Última llamada
Nadie quiere un país
unipartidista, unipersonal, guiado por falsos mesías e iluminados
incompetentes. El daño es gigantesco.
Leonardo Kourchenko
mayo 16, 2024
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/leonardo-kourchenko/
Mucho se ha escrito y
advertido de las consecuencias de un triunfo absoluto de Morena en las próximas
elecciones del 2 de junio. Su insistente “carro completo” puede representar
serias consecuencias para la vida política, económica, social, democrática y
liberal del país.
Si Morena conquista la
Presidencia de la República, más la mayoría en ambas cámaras del Congreso, el
gobierno de la Ciudad de México y 7 de las 9 gubernaturas en disputa —resultado
ideal para AMLO y Morena—, la posibilidad de continuar con un proyecto democrático
en México ciertamente se vería trastocado, distorsionado, interrumpido y
desviado.
Es bien sabido que los
morenistas y el gobierno le llaman democracia a su modelo político, pero en los
hechos no lo es. Se trata de la imposición, por vía de las urnas, de un modelo
unívoco, unitario, en el caso de AMLO unipersonal, que no construye ni dialoga
con otras fuerzas políticas o representaciones en el país. Son ellos, solo
ellos contra el mundo.
Eso no es una democracia.
López Obrador no se reunió una
sola vez con los liderazgos de otros partidos en el Congreso en 6 años. No
pretendió dialogar, convencer, buscar consensos, aceptar negociaciones. Eso es
la política, esa es la esencia de la vida parlamentaria.
Su herencia consiste en las 4
reformas constitucionales más amenazantes y destructivas del México
democrático. Ya presentadas ante el Congreso y en espera —ilusoria a mi
parecer— de conseguir una mayoría calificada en las próximas elecciones.
• La eliminación de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación como está hoy concebida en la Constitución
mexicana, como un poder equiparable al Ejecutivo y al Legislativo, como un
Tribunal Constitucional y como un contrapeso al poder excesivo de un presidente
autoritario, impositivo —como tantos que conocimos en México—. Destituye a
ministros, a magistrados, al Consejo de la Judicatura e instala un proceso
“electoral” para postular jueces, magistrados y ministros en urnas frente a la
ciudadanía. Una aberración auténtica de cualquier aparato de justicia.
Tendríamos jueces y ministros morenistas como ya hay tres, sin disimulo ni
decoro o respeto alguno por la Constitución. Jueces y ministros que hagan
política de acuerdo al gobernante, no de acuerdo a la ley. En síntesis, la
destrucción del Estado de derecho.
• La eliminación del Consejo
General del INE, como está hoy diseñado en la ley y en la Constitución. También
aquí, el método de selección de consejeros, hoy establecido mediante listas,
entrevistas, selección en el Congreso se cancela. En su lugar se establece un
proceso electoral semejante al anterior, para que los ciudadanos votemos por
los consejeros. Adiós a la imparcialidad, al equilibrio de fuerzas, al
profesionalismo en la carrera electoral, tan costosa y valiosa para la
democracia mexicana.
• La eliminación del Congreso
federal como lo conocemos. Una Cámara de Diputados de 500 representantes
populares, sería reducida en 200 diputados plurinominales eliminados, para
instalar un futuro Congreso de 300 diputados de mayoría en representación por
cada distrito electoral. Una composición que bajo la mayoría sobrerrepresentada
de Morena, nos regresaría a los Congresos priistas de los años 50, 60, 70,
previos a la reforma política de Reyes Heroles e incluso de los 80, cuando
existían minúsculas y simbólicas representaciones de otros partidos. Es decir,
un Congreso moreno, con unos pocos de otros partidos que pudieran sobrevivir.
De la misma forma, el Senado,
hoy de 128 representantes, sería comprimido a 64, dos por estado, eliminando a
los plurinominales.
El grave riesgo es que se
termina de tajo con la pluralidad política del país, que es un reflejo de la
diversidad nacional.
AMLO quiere heredar el país de
un solo color, para siempre.
• La última reforma contempla
la eliminación del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información
y Protección de Datos Personales (INAI), la Comisión Federal de Competencia
Económica (Cofece) el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) y otros
organismos autónomos.
Como es ampliamente sabido y
comprobado, a López Obrador le estorban los contrapesos constitucionales, los
organismos diseñados y largamente construidos para fortalecer la democracia,
restringir los excesos del Ejecutivo, transparentar información y decisiones
oficiales, equilibrar las condiciones de competencia entre todos los
particulares. Es decir, un país más equitativo, de piso parejo, de ciudadanía
activa e involucrada en los actos de gobierno.
¿Por qué quiere Andrés Manuel,
al término de su sexenio, heredar estas desgracias nacionales? Primero porque
está convencido de que quien ocupe la Presidencia no debe tener restricciones
ni cortapisas —en el fondo, el pensamiento de un autócrata y un dictador—.
Segundo, por su malsana
obsesión por erigirse en un monumento histórico, y ser el “padre” de la nueva
República unipartidista, populista y antidemocrática. Quiere su hemiciclo, como
impulsor de las leyes del futuro de México, de pobreza educativa, sanitaria,
inequidad creciente, violencia desatada y militares en todas las áreas de la
vida pública nacional.
¿Es un exceso? ¡No! ¡Es una
amenaza! Al futuro de sus hijos y de todos los mexicanos.
Nadie quiere un país
unipartidista, unipersonal, guiado por falsos mesías e iluminados
incompetentes. El daño es gigantesco.
Quedan unos días, reflexione
usted a conciencia su voto y el país que quiere para sus hijos.
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