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Zapata

martes, 15 de agosto de 2017

PRI, PAN Y PRD A LA DEFENSA DEL NEOLIBERALISMO

Como ya lo han analizado extensamente en estos últimos días diversos analistas en distintos medios de comunicación, manejados por los oligarcas del país, Peña Nieto reafirmó en la 22 Asamblea del PRI su derecho a nombrar al candidato presidencial de ese partido; y si bien no eliminó por completo, sí redujo a su mínima expresión las posibles inconformidades por la apertura a las candidaturas externas, sin los molestos “candados” estatutarios que exigían una militancia probada en el partido[1]; así también, centró la próxima campaña del PRI en el 2018 en defender las reformas “estructurales”, escondiéndolas con el eufemismo de “transformación”, y estableciendo la falsa dicotomía de que el PRI es el partido del “futuro” enfrentado a un hipotético partido del pasado (Morena) y a partidos que han probado su “ineficacia” en el gobierno[2] (significativamente el PAN); así como al subrayar que el PRI defiende las “libertades” (básicamente la de los mercados), contra el “autoritarismo” que se le atribuye a López Obrador.
El propio presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa confirmó en entrevista televisiva que su contrincante a vencer es Morena y López Obrador, al que calificó como una “amenaza” para México (similar a como se le identificó en 2006, es decir un “peligro”, como lo calificaron PAN y PRI), y estableció que de llegar al poder López Obrador, México se convertiría en la Venezuela de Maduro.
Está claro que tanto el PRI, como el PAN y para todo efecto práctico, la falsa izquierda perredista, se han vuelto a enganchar en la estrategia del miedo, para demonizar a Morena y a López Obrador como los enemigos del orden, de la “libertad”, de la “democracia”, de la propiedad privada; y que llevarán a México al caos, a la anarquía, a la expropiación de las propiedades de los ciudadanos, a la escasez de productos y a la hiperinflación.
Esta estrategia ya fue utilizada por el PRI, cuando Salinas estaba en el poder, para catalogar al entonces naciente PRD y a su candidato a la presidencia Cuauhtémoc Cárdenas, para las elecciones de 1994, como los representantes del caos, el desorden y la violencia, especialmente después de la aparición del EZLN el 1 de enero de dicho año. Y la estrategia, junto con ríos de dinero ilegal y el consabido fraude, dieron los resultados esperados, pues el PRI triunfó en esas elecciones, con el tecnócrata Ernesto Zedillo a la cabeza, después de que desde el propio sistema se consideró que la candidatura de Luis Donaldo Colosio no garantizaba los intereses de numerosos grupos, por lo que convenientemente surgió un “loco” que lo asesinó en Lomas Taurinas, Tijuana.
Y nuevamente se utilizó la estrategia de atemorizar a la población (especialmente a la clase media) en las elecciones del 2006, básicamente con los mismos argumentos, pero en esa ocasión la estratagema no funcionó como se esperaba, y tuvo que ser el PRI el que salvara al PAN de la derrota ante López Obrador, transfiriéndole cientos de miles de votos fraudulentamente, con objeto de derrotar por un raquítico 0.56% de diferencia, a López Obrador.
Así, a pesar de la unión de los oligarcas, las trasnacionales, los gobiernos federal, estatales y municipales bajo las siglas del PRI y PAN, y desde hace cinco años también las del PRD (más los partidos “bonsái” PVEM, PANAL y PES); y de la permanente campaña de demonización y ataque continuo de la mayor parte de los medios de comunicación del país contra López Obrador y su partido (en su momento el PRD, ahora Morena) durante tres lustros, un porcentaje importante de la población (al menos la tercera parte de los electores) mantiene su apoyo y confianza en el único político realmente opositor al régimen corrupto, neoliberal y subordinado a Estados Unidos que ha desgobernado al país durante 35 años.
Y es justamente eso lo que saca de sus casillas a los oligarcas, tecnócratas, políticos corruptos (y asociados al crimen organizado), empresas trasnacionales, grandes medios de comunicación y a la élite cosmopolita de Nueva York y Washington a la que se han subordinado estos individuos, pues no han podido eliminarlo políticamente del panorama durante todo este tiempo; y una tras otra elección presidencial vuelve a poner en jaque este sistema depredador, expoliador y generador de violencia, inseguridad, corrupción, impunidad, pobreza, marginación y exclusión para la mayoría de la población mexicana.
Pero ahora esa coalición de intereses está enfrentando una disputa interna por el derecho a encabezar el gobierno federal, pues saben que desde ahí se genera una enorme riqueza para los que usufructúan los principales puestos gubernamentales.
Así, están divididos entre la coalición que encabeza el PRI y la que pretenden formar PAN y PRD; ambas con objeto de mantener el sistema depredador y expoliador, pues en eso no difieren; en lo único en lo que se atacan es en su “eficacia” para aplicarlo.
De ahí que ambas coaliciones vean como sus enemigos a Morena y López Obrador, pues no garantizan la continuidad, ni la defensa del sistema y por lo tanto constituyen una “amenaza”, un “peligro” para los intereses de dichas coaliciones, pero no para los de la mayoría de la población.
Peña sabe que tiene que nombrar a un candidato que dé seguridades a sus patrones (Nueva York y Washington) y a sus aliados (grupos políticos priístas y oligarcas) de que defenderá y continuará con el neoliberalismo; que será una persona que no tenga dudas en el sistema, ni temor a utilizar la fuerza (militares, marinos y policías) y que no coquetee con desvíos inconvenientes. Y ese candidato sólo puede surgir de la terna Meade, Nuño y Videgaray (este último, aunque se ha descartado públicamente, aún podría ser considerado si la renegociación del NAFTA termina antes de marzo del próximo año, cuando Peña ha decidido nombrar al candidato presidencial).
Sin embargo, Peña está obligado a conciliar con la fracción “política” del priísmo, significativamente Beltrones, Osorio Chong y en menor medida Eruviel Avila, no porque tema divisiones o fracturas, ya que estos individuos son tan corruptos que no se atreverían a salir del partido, a riesgo de que les expongan públicamente sus riquezas mal habidas (tal como Roberto Madrazo lo hizo con Arturo Montiel, en la víspera de la sucesión del 2006), sino para evitar sabotajes o boicots durante el proceso electoral, que puedan costarle votos al candidato tecnócrata designado, y ello bien podría llevarlo a la derrota, en una elección tan competida.
Por su lado, PAN y PRD enfrentan oposición interna a conformar un frente opositor, ya que los panistas exigen encabezar dicho frente para la elección presidencial, dado que su ventaja en las encuestas respecto al PRD es muy amplia (20 contra 6%); pero en el PRD, el jefe de gobierno de la ciudad de México ha venido construyendo su candidatura desde hace años, con el apoyo de poderosos grupos empresariales de la capital del país (significativamente el “círculo Polanco”), y todo indica que va a ser muy difícil que decline en favor de un panista para la candidatura presidencial (además de que los grupos perredistas que se han enriquecido en el gobierno de la ciudad de México, no van a soltar la candidatura para la ciudad a un “externo” o a un panista).
Así que la coalición en defensa del neoliberalismo se enfrenta a divisiones, egos, ambiciones y posibles chantajes, tanto en su vertiente priísta, como en su vertiente panista-perredista, lo que muy bien puede debilitarlos y fracturarlos hacia la contienda del 2018, en donde al menos Morena presenta un frente sólido en lo que respecta a la candidatura presidencial de López Obrador[3].



[1] Haciendo concesiones menores en el punto de las candidaturas plurinominales, al prohibir el que un candidato que haya competido por dicha vía en una elección, lo vuelva a intentar de la misma forma en la elección inmediata; y al otorgar el 50% de las candidaturas a las mujeres y el 30% a los menores de 35 años.
[2] Es decir, que también apoyan al neoliberalismo y sus reformas, pero que no fueron capaces de llevar dichas reformas a la práctica.
[3] Parece menos claro ese frente en la candidatura para la ciudad de México, por la disputa que hay entre Sheinbaum, Monreal y Batres. De cómo procese López Obrador esa candidatura, dependerá en buena medida el éxito o fracaso de Morena en la ciudad y en el país.

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