoy que
recordamos la matanza de Tlatelolco no podemos olvidar que el jefe del Estado
Mayor Presidencial, Manuel Gutiérrez Oropeza envió francotiradores a Tlatelolco
para iniciar el tiroteo; Gobernación envió a la DFS y el Ejército entró por su
lado. A propósito, cada uno llevó a cabo su represión particular, que se
convirtió en una matanza indiscriminada. Díaz Ordaz ya había autorizado el
“descabezamiento” del movimiento, y se había ido a esconder a Guadalajara,
dejando la “instrumentación” de su nefasta orden a sus subordinados, que en
medio de las luchas sucesorias y a 10 días del inicio de los Juegos Olímpicos,
acabaron tratando de demostrar quién era el más duro y efectivo, ocasionando
así la masacre del 2 de octubre.
De ahí que
dejar intactos los aparatos represivos y de espionaje del régimen anterior; a
los mismos jefes, jerarquías y estructuras, puede ocasionar de nuevo
“iniciativas propias”, que acaben por comprometer al jefe de las instituciones
del Poder Ejecutivo, y con ello dar al traste con la 4ª transformación del
país.
Por ello, a
50 años del movimiento estudiantil de 1968 y de la matanza de Tlatelolco,
¡NI PERDÓN, NI OLVIDO!
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