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Zapata

martes, 9 de octubre de 2018

EL MAYOR PROBLEMA: INSEGURIDAD Y VIOLENCIA (II)

Políticas Públicas
Como ya se ha mencionado, la política pública primordial que siguió el Estado mexicano para combatir la creciente criminalidad asociada a la distribución, trasiego y consumo de drogas por y en el país, fue el enfoque represivo hacia toda la cadena del negocio (producción, tanto en cultivos, como en laboratorios; trasiego desde otros países hacia Estados Unidos; distribución en plazas del país y hacia el exterior; y aumento del consumo interno).
Las presiones estadounidenses, especialmente a partir del gobierno de Ronald Reagan en los años ochentas (asesinato de Enrique “Kiki” Camarena, agente de la DEA en Guadalajara); el establecimiento del proceso de “certificación” que realizó el gobierno estadounidense a los países que colaboraban y asumían la política represiva impulsada por Estados Unidos; y una falta de adecuación del aparato policial, judicial y penitenciario del país a las nuevas circunstancias (en buena medida condicionadas por la falta de recursos debido a la crisis económica y a los programas de ajuste fiscal; así como a la endémica corrupción asociada a los gobiernos surgidos de la Revolución), condicionaron la política pública en la materia a las necesidades de la potencia hegemónica; sin considerar las dinámicas sociales y económicas que alimentaban dicha actividad criminal, tales como la falta de incorporación de los jóvenes al mercado laboral; una creciente economía informal y salarios precarios en la formal; desaparición de la red de protección social surgida durante la posguerra; un crecimiento económico raquítico y una distribución del ingreso enormemente desigual entre las distintas capas de la población y regiones del país.
A lo anterior se sumó un Estado dominado por el Poder Ejecutivo, sin contrapesos reales en los otros poderes; con una sociedad civil débil y poco organizada; y un régimen político acostumbrado a aprovecharse de cualquier oportunidad para enriquecer a sus dirigentes, sin importar el daño que pudieran hacer a la estructura social (impunidad).
La globalización económica y especialmente la financiera, facilitaron los negocios lícitos e ilícitos, con lo que la ya de por sí enorme estructura del crimen organizado, alimentada por el mercado internacional de drogas; y, por la aquiescencia de buena parte de la estructura política y del aparato de coerción del Estado mexicano para aprovechar esa circunstancia, como una opción extra para enriquecer a sus miembros; se vio incrementada con la diversificación en el tipo de actividades que se experimentó a raíz del ensanchamiento geográfico, pero también tecnológico para realizar actividades ilegales (trata de personas, cibercrimen, tráfico de órganos, de armas, de drogas; pederastia, fraudes, contrabando tradicional; falsificaciones de documentos, de obras de arte, de ropa; robo, estafas; secuestros; chantajes, extorsiones; robo de identidad, etc.).[1]
¿Cuál ha sido la respuesta del Estado mexicano?
Manteniendo en términos generales la política represiva en el ámbito de las drogas; en la más amplia gama de crímenes que se han desarrollado en las últimas tres décadas, se han intentado aumentar las capacidades del Estado para hacerles frente: actualizar el marco legal al nuevo tipo de crímenes (siempre de manera atrasada); aumentar las penas; homologar códigos penales en todo el país (sigue sin lograrse del todo); construcción de cárceles de máxima seguridad (que el “Chapo” Guzmán, con sus fugas, ridiculizó una y otra vez); mejorar los equipos humanos y técnicos forenses (siempre insuficientes y desbordados por el trabajo); mejorar la inteligencia y el flujo de información (proliferación de cámaras de seguridad y establecimiento de los centros de control, comando, comunicación, cómputo y calidad o C5; y en su caso C4), en distintas entidades del país; establecimiento de centros de control de confianza; capacitación a los cuerpos policiales (en México y en el extranjero); creación de la Gendarmería; propuesta de establecimiento de los mandos únicos en cada entidad; formalización de un sistema de estadísticas en la materia; establecimiento de un órgano desconcentrado de la Secretaría de Gobernación para sentar las bases de coordinación y competencias del gobierno federal, estados y municipios (Sistema Nacional de Seguridad Pública).
Así también, se han formalizado numerosos convenios de cooperación internacional con gobiernos y organismos internacionales; y se ha aumentado enormemente el presupuesto destinado a seguridad pública, incluyendo el de las fuerzas armadas que están prácticamente dedicadas a este tema desde hace 12 años.
En el gobierno de Peña Nieto se han gastado 1 billón, 455 mil 635 millones de pesos en el rubro de seguridad pública; y sin embargo llegamos al final del sexenio en el peor momento de inseguridad y violencia que haya registrado el país en el último medio siglo (90 homicidios dolosos al día)[2].
¿Cuáles son las propuestas del nuevo gobierno?





[1] Naím, Moisés; Ilícito. Cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo; Random House Mondadori: Barcelona; Octubre 2006.

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