Brasil: más militares en el gobierno de Temer
Eric Nepomuceno
La Jornada 11 de Marzo de 2018
En silencio, como corresponde, el débil y confuso gobierno de
Michel Temer abre espacio creciente para que militares ocupen puestos clave. No
hay nada parecido a una militarización del régimen civil, pero merece atención
ese movimiento sin antecedentes desde el final de la dictadura militar que se
impuso a lo largo de 21 años, entre 1964 y 1985.
Son tiempos sombríos, desde el golpe parlamentario que destituyó a la
presidenta Dilma Rousseff e instaló en el poder un conglomerado de lo más
sórdido que hay en la política brasileña, a empezar por el mismo Temer, sobre
cuya cabeza flotan dos denuncias formales por corrupción, un pedido judicial de
quiebra de sigilo bancario y dos investigaciones que seguramente se
transformarán en nuevas denuncias.
Lo protege, de momento, el fuero especial asegurado por la Constitución.
Pero a partir del primer día de 2019, Temer volverá a ser un ciudadano más, y a
su espera habrá algún tribunal de justicia.
Con el escenario político salpicado de barro por donde se mire, se
abrieron vacíos inquietantes. En sectores aún insignificantes de la opinión
pública se reiteran pedidos de intervención militar. Y en sectores todavía
restrictos, pero claramente visibles, de las fuerzas armadas, especialmente del
Ejército, son frecuentes las manifestaciones contundentes criticando al
gobierno de Michel Temer en particular y a la clase política en general.
En diciembre pasado, por ejemplo, el general Antonio Martins Mourão,
quien ocupaba un alto puesto en la burocracia interna del Ejército, dijo en una
charla, cuyo público era formado por apoyadores y nostálgicos de la dictadura
militar, que el presidente Temer anda a los tropiezos y gracias a un
balcón de negocios trata de llegar al final de su mandato. Tres meses antes,
frente a un público idéntico, Martins Mourão pidió que el Ejército imponga
una solución para la crisis política. Y en febrero, al pasar para la
condición de general retirado, se despidió elogiando al fallecido capitán
Carlos Brilhante Ustra, uno de los más sanguinarios torturadores de la dictadura.
Lo que más llamó la atención fue la reacción complaciente del
comandante-general del Ejército, Eduardo Villas Boas, al no imponer ningún
castigo contundente a su colega de tropa.
A mediados de febrero, Temer determinó la intervención militar en el estado
de Río de Janeiro, entregando a un general, Walter Braga Netto, todo lo que se
refiere a seguridad pública. El caso sigue como tema de discusión y debate
entre especialistas y estudiosos de seguridad pública.
Ha sido, en realidad, un vuelco radical en la política de Temer. Al
darse cuenta de que no lograría hacer aprobar en el Congreso la reforma del
sistema de jubilaciones –y perder su bandera de reformista y el rumbo
que pretendía imponer a su política económica–, el presidente optó por abrazar
una causa de fuerte apelo popular: la seguridad pública, en un país cada día
más violento.
Tan visible acontecimiento, sin embargo, abrió ventanas para que otros
movimientos llevados a cabo en silencio, también se hiciesen visibles. Y,
claro, preocupantes.
Uno de los primeros actos del mandatario brasileño, en el último
trimestre de 2016, cuando recién se había apoderado del sillón presidencial,
sin un único y miserable voto popular, fue recrear el Gabinete de Seguridad
Institucional, que la presidenta Dilma Rousseff había disuelto.
Tratase de un puesto vital, que controla todo el sistema de información
e inteligencia del gobierno. Temer eligió para el cargo a un general, Sergio
Etchegoyen, quien viene de una tradicional familia de militares, cuyos
antecedentes no son exactamente los mejores; varios de ellos están relacionados
a denuncias de violación de derechos humanos durante la última dictadura.
Siempre en silencio, y en contradicción, nombró como
secretario-ejecutivo de la Casa Civil –especie de jefe de gabinete del
gobierno– un general. Al crear el ministerio de Seguridad Pública, entregó el
de Defensa, creado en 1999 por el entonces presidente Fernando Henrique
Cardoso, a otro general. Ha sido el primer militar que ocupa un puesto que
siempre tuvo a un civil, precisamente para no privilegiar una de las fuerzas
armadas sobre las otras dos: Marina y Fuerza Aérea.
Y más: en el ministerio de Justicia, la Secretaría de Estado de
Seguridad Pública tiene a la cabeza, por primera vez, a un general. Retirado,
pero general. Y otro también general está, sin que exista explicación alguna,
al frente de la Fundación Nacional del Indio, responsable por todos los
complejos y delicados temas relacionados a los indígenas brasileños.
Otro detalle: hace poco, gracias a un proyecto de ley que tramitó con
velocidad y silencio en el Congreso, el gobierno logró determinar que crímenes
de militares contra civiles sean juzgados no por la justicia común, sino por la
militar. Cuyos tribunales, como corresponde, no son formados por juristas, sino
por oficiales.
Por ahora no se avistan señales de peligro por semejante avance de
militares sobre puestos antes destinados a civiles. Puede que no sea más que
otra muestra de incompetencia e insensibilidad de un presidente ilegítimo. Pero
conviene estar alertas. Para qué, no sé. Pero la verdad es que ando un tantito
inquieto por todo eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario