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Zapata

miércoles, 17 de febrero de 2016

FRANCISCO EN MEXICO

Séptima visita de un Papa a México. Cinco de Juan Pablo segundo; una de Benedicto XVI y una de Francisco, el Papa jesuita.
Se afirma que Francisco (Jorge Mario Bergoglio) es un Papa diferente, que denuncia los excesos y abusos del capitalismo salvaje; las mentiras y corrupción de los políticos, la explotación y el saqueo contra los pobres; la destrucción del medio ambiente; las luchas por el poder y la vida fácil de la curia vaticana. Y en parte es cierto.
Es más austero, menos hipócrita y más directo que otros papas. Benedicto XVI, un Papa convencional, que jugó el papel del “policía malo” durante el largo papado de Karol Wojtyla, y que desde la Congregación para la Doctrina de la Fe, ejerció una disciplina férrea sobre la jerarquía vaticana, sin tocar los intereses y cuotas de poder de los grupos influyentes dentro del Vaticano (Opus Dei, Legionarios de Cristo, Angelo Sodano, Tarcisio Bertone, entre otros).
Se hizo nombrar Papa, suponiendo que podría mantener el “status quo” sin mayores problemas, pero la corrupción en la banca vaticana; la epidemia de la pederastia dentro de todo el cuerpo de la Iglesia Católica romana; el burocratismo y la vida cómoda y ligada al poder político y económico, generaron un alejamiento y una pérdida de autenticidad ante la feligresía, que llevaron a una mayoría de los cardenales a buscar un nuevo rumbo con un Papa menos conformista y doctrinario que Benedicto XVI, quien ante la evidente pérdida de autoridad y voluntad propia para realizar los cambios que necesitaba la Iglesia Católica,, decidió hacerse a un lado, permitiendo la llegada de un Papa reformista, que no revolucionario.
Francisco (toma su nombre de una orden distinta a la que pertenece, y que se identifica con la renuncia a los bienes materiales y su cercanía con los más pobres y necesitados, esto es los franciscanos), se enfrenta a una estructura acostumbrada a los lujos, la cercanía con el poder político y económico; a diferir los problemas; a evadir los compromisos sociales, económicos y políticos a través de la disquisición teológica; y a descalificar, desconocer y alejar a todo aquel que cuestione la jerarquía y la doctrina prevalecientes (llámese Torres, Boff, Gutiérrez, Cámara, etc.).
Pues bien, Francisco, tímidamente está tratando de rescatar algo de aquélla opción preferencial por los pobres que surgió del Concilio Vaticano II, y que fue duramente atacada por Juan Pablo Segundo y por Benedicto XVI.
Sin embargo, Francisco no es un santo, ni un ser excepcional. Él mismo lo acepta y se acomoda a la estructura de poder político y económico prevalecientes en el mundo. Lo único que busca es evitar que la Iglesia Católica se quede estancada en el doctrinarismo, las luchas internas por el poder y los tratos con los poderosos, para lavarles sus culpas, a cambio de una mayor presencia de la Iglesia en la vida diaria de la gente.
La visita de Francisco a México se mantuvo en ese término medio; tratando de no ofender demasiado a la jerarquía política y económica, mencionando sólo de pasada sus excesos en materia de corrupción, explotación de los pobres, destrucción del medio ambiente, connivencia con el crimen organizado y subordinación ante Estados Unidos; y tratando de consolar a la gente, que no de impulsar un verdadero cambio, dirigiéndose a los más lastimados, olvidados y explotados de esta inequitativa y disfuncional sociedad mexicana.
La subclase política mexicana intentó (y en parte lo logró) aprisionar a Francisco en su parafernalia de halagos, recepciones, bailables, discursos, “selfies”, etc. con objeto de que su mensaje, medianamente crítico a dicha subclase, no quedara marcado en la conciencia de la población.
Por su parte, el muy acomodaticio y subordinado a la subclase política (y a los oligarcas) episcopado mexicano, recibió el regaño y la admonición de Francisco, de manera pública; pero no pasará nada después de eso, como se pudo observar en su alocución en la catedral de la Ciudad de México, pues obispos y arzobispos reían divertidos cuando Francisco les llamaba la atención sobre su falta de acercamiento con la gente; su exceso de cercanía con el poder político y económico y su gusto por la vida lujosa y desinteresada de la feligresía.
En resumidas cuentas, Francisco llegó a México con la esperanza de mover un poco a las clases dominantes (política, económica y religiosa) en favor de los intereses de la población, pero finalmente quedó como rehén de esos mismos intereses que lo utilizaron para su beneficio y dejaron a la mayoría de la población con la ilusión de que la visita papal hará el milagro de cambiar las innumerables injusticias de un país condenado a la miseria, la corrupción, la violencia y la permanente impunidad de quienes la explotan, martirizan y saquean día tras día.

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