Google sabe todo de ti
Ignacio Ramonet *
La Joirnada
6 de Febrero de 2016
En nuestra vida cotidiana dejamos constantemente rastros que entregan
nuestra identidad, dejan ver nuestras relaciones, reconstruyen nuestros desplazamientos,
identifican nuestras ideas, desvelan nuestros gustos, nuestras elecciones y
nuestras pasiones. Incluso, las más secretas. A lo largo del planeta múltiples
redes de control masivo no paran de vigilarnos. En todas partes, alguien nos
observa a través de nuevas cerraduras digitales. El desarrollo del Internet de
las cosas (Internet of things) y la proliferación de aparatos conectados
multiplican la cantidad de chivatos de todo tipo que nos cercan. En Estados
Unidos, por ejemplo, la empresa de electrónica Vizio, instalada en Irvine,
California, principal fabricante de televisores inteligentes conectados a
Internet, ha revelado recientemente que sus televisores espiaban a los usuarios
por medio de tecnologías incorporadas en el aparato.
Los televisores graban todo lo que los espectadores
consumen en materia de programas audiovisuales, tanto los programas de las
cadenas por cable como DVD, paquetes de acceso a Internet o consolas de
videojuegos. Por tanto, Vizio puede saber todo sobre las selecciones que sus
clientes prefieren en materia de ocio audiovisual. Y, consecuentemente, puede
vender esa información a empresas publicitarias que, gracias al análisis de los
datos acopiados, conocerán con precisión los gustos de los usuarios y estarán
en mejor situación para tenerlos en el punto de mira.
Esta no es, en sí misma, una estrategia diferente
de la que, por ejemplo, Facebook y Google utilizan habitualmente para conocer a
los internautas y ofrecerles publicidad adaptada a sus supuestos gustos.
Recordemos que en la novela de Orwell, 1984, los televisores
–obligatorios en cada domicilio– ven a través de la pantalla
lo que hace la gente (¡Ahora podemos veros!). Y la pregunta que plantea hoy la
existencia de aparatos tipo Vizio es saber si estamos dispuestos a aceptar que
nuestro televisor nos espíe.
Si lo juzgamos por la denuncia interpuesta en
agosto de 2015 por el diputado californiano Mike Gatto contra la empresa
sudcoreana Samsung, parece que no. La compañía era acusada de equipar sus
nuevos televisores con un micro oculto, capaz de grabar las conversaciones de
los telespectadores sin que éstos lo supieran y transmitirlas a terceros… Mike
Gatto, quien preside la Comisión de Protección del Consumidor y de la Vida
Privada del Congreso de California, presentó incluso una iniciativa de ley para
prohibir que los televisores pudieran espiar a la gente.
Por el contrario, Jim Dempsey, director del centro
Derecho y Tecnologías, de la Universidad de California en Berkeley, piensa que
los televisores chivatos van a proliferar:La tecnología permitirá analizar los
comportamientos de la gente. Y esto no sólo interesará a los anunciantes.
También podría permitir la realización de evaluaciones sicológicas o culturales
que, por ejemplo, interesarán también a las compañías de seguros. Sobre todo
teniendo en cuenta que las empresas de recursos humanos y de trabajo temporal
ya utilizan sistemas de análisis de voz para establecer un diagnóstico
sicológico inmediato de las personas que les llaman por teléfono en busca de
empleo.
Repartidos un poco por todas partes, los detectores
de nuestros actos y gestos abundan alrededor de nosotros; incluso, como
acabamos de ver, en nuestro televisor: sensores que registran la velocidad de
nuestros desplazamientos o itinerarios; tecnologías de reconocimiento facial
que memorizan la impronta de nuestro rostro y crean, sin que lo sepamos, bases
de datos biométricos de cada uno de nosotros. Por no hablar de los nuevos chips
de identificación por radiofrecuencia (Rfid), que descubren automáticamente
nuestro perfil de consumidor, como hacen ya lastarjetas de fidelidad que
generosamente ofrecen la mayoría de los grandes supermercados (Carrefour,
Alcampo, Erozki) y marcas (FNAC, Corte Inglés).
Ya no estamos solos frente a la pantalla de nuestro
ordenador. ¿Quién ignora a estas alturas que son examinados y filtrados los
mensajes electrónicos, las consultas en la red, los intercambios en las redes
sociales? Cada clic, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de
crédito y cada navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre
cada uno de nosotros, que se apresura a analizar un imperio en la sombra al
servicio de corporaciones comerciales, empresas publicitarias, entidades
financieras, partidos políticos y autoridades gubernamentales.
El necesario equilibrio entre libertad y seguridad
corre, por tanto, el peligro de romperse. En la película de Michael Radford, 1984,
basada en la novela de George Orwell, el presidente supremo, llamado Big
Brother, define así su doctrina: La guerra no tiene por objetivo ser
ganada, su objetivo es continuar, y la guerra la hacen los dirigentes
contra sus propios ciudadanos y tiene por objeto mantener intacta la estructura
misma de la sociedad. Dos principios que, extrañamente, hoy están a la orden
del día en nuestras sociedades contemporáneas. Con el pretexto de tratar de
proteger al conjunto de la sociedad, las autoridades ven en cada ciudadano un
potencial delincuente. La guerra permanente (y necesaria) contra el terrorismo
les proporciona una coartada moral impecable y favorece la acumulación de un
impresionante arsenal de leyes para proceder al control social integral.
Y más teniendo en cuenta que la crisis económica
aviva el descontento social que, aquí o allí, podría adoptar la forma de
motines ciudadanos, levantamientos campesinos o revueltas en los suburbios. Más
sofisticadas que las porras y las mangueras de las fuerzas del orden, las
nuevas armas de vigilancia permiten identificar mejor a los líderes y ponerlos
anticipadamente fuera de juego.
Habrá menos intimidad, menos respeto a la vida
privada, pero más seguridad, nos dicen las autoridades. En nombre de ese
imperativo se instala así, a hurtadillas, un régimen securitario al que podemos
calificar desociedad de control. En la actualidad el principio del panóptico·se
aplica a toda la sociedad. En su libro Surveiller et punir, el
filósofo Michel Foucault explica cómo el panopticon (el ojo
que todo lo ve) es un dispositivo arquitectónico que crea una sensación de
omnisciencia invisible y permite a los guardianes ver sin ser vistos
dentro de una prisión. Los detenidos, expuestos permanentemente a la mirada
oculta de los vigilantes, viven con el temor de ser pillados en
falta, lo cual les lleva a autodisciplinarse… De ahí podemos deducir que el
principio organizador de una sociedad disciplinaria es el siguiente: bajo la
presión de una vigilancia ininterrumpida, la gente acaba por modificar su
comportamiento. Como afirma Glenn Greenwald: Las experiencias históricas
demuestran que la simple existencia de un sistema de vigilancia a gran escala,
sea cual fuere la manera en que se utilice, es suficiente por sí misma para
reprimir a los disidentes. Una sociedad consciente de estar permanentemente
vigilada se vuelve enseguida dócil y timorata.
Hoy día el sistema panóptico se ha reforzado con
una particularidad nueva en relación con las anteriores sociedades de control
que confinaban a las personas consideradas antisociales, marginales, rebeldes o
enemigas en lugares de privación de libertad cerrados: prisiones,
reformatorios, manicomios, asilos, campos de concentración… Sin embargo,
nuestras sociedades contemporáneas de control dejan en libertad aparente a los
sospechosos (o sea, a todos los ciudadanos), aunque los mantienen bajo
vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la
contención física.
A veces, esta vigilancia constante también se lleva
a cabo con ayuda de chivatos tecnológicos que la gente adquiere libremente:
ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, abonos de transporte, tarjetas
bancarias inteligentes, tarjetas comerciales de fidelidad, localizadores GPS,
etcétera. Por ejemplo, el portal Yahoo!, que consultan regular y
voluntariamente unos 800 millones de personas, captura una media de 2 mil 500
rutinas al mes de cada uno de sus usuarios. En cuanto a Google, cuyo número de
usuarios sobrepasa los mil millones, dispone de un impresionante número de
sensores para espiar el comportamiento de cada usuario: el motor Google Search,
por ejemplo, permite saber dónde se encuentra el internauta, lo que busca y en
qué momento. El navegador Google Chrome, megachivato, envía directamente a
Alphabet (empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario en materia de
navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy precisas de las consultas
de los internautas en la red. Google Plus recoge información complementaria y
la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada, lo cual revela mucho
sobre el emisor y sus contactos. El servicio DNS (Domain Name System, o
Sistema de Nombres de Dominio), de Google, analiza los sitios visitados.
YouTube, el servicio de videos más consultado del mundo, que pertenece también
a Google y, por tanto, a Alphabet, registra todo lo que hacemos en él. Google
Maps identifica el lugar en que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué
itinerario… AdWords sabe lo que queremos vender o promocionar. Y desde el
momento en que encendemos un smartphone con Android, Google
sabe inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos obliga a recurrir
a Google, pero cuando lo hacemos la empresa sabe todo de nosotros. Y, según
Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las autoridades
estadunidenses…
En otras ocasiones, los que espían y rastrean
nuestros movimientos son sistemas disimulados o camuflados, semejantes a los
radares de carretera, los drones o las cámaras de vigilancia
(llamadas también devideoprotección). Este tipo de cámaras ha
proliferado tanto que, por ejemplo, en Reino Unido, donde hay más de 4 millones
de ellas (una por cada 15 habitantes), un peatón puede ser filmado en Londres
hasta 300 veces cada día. Y las cámaras de última generación, como la Gigapan,
de altísima definición –más de mil millones de pixeles–, permiten obtener, con
una sola fotografía y mediante un vertiginoso zoom dentro de la
propia imagen, la ficha biométrica del rostro de cada una de las miles de
personas presentes en un estadio, una manifestación o un mitin político .
A pesar de que hay estudios serios que han
demostrado la débil eficacia de la videovigilancia en materia de seguridad,
esta técnica sigue siendo refrendada por los grandes medios de comunicación.
Incluso parte de la opinión pública ha terminado por aceptar la restricción de
sus libertades: 63 por ciento de franceses se declaran dispuestos a una limitación
de las libertades individuales en Internet en razón de la lucha contra el
terrorismo.
Ello demuestra que el margen de progreso en materia
de sumisión es todavía considerable...
* Ignacio Ramonet acaba de publicar El
imperio de la vigilancia, editorial Clave Intelectual, Madrid, 2016.
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