Tillerson, la militarización y el petróleo
Carlos Fazio
La Jornada 12 de Febrero de 2018
En el contexto de una disputa geopolítica con competidores
capitalistas extracontinentales (China, Rusia, Unión Europea) que desafían la
hegemonía del imperio en su tradicional zona de influencia, la reciente gira
del secretario de Estado, Rex Tillerson, por México, Argentina, Perú, Colombia
y Jamaica tuvo una clara proyección expansionista con base en dos ejes
principales: seguridad y energía.
Como integrante de la clase capitalista trasnacional, Tillerson, ex
director ejecutivo de la corporación petrolera privada estadunidense
Exxon-Mobil, cuarta compañía del ramo a escala mundial detrás de las estatales
Aramco (Arabia Saudita), NIOC (Irán) y CNPC (China), esgrimió un
enfoque mercantilista primitivo (Jorge Eduardo Navarrete dixit),
tan anacrónico como la Doctrina Monroe en la que basó su discurso en la
Universidad de Texas, en Austin, un día antes de su arribo a México.
El modelo Tillerson de relaciones hemisféricas encarna la
tradicional diplomacia de guerra de Washington, acentuada ahora debido a la
crisis estructural y de legitimidad del sistema capitalista mundial,
caracterizada por William I. Robinson como la fusión del poder político
reaccionario en el Estado, fuerzas ultraderechistas, autoritarias y
neofascistas en la sociedad civil, y el capital corporativo trasnacional. Una
triangulación de intereses que, en perspectiva, bajo la administración Trump,
va configurando un Estado policiaco global de corte neofascista.
En ese contexto, las fracciones del gran capital más propensas a un
fascismo del siglo XXI se sitúan en el sector financiero especulativo, el
complejo militar-industrial-securitario-mediático y en las industrias
extractivistas, entrelazadas con el capital de alta tecnología/digital.
Dada la magnitud de la crisis del capitalismo, su alcance global, el
deterioro social y el grado de degradación ecológica que genera, para contener
las protestas y/o rebeliones reales o potenciales, la plutocracia dominante
viene impulsando diversos sistemas de control social de masas, represión y
guerra (abiertas o clandestinas), que son utilizados, además, como herramientas
para obtener ganancias y seguir acumulando capital frente al estancamiento. Lo
que Robinson llama acumulación militarizada o por represión.
Tal categorización alude al talón de Aquiles del capitalismo: la
sobreacumulación. La creciente brecha entre lo que se produce y lo que el
mercado puede absorber. Si los capitalistas no pueden vender sus productos, no
obtienen ganancias. Dada la enorme concentración de la riqueza –con sus
correlativos niveles de polarización social y desigualdad global sin
precedente−, la clase capitalista trasnacional necesita encontrar salidas
productivas rentables para descargar enormes cantidades de excedentes
acumulados.
De allí que los complejos energéticos y extractivistas recurran a la
intensificación y profundización del neoliberalismo vía la privatización de la
infraestructura carretera, portuaria, aeroportuaria, ferrocarrilera, de
oleoductos, gasoductos y electricidad (verbigracia, Pemex y la Comisión Federal
de Electricidad en el caso mexicano); la superexplotación laboral y
precarización del trabajo (subcontratación, tercerización), y políticas de
desregulación total y mayor subsidio al capital trasnacional.
Dichas políticas de relocalización de capitales, reindustrialización y
acumulación por desposesión o despojo de territorios y materias primas en
economías dependientes, se ha venido dando en México, Centro y Sudamérica por
conducto de golpes suaves, la imposición de facto de un estado
de excepción permanente y el establecimiento de estados policiacos, cuyo
soporte son la militarización de la sociedad civil y distintas modalidades de
guerras tácticas sin fin, camufladas como lucha antidrogas o
contra enemigos internos −los mapuches bajo el (des)gobierno de
Mauricio Macri−, con armamentos avanzados impulsados por la inteligencia
artificial, incluidos sofisticados sistemas de monitoreo,rastreo,
seguridad y vigilancia.
En ese contexto cabe resaltar que en su discurso en la Universidad de Texas,
Tillerson colocó la energía, en particular los hidrocarburos (petróleo, gas,
aceites no convencionales), como punto nodal de la renovada estrategia
hemisférica de la administración Trump. Puso como modelo la fuerza
energética de América del Norte; la apertura (privatización) de los mercados de
energía en México, y el papel de Estados Unidos como proveedor de gas natural
para nuevas generadoras de electricidad en la región.
De hecho, México −que desde 2007 con la Iniciativa Mérida encabeza la
lista de ayuda encubierta de inteligencia militar del Pentágono y la CIA,
después de Afganistán− va camino a ser reconvertido en una plataforma de
exportación de petróleo, gas natural y gasolinas producidas en la Cuenca de
Permian y Luisiana, hacia el mercado asiático (Japón, China, India, Corea del
Sur, Taiwán), vía los puertos de Manzanillo y el eje Coatzacoalcos/Salina Cruz,
en el Istmo de Tehuantepec, que aprovechando la infraestructura instalada de
Pemex, dará a las corporaciones de energía ventajas por menor tiempo y bajo
costo de transporte, que si lo hicieran mediante el Canal de Panamá.
Dado que los hidrocarburos son un componente central de la estrategia
neocolonial militarizada y de seguridad energética de Donald Trump y
las corporaciones del sector −en clave de restauración conservadora y de
defensa de su hegemonía−, Petróleos de Venezuela (PDVSA, quinta empresa
petrolera mundial) fue otro objetivo central de la gira de Tillerson. De allí
que instruyera a los gobiernos colaboracionistas cipayos de Enrique Peña Nieto,
Mauricio Macri, Pedro Kuczynski y Juan Manuel Santos, las nuevas modalidades
que deberán desempeñar de cara a la intensificación del cerco militar,
económico y financiero contra el gobierno constitucional de Nicolás Maduro,
incluido un eventual embargo petrolero como nuevo precipitador de
una crisis humanitaria que justifique una intervención militar
multilateral.
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