Séptima visita de un Papa a México. Cinco de Juan Pablo
segundo; una de Benedicto XVI y una de Francisco, el Papa jesuita.
Se afirma que Francisco (Jorge Mario Bergoglio) es un Papa
diferente, que denuncia los excesos y abusos del capitalismo salvaje; las
mentiras y corrupción de los políticos, la explotación y el saqueo contra los
pobres; la destrucción del medio ambiente; las luchas por el poder y la vida
fácil de la curia vaticana. Y en parte es cierto.
Es más austero, menos hipócrita y más directo que otros
papas. Benedicto XVI, un Papa convencional, que jugó el papel del “policía malo”
durante el largo papado de Karol Wojtyla, y que desde la Congregación para la
Doctrina de la Fe, ejerció una disciplina férrea sobre la jerarquía vaticana,
sin tocar los intereses y cuotas de poder de los grupos influyentes dentro del
Vaticano (Opus Dei, Legionarios de Cristo, Angelo Sodano, Tarcisio Bertone, entre
otros).
Se hizo nombrar Papa, suponiendo que podría mantener el “status
quo” sin mayores problemas, pero la corrupción en la banca vaticana; la
epidemia de la pederastia dentro de todo el cuerpo de la Iglesia Católica
romana; el burocratismo y la vida cómoda y ligada al poder político y
económico, generaron un alejamiento y una pérdida de autenticidad ante la
feligresía, que llevaron a una mayoría de los cardenales a buscar un nuevo
rumbo con un Papa menos conformista y doctrinario que Benedicto XVI, quien ante
la evidente pérdida de autoridad y voluntad propia para realizar los cambios
que necesitaba la Iglesia Católica,, decidió hacerse a un lado, permitiendo la
llegada de un Papa reformista, que no revolucionario.
Francisco (toma su nombre de una orden distinta a la que
pertenece, y que se identifica con la renuncia a los bienes materiales y su
cercanía con los más pobres y necesitados, esto es los franciscanos), se
enfrenta a una estructura acostumbrada a
los lujos, la cercanía con el poder político y económico; a diferir los
problemas; a evadir los compromisos sociales, económicos y políticos a través
de la disquisición teológica; y a descalificar, desconocer y alejar a todo
aquel que cuestione la jerarquía y la doctrina prevalecientes (llámese Torres, Boff,
Gutiérrez, Cámara, etc.).
Pues bien, Francisco, tímidamente está tratando de rescatar
algo de aquélla opción preferencial por los pobres que surgió del Concilio
Vaticano II, y que fue duramente atacada por Juan Pablo Segundo y por Benedicto
XVI.
Sin embargo, Francisco no es un santo, ni un ser excepcional.
Él mismo lo acepta y se acomoda a la estructura de poder político y económico
prevalecientes en el mundo. Lo único que busca es evitar que la Iglesia
Católica se quede estancada en el doctrinarismo, las luchas internas por el
poder y los tratos con los poderosos, para lavarles sus culpas, a cambio de una
mayor presencia de la Iglesia en la vida diaria de la gente.
La visita de Francisco a México se mantuvo en ese término
medio; tratando de no ofender demasiado a la jerarquía política y económica,
mencionando sólo de pasada sus excesos en materia de corrupción, explotación de
los pobres, destrucción del medio ambiente, connivencia con el crimen
organizado y subordinación ante Estados Unidos; y tratando de consolar a la gente, que no
de impulsar un verdadero cambio, dirigiéndose a los más
lastimados, olvidados y explotados de esta inequitativa y disfuncional sociedad
mexicana.
La subclase política mexicana intentó (y en parte lo logró)
aprisionar a Francisco en su parafernalia de halagos, recepciones, bailables,
discursos, “selfies”, etc. con objeto de que su mensaje, medianamente crítico a
dicha subclase, no quedara marcado en la conciencia de la población.
Por su parte, el muy acomodaticio y subordinado a la subclase
política (y a los oligarcas) episcopado mexicano, recibió el regaño y la
admonición de Francisco, de manera pública; pero no pasará nada después de eso,
como se pudo observar en su alocución en la catedral de la Ciudad de México,
pues obispos y arzobispos reían divertidos cuando Francisco les llamaba la
atención sobre su falta de acercamiento con la gente; su exceso de cercanía con
el poder político y económico y su gusto por la vida lujosa y desinteresada de
la feligresía.
En resumidas cuentas, Francisco llegó a México con la
esperanza de mover un poco a las clases dominantes (política, económica y
religiosa) en favor de los intereses de la población, pero finalmente quedó
como rehén de esos mismos intereses que lo utilizaron para su beneficio y
dejaron a la mayoría de la población con la ilusión de que la visita papal hará
el milagro de cambiar las innumerables injusticias de un país condenado a la
miseria, la corrupción, la violencia y la permanente impunidad de quienes la explotan, martirizan y saquean día tras día.
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