Como ya lo han analizado extensamente en estos últimos días
diversos analistas en distintos medios de comunicación, manejados por los
oligarcas del país, Peña Nieto reafirmó en la 22 Asamblea del PRI su derecho a
nombrar al candidato presidencial de ese partido; y si bien no eliminó por
completo, sí redujo a su mínima expresión las posibles inconformidades por la
apertura a las candidaturas externas, sin los molestos “candados” estatutarios
que exigían una militancia probada en el partido[1];
así también, centró la próxima campaña del PRI en el 2018 en defender las
reformas “estructurales”, escondiéndolas con el eufemismo de “transformación”,
y estableciendo la falsa dicotomía de que el PRI es el partido del “futuro”
enfrentado a un hipotético partido del pasado (Morena) y a partidos que han
probado su “ineficacia” en el gobierno[2]
(significativamente el PAN); así como al subrayar que el PRI defiende las
“libertades” (básicamente la de los mercados), contra el “autoritarismo” que se
le atribuye a López Obrador.
El propio presidente del CEN del PRI, Enrique Ochoa confirmó
en entrevista televisiva que su contrincante a vencer es Morena y López
Obrador, al que calificó como una “amenaza” para México (similar a como se le
identificó en 2006, es decir un “peligro”, como lo calificaron PAN y PRI), y
estableció que de llegar al poder López Obrador, México se convertiría en la
Venezuela de Maduro.
Está claro que tanto el PRI, como el PAN y para todo efecto
práctico, la falsa izquierda perredista, se han vuelto a enganchar en la
estrategia del miedo, para demonizar a Morena y a López Obrador como los
enemigos del orden, de la “libertad”, de la “democracia”, de la propiedad
privada; y que llevarán a México al caos, a la anarquía, a la expropiación de las
propiedades de los ciudadanos, a la escasez de productos y a la hiperinflación.
Esta estrategia ya fue utilizada por el PRI, cuando Salinas
estaba en el poder, para catalogar al entonces naciente PRD y a su candidato a
la presidencia Cuauhtémoc Cárdenas, para las elecciones de 1994, como los
representantes del caos, el desorden y la violencia, especialmente después de
la aparición del EZLN el 1 de enero de dicho año. Y la estrategia, junto con
ríos de dinero ilegal y el consabido fraude, dieron los resultados esperados,
pues el PRI triunfó en esas elecciones, con el tecnócrata Ernesto Zedillo a la
cabeza, después de que desde el propio sistema se consideró que la candidatura
de Luis Donaldo Colosio no garantizaba los intereses de numerosos grupos, por
lo que convenientemente surgió un “loco” que lo asesinó en Lomas Taurinas,
Tijuana.
Y nuevamente se utilizó la estrategia de atemorizar a la población
(especialmente a la clase media) en las elecciones del 2006, básicamente con
los mismos argumentos, pero en esa ocasión la estratagema no funcionó como se
esperaba, y tuvo que ser el PRI el que salvara al PAN de la derrota ante López
Obrador, transfiriéndole cientos de miles de votos fraudulentamente, con objeto
de derrotar por un raquítico 0.56% de diferencia, a López Obrador.
Así, a pesar de la unión de los oligarcas, las
trasnacionales, los gobiernos federal, estatales y municipales bajo las siglas
del PRI y PAN, y desde hace cinco años también las del PRD (más los partidos
“bonsái” PVEM, PANAL y PES); y de la permanente campaña de demonización y
ataque continuo de la mayor parte de los medios de comunicación del país contra
López Obrador y su partido (en su momento el PRD, ahora Morena) durante tres
lustros, un porcentaje importante de la población (al menos la tercera parte de
los electores) mantiene su apoyo y confianza en el único político realmente
opositor al régimen corrupto, neoliberal y subordinado a Estados Unidos que ha
desgobernado al país durante 35 años.
Y es justamente eso lo que saca de sus casillas a los
oligarcas, tecnócratas, políticos corruptos (y asociados al crimen organizado), empresas trasnacionales, grandes medios
de comunicación y a la élite cosmopolita de Nueva York y Washington a la que se
han subordinado estos individuos, pues no han podido eliminarlo políticamente
del panorama durante todo este tiempo; y una tras otra elección presidencial
vuelve a poner en jaque este sistema depredador, expoliador y generador de
violencia, inseguridad, corrupción, impunidad, pobreza, marginación y exclusión
para la mayoría de la población mexicana.
Pero ahora esa coalición de intereses está enfrentando una
disputa interna por el derecho a encabezar el gobierno federal, pues saben que
desde ahí se genera una enorme riqueza para los que usufructúan los principales
puestos gubernamentales.
Así, están divididos entre la coalición que encabeza el PRI y
la que pretenden formar PAN y PRD; ambas con objeto de mantener el sistema
depredador y expoliador, pues en eso no difieren; en lo único en lo que se
atacan es en su “eficacia” para aplicarlo.
De ahí que ambas coaliciones vean como sus enemigos a Morena
y López Obrador, pues no garantizan la continuidad, ni la defensa del sistema y
por lo tanto constituyen una “amenaza”, un “peligro” para los intereses de
dichas coaliciones, pero no para los de la mayoría de la población.
Peña sabe que tiene que nombrar a un candidato que dé
seguridades a sus patrones (Nueva York y Washington) y a sus aliados (grupos
políticos priístas y oligarcas) de que defenderá y continuará con el
neoliberalismo; que será una persona que no tenga dudas en el sistema, ni temor
a utilizar la fuerza (militares, marinos y policías) y que no coquetee con
desvíos inconvenientes. Y ese candidato sólo puede surgir de la terna Meade,
Nuño y Videgaray (este último, aunque se ha descartado públicamente, aún podría
ser considerado si la renegociación del NAFTA termina antes de marzo del
próximo año, cuando Peña ha decidido nombrar al candidato presidencial).
Sin embargo, Peña está obligado a conciliar con la fracción
“política” del priísmo, significativamente Beltrones, Osorio Chong y en menor
medida Eruviel Avila, no porque tema divisiones o fracturas, ya que estos
individuos son tan corruptos que no se atreverían a salir del partido, a riesgo
de que les expongan públicamente sus riquezas mal habidas (tal como Roberto
Madrazo lo hizo con Arturo Montiel, en la víspera de la sucesión del 2006),
sino para evitar sabotajes o boicots durante el proceso electoral, que puedan
costarle votos al candidato tecnócrata designado, y ello bien podría llevarlo a
la derrota, en una elección tan competida.
Por su lado, PAN y PRD enfrentan oposición interna a
conformar un frente opositor, ya que los panistas exigen encabezar dicho frente
para la elección presidencial, dado que su ventaja en las encuestas respecto al
PRD es muy amplia (20 contra 6%); pero en el PRD, el jefe de gobierno de la
ciudad de México ha venido construyendo su candidatura desde hace años, con el
apoyo de poderosos grupos empresariales de la capital del país
(significativamente el “círculo Polanco”), y todo indica que va a ser muy
difícil que decline en favor de un panista para la candidatura presidencial
(además de que los grupos perredistas que se han enriquecido en el gobierno de
la ciudad de México, no van a soltar la candidatura para la ciudad a un
“externo” o a un panista).
Así que la coalición en defensa del neoliberalismo se
enfrenta a divisiones, egos, ambiciones y posibles chantajes, tanto en su
vertiente priísta, como en su vertiente panista-perredista, lo que muy bien
puede debilitarlos y fracturarlos hacia la contienda del 2018, en donde al
menos Morena presenta un frente sólido en lo que respecta a la candidatura
presidencial de López Obrador[3].
[1]
Haciendo concesiones menores en el punto de las candidaturas plurinominales, al
prohibir el que un candidato que haya competido por dicha vía en una elección,
lo vuelva a intentar de la misma forma en la elección inmediata; y al otorgar
el 50% de las candidaturas a las mujeres y el 30% a los menores de 35 años.
[2]
Es decir, que también apoyan al neoliberalismo y sus reformas, pero que no
fueron capaces de llevar dichas reformas a la práctica.
[3]
Parece menos claro ese frente en la candidatura para la ciudad de México, por
la disputa que hay entre Sheinbaum, Monreal y Batres. De cómo procese López
Obrador esa candidatura, dependerá en buena medida el éxito o fracaso de Morena
en la ciudad y en el país.
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