Reconciliar para reconstruir
Gustavo Gordillo
http://www.jornada.com.mx/2018/06/30/opinion/019a1eco
Después de las elecciones del domingo próximo nos
encaminamos a un nuevo régimen. En un corto periodo de 21 años se intentará por
segunda vez.
La primera transición. De 1977 a 1997 se realizó
gradualmente, con avances y retrocesos, una transición que modificó
radicalmente el espacio electoral. Se estableció el principio de que el
voto cuenta y se cuenta. La principal expresión de esa transición fue un
sistema de partidos que sustituyó al régimen de partido casi único o
hegemónico. Se suponía que el nuevo sistema de
partidos contagiaría o, dicho de manera menos coloquial, generaría
las condiciones para transformar a los otros poderes del estado sin necesidad
de un pacto fundador a la manera española o chilena.
La gobernabilidad. Más que de actos fundadores, la
transición mexicana, gradual en sus ritmos, fue sobre todo una mezcla de
acoplamiento institucional y transformismo político. El eje autoritario del
viejo régimen: presidencialismo más partido hegemónico más interacción entre
reglas formales establecidas en la Constitución, y un amplio abanico de reglas
informales y facultades meta-constitucionales; se fue paulatinamente
debilitando sin ser sustituido por otro arreglo de gobernabilidad acorde con un
contexto de mayor pluralidad y competencia electoral.
Decadencia administrada. Lo que siguió a partir de
1997 ni siquiera fue continuidad bajo la conducción de otro partido, sino una
consistente decadencia en donde el centro político se desmadeja, combinada con
una emancipación desordenada tanto de las entidades federativas como de franjas
de la sociedad, al tiempo que opera la colonización de franjas del aparato
estatal o de territorio nacional por un sinnúmero de poderes fácticos,
incluyendo el crimen organizado. Este régimen especial ha generado un escaso
crecimiento económico, una metástasis de la corrupción, una crisis mayúscula de
seguridad pública y un vaciamiento de las formas de intermediación política.
El contexto actual. El nuevo régimen enfrentará un
Estado muy debilitado, una generalizada fragmentación social y política, y una
polarización sobre todo entre las élites. Nada de esto es resultado de esta
campaña electoral. Vienen de más lejos: del fracaso de dos modernizaciones, la
económica y la política, y de una guerra, la denominada guerra contra las
drogas. Pero en ese contexto y con una creciente ola de expectativas, comenzará
el nuevo régimen, la segunda transición.
La segunda transición. La segunda transición supone
dos tareas centrales: la reconstrucción del Estado y la configuración de un
nuevo sistema de intermediaciones políticas y sociales. No será la obra
solamente ni de un individuo, ni de un partido, ni de un movimiento, ni de un
grupo de expertos o de intelectuales. Todo eso se requiere. Un liderazgo
político claro y con solvencia moral, un sistema de partidos que se reconstruya
a partir de los resultados de las elecciones del domingo, movimientos sociales
de campesinos, obreros, estudiantes, colonos, organizaciones no gubernamentales
que luchen por causas y demandas específicas, expertos para afinar las
políticas y comentaristas e intelectuales para ejercer la indispensable crítica
en todo régimen democrático.
La segunda transición no será rápida ni sencilla,
requerirá paciencia y comprensión de que la magnitud de la reconstrucción va
más allá del nuevo sexenio. Del primero de julio al 30 de noviembre se juega
literalmente el sentido de esta transición y la capacidad del nuevo grupo
gobernante para hilar alianzas y concitar consensos.
Omni determinatio est negatio. Creo vehementemente en la máxima de
Spinoza. Por ello nunca he pensado que en opciones cerradas uno escoge la menos
mala. Se escoge lo mejor dentro de lo disponible, o te abstienes. No es mi
caso. El mejor capacitado para enfrentar esos retos porque conoce bien el país,
sus habitantes y sus humores, creo que es López Obrador.
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