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Zapata

domingo, 18 de marzo de 2018

RUSIA ENFRENTA SU DESTINO

Hoy Vladimir Putin será reelecto presidente de Rusia por 6 años más, y ello ha elevado la histeria anti rusa en Occidente, que en las últimas dos décadas han visto como este país, al que tenían sojuzgado después de la desaparición de la Unión Soviética (en diciembre de 1991); y explotado y devastado económicamente, a través del gobierno títere de Boris Yeltsin; se levantó a través del liderazgo de Putin, quien detuvo la expoliación que los oligarcas proccidentales[1] y las trasnacionales realizaban sin freno en su país; reconstituyó el poder militar ruso; defendió sin miedo la soberanía y se opuso al cerco militar que Occidente ha tratado de establecer alrededor de su territorio (expansión de la OTAN hacia el Este; rompimiento por Estados Unidos del tratado para limitar los misiles balísticos en el 2002; establecimiento de sistemas anti misiles alrededor de Rusia, etc.).
Así también, Putin apoyó a su aliado Bashar el Assad en Siria ante la agresión orquestada por Occidente, Israel y los países sunnitas de la región, para balcanizar a ese país: respondió a la operación de “cambio de régimen” en Ucrania y el intento por “des rusificar” las provincias del Este de ese país por parte del régimen pro occidental de Kiev, al apoyarlas logística y militarmente; así como ocupando la península de Crimea, mayoritariamente rusa, ante la amenaza ucraniana de desalojar la base naval de Sebastopol.
En resumidas cuentas, el gobierno de Putin, aún con el interregno del gobierno de Medvedev (2008-2012), durante el cual fue el Primer Ministro; evitó primero la destrucción económica y social de Rusia por parte de los neoconservadores de Washington y los oligarcas pro occidentales; se opuso al unilateralismo y a la “unipolaridad” de Estados Unidos, reivindicando los intereses rusos, ya ni siquiera en otros continentes, sino solamente alrededor del territorio ruso, para evitar quedar cercada con regímenes hostiles, pro occidentales; conformó una alianza económica y política con China para balancear las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos y sus aliados; evitó la destrucción de un aliado importantísimo en el Medio Oriente, el régimen sirio, en donde además Rusia mantiene bases militares (Tartus y Latakia); y ha comenzado un lento y complicado proceso de mejoramiento económico y social al interior de Rusia, a pesar de las innumerables sanciones económicas de Occidente, por su atrevimiento al negarse a apoyar la hegemonía estadounidense en el mundo, con infinidad de pretextos e invenciones (el último de los cuales es el supuesto ataque a un ex espía ruso, refugiado en Inglaterra).
Ahora Putin enfrenta un desafío mayúsculo en los próximos meses, cuando varios retos se conjunten, que pueden poner a Rusia en una situación sumamente riesgosa.
Primero, después de las elecciones presidenciales, vendrán todos los ataques concertados de la prensa occidental, considerando que las elecciones no fueron libres y acusando a Putin de haberse convertido en un dictador vitalicio. No se descarta que las ONG pro occidentales y los grupos políticos opositores a Putin, financiados por Estados Unidos y la Unión Europea, inicien movilizaciones violentas, con objeto de ser “reprimidos”; y con ello, mostrar en los medios de comunicación occidentales el supuesto repudio de la población rusa a Putin.
Así también, las sanciones contra Rusia por lo del ex espía envenenado en Inglaterra, apenas comienzan; y la narrativa en medios de comunicación, e incluso las acusaciones directas a Putin, como irresponsablemente lo hizo el Ministro de Asuntos Exteriores de la Gran Bretaña, Boris Johnson, irán en aumento, con objeto de que antes del inicio del Mundial de Futbol de Rusia, en el mes de junio, la masa crítica de ataques y denostaciones a Putin logren disminuir significativamente el número de visitantes que vaya a tierras rusas; y así se compense la buena prensa que iba a recibir por la organización del mundial y la hospitalidad que los rusos están dispuestos a brindar a los turistas.
Al mismo tiempo, recordemos que ya en dos ocasiones en eventos deportivos trascendentales, como los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, a los que asistía Putin como invitado a la inauguración; y los Olímpicos de Invierno en Sochi, Rusia, en donde era el anfitrión, Washington ha orquestado sendas agresiones contra el régimen de Putin. En 2008, lanzando a Georgia a ocupar Osetia del Sur, mayoritariamente rusa, y por lo tanto apoyada por Moscú (así como Abjasia), reclamándola como propia; lo que llevó a la firme respuesta rusa, derrotando rápidamente al ejército georgiano.
En el caso de Sochi, se dio el golpe de estado en Ucrania contra el presidente pro ruso Yanuckovich, con el apoyo estadounidense y de Europa Occidental y la agresión del gobierno ucraniano a las provincias mayoritariamente rusas del Este (Donetsk y Lugansk); así como el riesgo de desalojo de la base naval rusa en Sebastopol, en la península de Crimea, lo que llevó a Moscú a dar apoyo a las mencionadas provincias y a ocupar militarmente Crimea (con población mayoritariamente rusa).
Por ello es muy factible que en un nuevo evento deportivo en Rusia, como el Mundial del Futbol, que obligará a todo el aparato ruso de seguridad a estar atento, se lleve a cabo otra agresión contra Moscú. Puede ser que el gobierno de Kiev lance una nueva ofensiva contra las provincias del Este, aprovechando que el gobierno de Trump le acaba de vender armamento ofensivo (qué por cierto, el de Obama se había negado a hacerlo). Y al mismo tiempo, que los yihadistas controlados por Occidente, Israel y las monarquías sunnitas de Medio Oriente decidan realizar uno o varios atentados terroristas contra la población civil rusa y contra los turistas que asistirán al mundial (por algo Estados Unidos quedó sorpresivamente eliminado del Mundial en la última fecha; y ahora la Gran Bretaña, con el pretexto del ataque al ex espía ruso, ha cancelado la participación de cualquier autoridad británica en el Mundial).
A lo anterior se suman los recientes cambios en el gobierno de Estados Unidos para sumar a más “halcones” anti rusos y anti iraníes, como Mike Pompeo en el Departamento de Estado, Gina Haspel en la CIA y se habla de la llegada del neoconservador John Bolton como Consejero de Seguridad Nacional. Con todo ello, lo que se prevé es que en mayo[2] Estados Unidos salga del acuerdo nuclear con Irán, marcando así el inicio de nuevas sanciones y provocaciones al régimen de Teherán; el muy probable inicio de ataques al ejército sirio, por las inventadas acusaciones de uso de armas químicas en el Este de Gouhta; y la escalada de agresiones israelíes a Hezbollah y probablemente al ejército libanés en el sur de este país. Todo ello planteará un nuevo reto a Rusia para seguir ayudando a Assad, después de que ya había logrado avances en las negociaciones con algunos grupos rebeldes sirios, y se habían establecido ceses al fuego en diversas partes del país.
Se va a obligar a Moscú a reiniciar hostilidades en todo el territorio sirio nuevamente, pero ahora con la posibilidad de encuentros directos con fuerzas armadas occidentales e israelíes, que ante el fracaso de sus mercenarios y terroristas (que aún no han desaparecido del todo) en su intento por derrocar a Assad, ahora lanzarán a sus propios ejércitos para realizar la tarea, con la posibilidad del inicio de hostilidades directas contra fuerzas rusas.
Si a esto se le suma  el aumento de las presiones y sanciones por parte de los miembros de la OTAN (especialmente en la zona del Mar Báltico), contra Rusia; se puede uno dar cuenta de que las élites occidentales están decididas a arrinconar y debilitar todo lo que puedan al gobierno de Vladimir Putin, tratando de generar una situación similar a la que han provocado en Venezuela contra el régimen de Maduro. Esto es, ir aislando en todos los campos a Rusia (ahí está el caso paradigmático del supuesto doping de todos los atletas rusos en competiciones olímpicas); aumentar las sanciones económicas, para ir minando aún más el nivel de vida del ruso promedio; obligar a Rusia a mantener ocupadas a sus fuerzas armadas y de seguridad en numerosos frentes (Ucrania, Siria, el Báltico, internamente; incluso en la península coreana), para desgastarlos y hacerlos caer en nuevas provocaciones, para además acusarlas de “crímenes de guerra”; y todo ello con objeto de que internamente crezca la insatisfacción contra Putin, y los aliados pro occidentales puedan tener la oportunidad de generar un “cambio de régimen”, como el que realizaron en Ucrania, en donde sin tener la mayoría del apoyo ciudadano, pudieron generar una crisis a través de movilizaciones pagadas y concertadas por las ONG pro occidentales; el uso de francotiradores y mercenarios encargados de asesinar por igual a opositores, ciudadanos y fuerzas de seguridad; y finalmente, lograr la “neutralidad” de las fuerzas armadas, que permita que una facción pro occidental tome el poder en un ”putsch”. Si bien ese esquema les resultó muy bien en Ucrania, en Venezuela no han podido culminarlo, aunque sí han logrado, con el boicot concertado entre las potencias occidentales y la oligarquía venezolana, poner contra la pared al gobierno de Maduro.
Se ve mucho más complicado que puedan lograrlo en una potencia como Rusia, pero eso no importa a Washington y sus aliados; el objetivo es desestabilizar, desangrar, acorralar y desgastar al gobierno de Putin, para al menos evitar que se consolide como una potencia ascendente, y en el mejor de los casos dejarla como una potencia, sí opositora, pero en permanente crisis.
De ahí que para Putin es indispensable afianzar la alianza con China y no permitir que Occidente invente divisiones y disputas entre Beijing y Moscú, porque de eso depende romper el aislamiento en que Washington y sus aliados pretenden dejar a Putin.
Grandes desafíos en todos los órdenes, lo que implica que Putin y sus aliados internos deberán hilar muy fino, mantener el apoyo del pueblo y las fuerzas armadas rusas y continuar fortaleciendo las alianzas con China y con las ex repúblicas soviéticas del centro de Asía, pues constituyen su “hinterland”, que le puede dar los recursos y el espacio suficiente para aguantar la agresión permanente de Occidente.



[2] Mes en el que Trump debe decidir si sigue firmando la suspensión de las sanciones a Irán, o las reestablece.

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