Los planteamientos en materia de política exterior, si bien
atienden de manera general los cambios en la correlación de fuerzas entre las
principales potencias (Estados Unidos, China, Rusia, la Unión Europea y Japón),
así como la emergencia de nuevos actores que inciden en la misma (India,
Turquía, Irán, Indonesia, Brasil, Corea del Sur, Australia, Sudáfrica y
México); no lo hace de una manera prospectiva, pues no se establece a dónde
queremos llegar en los próximos 5 ó 10 años.
En algún momento se hace referencia a las “potencias medias”,
como un espacio en el que México podría desarrollar una mayor presencia
internacional e influir, de manera concertada con otros países de similar peso
económico y político, en los temas y retos a los que se enfrenta la comunidad
internacional.
Sin embargo, se omite establecer que esa actuación de México,
está condicionada de diversas formas por la relación de asimetría frente a
Estados Unidos, que en los últimos 25 años ha reafirmado su preponderancia en
nuestras relaciones internacionales, mediante una mayor injerencia en el ámbito
de la seguridad (Iniciativa Mérida) y la defensa (sujeción tácita de las
fuerzas armadas mexicanas a las directrices del Comando Norte de Estados
Unidos).
De la misma forma, una política económica que ha favorecido a
las grandes corporaciones nacionales y trasnacionales (aún si dejara de estar
vigente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte), en detrimento del
desarrollo de las pequeñas y medianas empresas; y que ha subordinado al mercado
interno en favor de las prioridades del comercio internacional, va a impedir
reorientar las relaciones económicas internacionales, en tanto se priorice la
agenda de las grandes empresas y del sector financiero, que ha dictado en buena
medida, la política económica del país en las últimas tres décadas.
El plantearse como objetivo primordial la Agenda 2030 de
Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, puede parecer un horizonte
deseable, pero para ello, México deberá comprometerse a enfrentar diplomáticamente
y en ocasiones en el propio ámbito económico, a las grandes potencias que si
bien, declarativamente apoyan esa Agenda 2030, en los hechos la socavan de
diversas maneras.
Sólo por poner un ejemplo, en el Objetivo número 7 de la
Agenda se establece: “Garantizar el acceso a una energía asequible, fiable,
sostenible y moderna para todos”.
Si para ello el gobierno de Morena tuviera que modificar en
alguna medida la reforma energética aprobada por el actual gobierno, ello sería
considerado como una afectación a los intereses de las empresas trasnacionales
que han obtenido concesiones de exploración y explotación, por lo que el Estado
Mexicano enfrentaría litigios internacionales, boicots, amenazas de sanciones
económicas por parte de los países de donde sean originarias esas empresas,
etc.
Así que si bien la Agenda 2030 de la ONU parece una especie
de “guía” que le servirá a la política exterior mexicana en los próximos años;
la misma está atada a los intereses y acciones de política de los Estados, y es
ahí en donde México debe insertarse.
Se señala que la conformación de regímenes internacionales en
diversas áreas y la alineación de las políticas nacionales con los de la Agenda
2030, servirán como marco de referencia y como brújula para la política exterior
mexicana.
Siendo plausible esa estrategia, resultará inviable si en el
ámbito internacional la correlación de fuerzas no favorece ese cambio en las
reglas del sistema internacional.
Sabemos que la sola elaboración de normas del derecho
internacional público y la conformación de organismos multilaterales, siendo
importante, por sí mismo no cambia las prácticas, en tanto no exista una
constelación de estados con el suficiente poder, para que puedan implantarla en
espacios geográficos cada vez más extensos.
Por más que se prohíba internacionalmente la tortura o el
tráfico de especies en peligro de extinción, si un número significativo de
gobiernos no están dispuestos a aplicar las leyes respectivas, y a destinar los
recursos económicos, humanos y materiales necesarios para ello, dichas
prácticas lesivas para la humanidad, se mantendrán.
Por lo tanto, si México quiere impulsar la cooperación
internacional como su eje rector en materia de Política Exterior, ubicando la
Agenda 2030 de la ONU como su horizonte de llegada, tendrá que desarrollar al
mismo tiempo una amplia alianza de países que estén dispuestos a impulsar dicha
agenda, no de forma declarativa, pues eso todos lo hacen, sino aplicando las
normas y prácticas que se requieren para ello, en los hechos.
Y eso puede implicar enfrentamientos de diverso calibre con
muchos países y especialmente, con las grandes potencias. Si México no está
dispuesto a enfrentar en los organismos internacionales y en la práctica
política cotidiana las violaciones a las normas internacionales por parte de
varias potencias, los excesos y las interpretaciones a contentillo que hacen de
las mismas, entonces es mejor que no se plantee como guía la mencionada Agenda,
pues sólo quedará como una carta de buenos deseos, recordando aquella Carta de
los Deberes y los Derechos Económicos de los Estados, que sólo fue una ilusión;
pero que eso sí, fue aprobada en la Asamblea General de la ONU de forma
abrumadora.
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