El
inobjetable triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones
presidenciales celebradas hoy en México -y al parecer también la mayoría en el
Congreso de la Unión para la coalición que encabeza “Juntos Haremos Historia”,
representa el hartazgo y el repudio de la mayoría del pueblo de México al
modelo económico neoliberal, impuesto al país por las élites tecnocráticas, la
oligarquía, la subclase política corrupta (y sus socios del crimen organizado)
y la potencia hegemónica; sin consenso alguno y a rajatabla.
Es el
rechazo a un sistema político que ha privilegiado a unos cuantos grupos de
poder, que han devastado al país, se han enriquecido obscenamente, han hecho de
la corrupción y de la impunidad su bandera, y han dejado en el olvido (en el
mejor de los casos) y en la permanente explotación y represión a las dos
terceras partes de la población del país.
Además, el alejamiento
y odio de estas “élites” hacia el pueblo y su descarada impunidad, alimentaron
la violencia e inseguridad que vive la población día a día, y que ha ocasionado
la peor crisis en materia de irrespeto a los derechos humanos en la historia
reciente de México.
Si bien el
triunfo de AMLO y de su coalición significa todo eso, también implica qué para
poder lograrlo, AMLO se vio obligado a aceptar que tenía que pactar con grupos
de la propia oligarquía (Romo, Fastlicht, Slim, Salinas Pliego, etc.); del PRI
(Elba Esther, Osorio Chong, Manlio Fabio, Sosa Castelán, etc.); del PAN
(Martínez Cázares, Espino, Cuevas, Sheffield, etc.); del PVEM (Velasco,
Escandón, etc.) y por supuesto, admitir en Morena a la gran mayoría de las “tribus”
perredistas.
Todo ello le
ocasionará ahora un verdadero galimatías para armar un gobierno coherente, que
de alguna forma dé respuesta a las más sentidas demandas de la población, como
disminuir a niveles tolerables la corrupción (sería un verdadero milagro que la
erradicara del todo, y en eso sus nuevos aliados prianistas y perredistas no lo van a ayudar mucho); bajar ostensiblemente
los niveles de violencia e inseguridad en todo el país; disminuir la pobreza y
desigualdad; mejorar sueldos y salarios; y recuperar la dignidad y algún margen
de maniobra en la política exterior mexicana, especialmente ante la potencia
hegemónica y su desbocado presidente.
Ya desde
este mismo momento, los grupos de poder perdedores están enviando mensajes a
AMLO (a través de sus jilgueros en televisión y radio) de que la mitad de la
población votó contra él; que debe respetar y negociar con la oposición; que no
puede hacer lo que se le antoje, ya que las instituciones autónomas y la Suprema
Corte lo van a limitar; que no ataque ni insulte de ninguna forma a los que lo
han insultado y atacado a él durante dieciocho años; en suma, que se quede como
estatua, sentado en la silla presidencial, con objeto de que todo cambie, para
que todo siga igual.
El temor de
los grupos privilegiados y de poder que se han enriquecido demencialmente estas
tres décadas y media, y que han ejercido el poder sin ningún respeto por las
instituciones, por el país, por su pueblo, es que el nuevo presidente no sea de
“izquierda”, sino nuevamente un monigote como lo fueron Fox, Calderón y Peña;
que sólo haga lo que ellos le digan, y que en todo caso les aviente algunas
migajas a los jodidos; pero nada más. Nada de “cuarta transformación”; nada de “primero
los pobres”, nada de moderar indigencia y opulencia; en suma, nada del programa
mínimo (ya no hablemos del máximo) de AMLO.
A ver hasta
donde acepta AMLO todos estos condicionamientos y demandas de los grupos de
poder perdedores en estas elecciones; y a ver qué tanto puede torear y
comprometer en un proyecto en favor del país a sus nuevos socios ex priistas,
ex panistas, ex perredistas, ex verdes, ex de todo; que ahora mágicamente ya
son de Morena y claro “siempre apoyaron a López Obrador”.
El caso es
que estos grupos, si no reciben su “tajada” de recursos y de poder, se van a
convertir en los principales saboteadores del gobierno de AMLO.
Ojalá que
López Obrador tenga muy bien estudiada la historia de Francisco I. Madero, pues
este presidente mexicano, por contemporizar con los porfiristas y alejarse de
sus bases de apoyo originales, terminó abandonado por todos, corrido del poder
por un golpe militar y finalmente asesinado.
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