Estas
últimas semanas las élites estadounidenses y en general, las estructuras de
poder de los Estados Unidos se han enfrentado a dos vías para mantener su
hegemonía mundial y su cohesión interna.
Por un lado,
Trump ha tratado de complacer al complejo militar industrial, a las grandes
corporaciones trasnacionales y al lobby pro Israel con objeto de amarrar apoyos
políticos y económicos, y a la vez responder a los intereses de actores fundamentales
dentro del sistema político y económico de Estados Unidos.
Así, la
venta de armas al exterior (Ucrania, Arabia Saudita, Japón, etc.) el aumento
descomunal del presupuesto, el mantenimiento de la presencia militar de Estados
Unidos en el Medio Oriente, así como el escalamiento de las tensiones con Corea
del Norte y Rusia, responden a los intereses de largo plazo del complejo
militar industrial.
La creciente
presión sobre Irán y la permanencia de tropas en Siria, así como el cambio de
la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y el apoyo irrestricto al
gobierno de Netanyahu, responden a los intereses del lobby pro Israel (AIPAC,
Organización Sionista Mundial, etc.).
Y por
supuesto, la reforma fiscal y los incentivos para la repatriación de capitales,
son las monedas de cambio para ganarse el favor de las grandes corporaciones
trasnacionales.
En el caso
del intervencionismo militar en el exterior, embona perfectamente con los
objetivos de las élites globalizantes que desean una presencia permanente de
Estados Unidos como el “policía del mundo”, y por ello apoyan esta vertiente.
En el caso
de la reforma fiscal, le da más margen de ganancia a las grandes corporaciones,
aunque el objetivo es atraer inversión del mundo hacia Estados Unidos, con lo
que la vertiente nacionalista del gobierno de Trump también se fortalece.
En el caso
del apoyo a Israel y a su agenda de “balcanización” en el Medio Oriente, es
algo que Trump no puede dejar de hacer, en vista del poder enorme que tiene el
lobby pro Israel en la economía, la política y en los medios de comunicación
estadounidenses, por lo que si bien genera diversos problemas a Estados Unidos
(como el retiro del acuerdo nuclear con Irán, generando fricciones con sus
aliados europeos y añadiéndole más tensión a la relación con Rusia y China);
también propicia el apoyo de los sectores más derechistas dentro de la
comunidad judía estadounidense y logra dividir a los grupos pro israelíes, ya
que así unos se decantan en favor de Trump, a pesar de sus políticas anti
globalización[1].
Pero también
Trump tiene que darle contenido a sus promesas nacionalistas de campaña, que
fueron las que lograron atraer el apoyo de la clase media blanca trabajadora,
como la política anti inmigrante (con el muro en la frontera con México, como
el emblema principal de la misma); el proteccionismo comercial (ataque
constante a los tratados comerciales, incluso retirándose del Acuerdo
Transpacífico; renegociación del TLCAN y el inicio de la imposición de tarifas
a diversos productos); y el nombramiento de funcionarios y jueces con claras posiciones
conservadoras (anti cambio climático; anti regulación; pro empresariales,
etc.).
Así por un
lado, el “imperio” estadounidense demanda que las políticas públicas de Trump
respondan a las necesidades del mismo: política migratoria liberal; apertura
comercial; permanente presencia militar en todo el mundo; desregulación
financiera; etc.
Pero por el
otro, los sectores económicos (acero, carbón, productos de consumo popular,
etc.) afectados por la globalización y los trabajadores desplazados por la
relocalización de las industrias y la automatización (que fueron la base
electoral del triunfo de Trump), demandan políticas públicas que los
favorezcan.
Trump está
tratando de complacer en alguna medida a ambos segmentos de la sociedad y la
economía estadounidense, y lo que está generando es una enorme tensión y
confusión con sus políticas, pues mientras por un lado logra una disminución
brutal de impuestos para las grandes corporaciones, que provoca un aumento de
la confianza y de las utilidades para ellas; por otro lado lanza medidas
proteccionistas que pueden provocar guerras comerciales con socios y
competidores por igual, con lo que tira a los mercados internacionales, que expresan
así su oposición a tales políticas.
Y todo ello
sucede en medio de la estrategia de una parte de las élites estadounidenses,
precisamente las que están más comprometidas e involucradas en la globalización
y que tienen influencia en una parte del aparato de inteligencia y seguridad
(especialmente el FBI), dirigida a minar y de ser posible hacer fracasar la
gestión de Trump (ya sea llevándolo a un juicio político u obligándolo a
renunciar). Para ello, han fabricado una conspiración entre Trump y los rusos,
que hasta ahora no ha resultado más que en acusaciones a ex funcionarios y ex
colaboradores menores del presidente, y con poco o nada que ver con el gobierno
de Putin. Pero el objetivo es distraer, ensuciar y complicar la presidencia de
Trump; por lo que la existencia o no de prueba alguna de la supuesta colusión entre
Trump y los rusos, en el contexto del proceso electoral del 2016, es lo de
menos.
Y de la
misma forma, la insistencia del complejo militar industrial, del aparato de
inteligencia y seguridad, del lobby pro Israel y de los neoconservadores por
derrocar o eliminar a Vladimir Putin de la escena internacional, y volver a
poner de rodillas a Rusia, tal como la tuvieron durante el nefasto gobierno de
Boris Yeltsin en los años noventa del siglo pasado, ha llevado las acciones y
la política anti rusa a tal nivel, que al parecer ya colmaron la paciencia del
presidente ruso; y éste, ante las inminentes elecciones presidenciales en su
país ha decidido mandar un mensaje, tanto interno como externo, de que Rusia
posee el arsenal nuclear más poderoso del planeta y está dispuesto a usarlo, si
alguna potencia decide retarlo.
No es usual
que Putin haga ese tipo de amenazas, pero han sido tantas las provocaciones (en
Siria, en Ucrania, dentro de Rusia misma) de parte de Estados Unidos (y en el
Medio Oriente, por parte de Israel, atacando continuamente a su aliado Bashar
el Assad), que ha decidido mandar un mensaje claro a Washington, Tel Aviv y
Bruselas (sede de la Unión Europea); y esto es qué si de verdad quieren una
guerra con Rusia, el gobierno en Moscú está más que preparado para llevarla a
cabo.
Por si fuera
poco, los “halcones” del Pentágono ya están amenazando con un ataque “preventivo”
contra Corea del Norte si mantiene el desarrollo de su programa de misiles
nucleares, lo que de suceder pondría al mundo al borde de la Tercera Guerra
Mundial, dado que China ha manifestado sin ambages, que un ataque no provocado
a Corea del Norte llevaría a Beijing a intervenir en favor de este país. Y hay que
recordar que Rusia también tiene frontera con Corea del Norte, y mantiene una
alianza con China, por lo que la situación podría escalar rápidamente.
Las contradicciones
del capitalismo estadounidense (globalización V.S. nacionalismo), las disputas
entre sus élites (republicanos y demócratas; neoconservadores y realistas), y
la evidente erosión de la hegemonía política y económica estadounidense
(principalmente ante Rusia y China), están propiciando reacciones y decisiones
peligrosas en Washington, que no sólo pueden provocar guerras comerciales,
aumento de enfrentamientos y de tensiones en diversas partes del mundo; sino
más peligroso aún, un mal cálculo que puede propiciar el inicio de una guerra
entre grandes potencias, como ocurrió en 1914, dando inicio entonces a la
Primera Guerra Mundial; pero esta vez con armas de destrucción masiva, que pueden
poner a la humanidad al borde de la extinción.
[1] Globalización que es
decididamente impulsada por las élites judías liberales de Nueva York,
Hollywood, Silicon Valley, etc.
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