América Latina: la militarización del poder
Marcos Roitman Rosenmann
“Nuestra América” está siendo atacada desde todos los flancos por
el imperialismo. Aunque no es una circunstancia novedosa, sí lo son sus formas.
Decisiones como la anunciada por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos,
abriendo la puerta a la OTAN, tienen un trasfondo geopolítico. Se trata de
garantizar acuerdos internaciones de cooperación y seguridad estratégica con
Estados Unidos.
La nueva agenda del complejo industrial-militar-financiero pasa por
ampliar los megaproyectos en toda la región. Estados, trasnacionales,
Organización Mundial del Comercio, Banco Mundial y Fondo Monetario
Internacional se unen bajo un objetivo: adueñarse de territorios a coste mínimo
y beneficio máximo para explotar cualquier tipo de riqueza convertible en
mercancía. Las luchas en Argentina, Chile, México, Colombia, Brasil, Honduras y
Guatemala enfrentan a las oligarquías terratenientes, trasnacionales, con las
clases trabajadoras, el campesinado y pueblos originarios. Eso tiene dicho
trasfondo. Empresas italianas, españolas, francesas, alemanas, suizas,
estadunidenses y británicas toman posesión, realizan asesinatos selectivos,
amenazan a la población, acosan y se parapetan en las doctrinas del libre
mercado.
Benetton, Chevron, Repsol, ACS, Iberdrola, Nestlé, Bayer, Monsanto,
British Petroleum, Copec, Esso, en connivencia con el capital financiero, Banco
Santander, HSBC, BBVA, actúan con impunidad. Flora, fauna, minerales y reservas
hídricas pasan a ser, mediante triquiñuelas legales y la complicidad de jueces
y políticos corruptos, de su propiedad. La protesta se criminaliza, inoculando
el virus del miedo y el terror. Bajo el pretexto de proteger intereses
generales, la biodiversidad se convierte en activo a controlar.
El asesinato de cientos de dirigentes medioambientales, activistas,
militantes populares, defensores de los derechos humanos y periodistas
transforman el continente en una gran fosa común. El genocidio es la palabra
exacta para describir esa estrategia. Las fuerzas de seguridad del Estado
convierten en objetivo a las organizaciones y redes solidarias configuradas por
la sociedad civil. Las cifras son esclarecedoras. Según el informe redactado en
2017 por Global Witness, en Colombia fueron asesinados 32 dirigentes
medioambientales, en México 15 y en Brasil 45. Desde los acuerdos de paz
firmados entre las FARC y el gobierno han sido ejecutados 123
dirigentes. En México, 132 candidatos fueron abatidos durante la reciente
campaña electoral, sin contar feminicidios, desapariciones forzadas y
detenciones extrajudiciales. En Brasil, la impunidad ya no es noticia. El
asesinato de la concejala del partido Socialismo y Libertad, en Río de Janeiro,
Marielle Franco, ha sido uno más desde el golpe blando que
llevó a la presidencia a Michel Temer. Mujeres, jóvenes, estudiantes, trabajadores
y colectivos sociales son transformados en delincuentes.
Hablamos de la militarización del poder. Nuevamente Brasil es buen
ejemplo. La presencia de tropas en las calles de Río de Janeiro y otras
ciudades se ha convertido en constante. Bajo el pretexto de lucha contra el
narcotráfico, el gangsterismocomún, los maras, la
subversión y el terrorismo se recortan los derechos de manifestación, huelga,
expresión y reunión. Las fuerzas armadas son parte del mobiliario urbano.
Patrullan la ciudad, están en centros comerciales, avenidas más
transitadas, favelas o donde se tercie. La inteligencia
militar gana protagonismo y participa en la represión social y la seguridad
interior. Su actividad se multiplica, desplaza a la policía y a la gendarmería.
La movilización de tropas y ocupación de centros estratégicos les
confiere un protagonismo de excepción y los consejos de Estado incorporan a sus
mandos en las reuniones. Esta presencia se ve reforzada por un número mayor de
asesores militares extranjeros en todas las áreas de la defensa nacional. A los
habituales consejeros estadunidense e israelitas se suman
franceses, españoles y británicos. El control tecnológico de los países
miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre las
fuerzas armadas latinoamericanas cierra el círculo.
La soberanía se diluye cuando el proceso de toma de decisiones es
elaborado en los despachos del Pentágono y la OTAN. El militarismo ha cedido su
lugar a la militarización del poder y la sociedad.
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