Abuso presidencial: tres mensajes ominosos
López Obrador se arroga la
facultad de acusar y condenar a particulares, se autoconcede competencias que
no tiene.
Ciro Murayama
mayo 08, 2024
Los ataques hacia María Amparo
Casar y a su familia son de tal gravedad que, al provenir de la Presidencia de
la República, terminan por lastimar al conjunto de la vida pública. Con sus
actos, el titular del Ejecutivo lanza al país al menos tres ominosos mensajes
que es preciso identificar y rechazar.
Primer mensaje: reitera que
dispone del poder sin límite ni control alguno.
Que quien determina las
atribuciones del titular del Ejecutivo no es la Constitución, sino lo que él
mismo define. López Obrador se arroga la facultad de acusar y condenar a
particulares, se autoconcede competencias que no tiene. Concibe su cargo como
absoluto, incuestionable, omnipotente.
No solo ello: utiliza los
recursos públicos a su disposición, como la conferencia de prensa matutina y el
portal del gobierno, para lesionar la honra de una ciudadana y exhibir datos
personales de ella y sus hijos. No importa que se contravenga la Ley General de
Protección de Datos Personales, que se ignore además el Código Penal Federal,
que establece que el servidor que utilice ilícitamente información o
documentación de la que tenga conocimiento por su cargo estará incurriendo en
un delito. El presidente actúa como si a él y los suyos, en este caso el
director de Pemex, el marco constitucional y legal no les aplicara.
Con ese primer mensaje, el
mandatario deja claro que todas las características básicas de lo que es el
poder en democracia (acotado, dividido, con contrapesos, sujeto a la ley), le
resultan decorativas. Aplicaban para otros, mas no para él. El poderoso subraya
que se considera ajeno a cualquier control, a toda contención, a cualquier
límite: puede actuar y mancillar a su antojo.
Decidió ejercer el poder de
modo no democrático, desbordado, peligroso.
Segundo mensaje: tengan miedo
críticos y disidentes. Es evidente que la animadversión presidencial contra
María Amparo Casar se debe a su actividad profesional, a las investigaciones de
Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, a sus artículos, opiniones, y a
su más reciente libro. Casar, como tantos otros, ejerce las garantías que le
dan la Constitución y los tratados internacionales que México ha firmado:
libertad de prensa, de expresión, de trabajo. Investiga sí, al poder, al
gobierno. Hace una tarea consustancial a toda democracia. Una labor que suele
ser incómoda al poder, pero que solo en sistemas autoritarios o con gobernantes
perturbados puede volverse peligrosa.
Ya saben: si investigan cómo
usa los recursos públicos mi gobierno, si cuestionan mis decisiones, si indagan
si mi entorno se enriquece, van a sentir el peso del poder. No habrá límites:
ni siquiera sus hijos estarán a salvo de la furia y el encono.
Lamentablemente, no son
hipótesis: los ataques directos del presidente buscan infundir temor en
periodistas críticos, investigadores acuciosos, ciudadanos despiertos y no
condescendientes con el poder. Si callan no habrá problema; si no, aténganse.
Ello era inaceptable ayer, lo
es hoy y debe serlo mañana.
Tercer mensaje: a la carga,
estas son nuestras armas. Los actos de un presidente, quiérase o no,
constituyen una suerte de pedagogía política (o antipedagogía) sobre todo para
sus seguidores y fieles. El presidente está legitimando el ataque ad hominem, la
descalificación personal, el linchamiento de famas públicas como prácticas
válidas y propias de su fuerza política.
Cada vez es más difícil
encontrar entre quienes respaldan al gobierno gente que ofrezca argumentos, que
sustente datos, que escuche y refute ideas. No, ahora casi todo es agresión
personal, insulto. Más allá de la zafiedad y pobreza en las redes sociales,
basta ver a los representantes de Morena en la mesa del INE, en la herradura de
la democracia donde durante años se dieron dialécticas discusiones entre
políticos respetados, para comprobar el desprecio que ahora tienen por el
diálogo, la deliberación, la inteligencia. Ascienden puestos en el partido del
gobierno no los cuadros mejor formados, sino los entregados a la persecución,
al infundio, al ejercicio de la calumnia.
Ese tercer mensaje es la más
tóxica lección del presidente a los suyos: todo se vale, el fin justifica los
medios, la decencia estorba.
La defensa de la democracia
pasa por decir no a esos mensajes que constituyen parte del peor legado de
López Obrador: el poder no puede ser absoluto ni abusivo; es inaceptable que se
busque intimidar a quien disiente, y la política no es sinónimo de vileza.
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