Francisco y la laicidad del Estado en México
Bernardo Barranco
LA JORNADA
17 de Febrero de 2016
La clase política mexicana en verdad es patética. Se presenta toda
perfumada a Palacio Nacional, recibe serios señalamientos del Papa, el mensaje
resbala de inmediato y lo único que interesa a la mayoría es aproximarse al
personaje, tomarse una foto, estrecharlo y estar cerca del líder religioso.
Velasco, el gobernador de Chiapas, se inclina y le besa el anillo; la acción es
calificada de imprudente, sobre todo cuando preside la entidad con mayor
diversidad religiosa en el país. Esta actitud ha despertado críticas y
preguntas sobre la vigencia del Estado laico. Máxime cuando el presidente
Enrique Peña Nieto, en su mensaje protocolario ante el Papa, reitera el
carácter laico del Estado: la importancia de tener un Estado laico, como
lo es el Estado mexicano, que al velar por la libertad religiosa protege la
diversidad y la dignidad humana. Sin embargo, al despedirse del pontífice con
su pueblo expresa: En las calles, en los estadios que visitará, se
encontrará con un pueblo generoso y hospitalario; con un pueblo orgullosamente
guadalupano. Pueblo es una categoría tajante que abarca a todos. ¿Dónde quedan
los más de 20 millones de mexicanos que no son guadalupanos? Estamos hablando
de una población que abarca varios países centroamericanos juntos, al doble de
las poblaciones de Paraguay y Uruguay juntos. ¿No son pueblo por el hecho de no
ser guadalupanos? Más que criticar un desliz o una debilidad conceptual, el
tema ameritaría una reflexión mayor. No se trata sólo de que los políticos y
funcionarios públicos asistan a misa. Incluso transgrediendo lo establecido por
la ley de asociaciones religiosas y culto público. Unos días previos a la
visita, el diputado Zambrano Grijalva sugirió a las autoridades de los tres
niveles de gobierno tener cuidado con cruzar los límites de la buena
convivencia y la preservación del Estado laico, pues en el afán de estar a tono
con la visita del jerarca católico podrían infringir la ley. Felizmente con
sensatez, el papa Francisco declinó comparecer ante el Poder Legislativo,
petición de un nutrido grupo de diputados y senadores. Todo ha sido en vano: la
fiebre religiosa de los políticos es ya una epidemia altamente contagiosa.
Si bien después de la reforma al artículo 40
constitucional nadie cuestiona la laicidad del Estado, el problema es que cada
quien la entiende de modo distinto. Unos, calificados por los católicos de
laicistas, sostienen que las religiones y las acciones de las iglesias deben
recluirse a la esfera de lo privado. La esfera pública es un espacio vedado
para las instituciones, sólo corresponde a sus feligreses en calidad de
ciudadanos intervenir en política y otras esferas. Por otro lado, los católicos
y no pocos evangélicos sostienen una extraña noción de laicidad propositiva,
fabricada por Benedicto XVI y promovida por Nicolás Sarkozy, ex presidente de
la República Francesa, en la cual el Estado se muestra neutral y equidistante
de las distintas religiones, pero tanto las iglesias como su feligresía
intervienen en el espacio público con absoluta naturalidad, apelando al
concepto de libertad religiosa.
Laicidad, laicismo y laical son conceptos cercanos
que se han saturado hasta el desgaste; con el paso del tiempo, la laicidad
requiere constantemente ser redefinida ante las nuevas circunstancias. Por
ejemplo, en marzo de 2007 el papa Benedicto XVI advirtió que el laicismo era
una amenaza a la libertad religiosa. El pontífice se ha pronunciado en
diferentes ocasiones por una laicidad tolerante, opuesta al viejo laicismo
liberal de tufo masónico que durante el siglo XIX y parte del XX se enfrentó
radicalmente a toda forma de clericalismo. Los católicos reivindican la laicidad
positiva de Ratzinger, pero son intolerantes a otras concepciones o las
llaman anacrónicas y trasnochadas. Por ello es importante ser muy precisos para
utilizar dicho concepto y evitar equívocos y distinguir las lecturas clericales
de la laicidad como de las jacobinas. La laicidad es una dimensión propia del
Estado moderno. El carácter del Estado laico como herramienta de convivencia y
de paz social. El Estado que de verdad se reconoce laico no se arroga autoridad
alguna sobre cuestiones religiosas, sino considera que el ámbito de su
autoridad viene de su imparcialidad y respeto a todas las libertades. Por
tanto, no se superpone ni a la religión ni a la moral, sino que se circunscribe
a la política.
El problema de nuestra clase política es que asume
dichos postulados en el discurso, pero en la práctica los traiciona. Cuando le
conviene, en el espacio público se asume condescendiente y en sus mensajes
privilegia a la Iglesia católica. No sólo honra sus personalidades, como el
pontífice que nos visita, sino asume como propia la agenda de la jerarquía
católica. Ahí están los hechos en torno a la re-penalización del aborto en 18
entidades del país en 2009 o la reforma constitucional al artículo 24, por la
que la Iglesia pretendía entrar a la enseñanza religiosa en las escuelas
públicas, en 2012, la cual se pretendía otorgar como un regalo o muestra de
buena voluntad ante la visita en marzo del papa Benedicto XVI.
Durante esta visita, el Papa ha sido cuidadoso y no
ha reivindicado cambios, ni ha reclamado mayor libertad religiosa; es más, no
está provocando el carácter laico del Estado mexicano. Es la clase política del
país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario