Los valedores del neoliberalismo nativo
José Blanco
La Jornada 14 de Noviembre de 2017
El periodista Jonathan Ernst, publicitado por Reuters, escribió hace
unos días: “dos de las revistas de corte liberal más influyentes de Estados
Unidos y Gran Bretaña, calificaron al presidenciable Andrés Manuel López
Obrador de ‘populista de izquierda’”. Esas influyentes, hablando desde su tonto
pedestal imperial, son The Economist y The Atlantic que
publicaron, respectivamente, los artículos El salvador populista de México
puede ser demasiado bueno para ser cierto y El candidato presidencial
de México no entiende su modelo a seguir. Una corrección para Ernst: esas
nefastas publicaciones no son liberales ni en el corte, sino neoliberales.
Liberales y neoliberales tienen muchas cosas en común, en la economía y en la
política, pero también tienen una diferencia absolutamente decisiva: el
liberalismo surgió en lucha contra la monarquía absoluta; los neoliberales
surgieron en los años 30 del siglo pasado en lucha a muerte contra el Estado
social, aunque en aquellos años estaban en minoría. Los liberales abrieron una
puerta hacia el futuro, dejando atrás la servidumbre, o la esclavitud en el
caso de Estados Unidos. Los neoliberales dieron muchos pasos hacia atrás, al
cancelar derechos sociales múltiples, recortando salarios y pensiones,
recortando impuestos en favor de los ricos y restringiendo severamente la
democracia, no sólo con trampas de toda clase en el ámbito electoral sino,
sobre todo, organizando una sociedad hecha para la rapiña, la corrupción y el
consumismo depredador. Pero los gobernantes de aquí y de allá, neoliberales,
creen que pueden hacernos creer que el mundo de hoy es el único posible. Oigan,
si no, a Peña Nieto, a Videgaray, a Nuño, a Meade, a ¡Enrique Ochoa!, y todos
los de su especie que, acaso, mandaron hacer los articulejos señalados; sus autores
dicen las mismas sandeces que, como loros contumaces, repiten
esos nuestros gobernantes.
A partir de los años 70, exánime el
modelo Bretton Woods, que vivió haciendo daño al modelo keynesiano con el que
mal convivía, y habiendo dado muerte al keynesianismo, los neoliberales
mandones y sus subalternos, en medio de los vituperios más encendidos,
iniciaron la jibarización de los estados de las sociedades capitalistas
occidentales, eliminando de un guadañazo la soberanía de las naciones, cuyos
gobiernos, en consecuencia, habrían de guiarse, no por lo que deciden los
ciudadanos cuando eligen a sus gobernantes, sino por lo que les dicta el
discurso neoliberal emitido por el FMI, el Banco Mundial, ¡las calificadoras!,
el Consenso de Washington y los poderes más efectivos y ominosos del orbe: los
banqueros globalizados. O ¿conoce usted a los ciudadanos que votaron por
desnacionalizar Pemex? Por esos motivos los pueblos del mundo, encabezados por
sus dirigentes, a los que los ignorantes neoliberales llaman populistas,
acabarán un día echando del poder a esos gobiernos funestos.
Los neoliberales se sirvieron de las
universidades, de los medios (como The Economist y The
Atlantic), la televisión, Hollywood, y mucho más, para propagar un discurso
que no sólo es el credo de los gobernantes, sino que en él han creído, por
demasiados lustros, las mayorías de las poblaciones del mundo: aún los votan;
pero cada día menos.
Los gobiernos neoliberales,
desarrollados y subdesarrollados, no sólo aplican ferozmente su credo, también
creen que there is no alternative, como se los prescribió la
señora Thatcher.
Jibarizar al Estado y entregar la
batuta a los mercados –que el neoliberalismo cree que se
autorregulan– es un mismo movimiento, con el cual hicieron creer, con éxito, a
políticos y economistas ortodoxos, que eran dueños de la verdad absoluta. Con
esa verdadcrearon una globalización rapaz que ha sembrado la muerte masiva
por hambre y por guerras, al tiempo que alcanzaron su mayor creación con el
famoso 1%. Los desastres sociales y naturales provocados por la política
neoliberal, no conmueven a los neoliberales; jamás se rinden a la evidencia, y
continúan impávidos aplicando su política criminal. Un ejemplo entre miles: en
México, los sabios neoliberales provocaron una catástrofe financiera en
diciembre de 1994, en el tránsito del gobierno de Salinas al de Zedillo: se
culparon mutuamente, pero fueron ambos. Zedillo inventó el Fobaproa
para rescatar a los bancos. Y el pueblo mexicano, el día de hoy,
sigue pagando millones.
El liberalismo y el neoliberalismo no
son teorías positivas que expliquen cómo es que funcionan las sociedades. El
neoliberalismo, en particular, es una propuesta normativa de organización
social: sus reglas configuran la antidemocracia excluyente por antonomasia. Por
tanto, hay alternativas.
Una propuesta alternativa de
organización social es una que elimine la corrupción, la degeneración, la
depravación, la exclusión y todas las lacras referidas antes. Demandemos una
democracia incluyente, que traiga consigo la divisa completa con la que advino
el liberalismo: libertad, sí, acompañada de igualdad y fraternidad. Es la
igualdad o la tendencia a la igualdad el ámbito donde puede nacer y prosperar
la fraternidad; es la igualdad o la tendencia a la igualdad la que debe
atemperar y regular a la libertad. La libertad puede crecer para todos conforme
se aleje, para todos, la necesidad. Hablamos de una sociedad organizada
conforme a derechos sociales y humanos; de una constitución política organizada
por esos derechos sociales y humanos. De una constitución política que permite
e impulsa el movimiento de la sociedad hacia cotas cada vez mayores de
igualdad, fraternidad y libertad. Todo esto que resultaba odioso a Hayek, uno
de los padres mayores del neoliberalismo.
Devolver el neoliberalismo al
inframundo del que escapó: tarea de la democracia incluyente.
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