El invierno del presidente
MAYO 1, 2024
Héctor Aguilar Camín
https://www.aguilarcamin.com/ensayo/nexos/el-invierno-del-presidente/
Camino al 2 de junio, la
imaginación electoral del país libra una batalla entre la fábula que baja de
Palacio Nacional y la dura realidad. Es una verdadera lucha de hechos y
creencias, una lucha por la credibilidad política de México, entre dos
versiones de lo que está pasando, la que hay en los discursos del presidente y
de su candidata, y la que muestra la realidad.
En los hechos, el de López
Obrador es el gobierno de peores resultados de la democracia mexicana, el que
más daño ha infligido a las instituciones, a la seguridad, a la salud, a la
educación, incluso a la demografía.
López Obrador prometió
terminar con la corrupción y con la violencia; regresar a los soldados a sus
cuarteles; crecer 4 % sus primeros años, 6 % los últimos; y acabar con la
pobreza.
Seis años después, México es
el lugar número 1 en el Índice Global del Crimen Organizado, el lugar 126 de
180 en el Índice de Corrupción y el crecimiento económico promedio del sexenio
será de 1 % anual.
Las cifras dicen mucho pero
hay hechos y secuencias de hechos que describen mejor el desbarajuste de estos
años.
En su primera batida contra la
ordeña ilegal de los ductos de combustible de Pémex, conocida en México como
huachicol, López Obrador suspendió el flujo de los ductos, provocó una escasez
nacional de gasolina y, al final, cuatro meses después los abrió de nuevo y
hubo la explosión de un gran ducto en el pueblo de Tlahuelilpan, cuya población
había acudido en masa a “huachicolear”, luego de la seca creada por el
gobierno. Hubo 113 muertos.
El presidente dio todos los
días hábiles de su gobierno una conferencia mañanera de tres horas. Para el mes
de noviembre de 2022 había hecho en esas conferencias 101 155 afirmaciones
falsas, engañosas o que no podía probar, 103 mentiras promedio por conferencia,
el triple que Donald Trump (registros de The Washington Post y
Spin Taller de Comunicación Política).
Sometió a los mayores
empresarios de México a la compra obligatoria de billetes de lotería para rifar
el avión presidencial que se negaba a usar y no podía vender.
Para darles dinero en efectivo
a las usuarias de 350 000 estancias infantiles, cerró las 350 000 estancias
infantiles.
Para “acabar con la
corrupción” en el sistema de compra de medicinas, acabó con el abasto regular
de medicinas del país.
Acusó a padres de niños con
cáncer que exigían medicinas para sus hijos de ser parte del complot de los
conservadores contra su gobierno.
Se sometió en el patio de
Palacio a una limpia tradicional de sahumerios contra malos espíritus.
Durante la pandemia sugirió a
los mexicanos resistir el covid con amuletos y “detentes”.
Nunca usó cubrebocas.
Su mala gestión de la pandemia
produjo 780 000 muertes en exceso.
Llamó conservadoras a las
feministas, y “mascotas” y “animalitos” a los beneficiarios de sus programas
sociales.
Quitó la bandera del Zócalo,
la plaza ritual de Ciudad de México donde la bandera se iza todos los días para
todos, cuando hubo ahí manifestaciones que no le gustaron.
No habló nunca con los
dirigentes de la oposición.
Exigió disculpas a España por
la Conquista de 1521.
Puso 27 000 efectivos de la
Guardia Nacional a impedir el paso de migrantes centroamericanos por México por
exigencia del presidente Trump. Fue el Muro de Trump.
Dijo a los ministros de la
Suprema Corte: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley”.
Declaró una política de
“abrazos, no balazos”, para el crimen organizado, con el resultado de que, para
el 10 de abril de 2024, se habían acumulado en su gobierno 183 803 homicidios
dolosos, 27 737 más que en el sexenio anterior, y 44 000 desaparecidos.
Nueve de las veinte ciudades
del mundo con mayores homicidios por 100 000 habitantes son mexicanas.
Entre los homicidios dolosos y
las muertes de la pandemia, México perdió un millón de personas. La esperanza
de vida se redujo cuatro años.
Los militares no sólo no
volvieron a sus cuarteles sino que asumieron funciones claves del gobierno
civil en aduanas, puertos, aeropuertos y construcción de obra pública. Se formó
una Guardia Nacional de 100 000 efectivos militares que, según la Constitución,
deben estar bajo mando civil, pero que el presidente ha puesto bajo mando
militar, heredando ese conflicto al futuro.
Dijo que gobernar era fácil y
extraer petróleo también, pues sólo hacía falta meter un popote y chupar del
subsuelo.
Presentó un burro de noria y a
su dueño como ejemplo de la economía deseable.
Fustigó a los aspiracionistas
que necesitaban tener más que un par de zapatos y una muda de ropa.
Cuando se reveló que un grupo
de muchachos de San Juan de los Lagos habían sido obligados por sus
secuestradores a matarse entre ellos, el presidente, antes de emitir una
condolencia, dijo que la difusión del hecho era una campaña contra su gobierno,
contra la verdadera víctima del hecho: él.
La torpeza, la dureza o la
arbitrariedad de estas decisiones no debe distraernos de lo fundamental: López
Obrador ha sido un mandatario indiferente al dolor real de las personas,
incapaz de empatía y de generosidad, en el más simple y llano sentido de la
palabra.
Su mundo es el de la política
entendida sólo como conflicto o sometimiento, sin la mitad que la completa, el
acuerdo y la negociación.
La política de programas
sociales, el alza de los salarios mínimos y el aumento de las remesas del
exterior sacaron de la pobreza a 5 millones de mexicanos. Pero no tocaron a los
pobres extremos que siguen siendo los 9 millones que eran.
Para “acabar con la
corrupción”, muletilla infalible de la discrecionalidad del sexenio, fue
cancelado el Seguro Popular. Quedaron fuera del sistema de salud 31 millones de
personas. El número de hogares con gastos catastróficos se duplicó “hasta casi
5 millones” (Julio Frenk, creador del Seguro Popular, en entrevista con Joaquín
López Dóriga, 10/8/23).
Un manejo ortodoxo de las
finanzas públicas mantuvo estables las variables macroeconómicas. Pero los años
de gobierno de López Obrador fueron de agresiva concentración del ingreso.
Según los registros de Oxfam, las fortunas de los muy ricos crecieron “117
veces más rápido que el resto de la economía. De cada cien pesos de riqueza
creada entre 2019 y 2021, 21 pesos fueron al 1 % más rico y 40 centavos al 50 %
más pobre. El 1 % más rico de la población —1.2 millones de personas— concentra
casi 47 de cada 100 pesos de riqueza en el país” (Oxfam: La desigualdad
en México se acentúa, 2023).
El gobierno dijo siempre
guiarse por la consigna “Primero los pobres”; puede agregar, sin mentir: “Y
primero los ricos”.
Un estrago mayúsculo fue la
inversión pública en energía y en las obras consentidas del sexenio.
El presidente empezó
cancelando la construcción de un aeropuerto de clase mundial, avanzado en su
tercera parte, que se hubiera estrenado en 2023. La decisión costó 400 000
millones de pesos. A cambio, construyó un aeropuerto de ciudad pequeña, el
AIFA, inaugurado en 2022, con un costo adicional de 170 000 millones de pesos.
El AIFA hace sólo mil vuelos por año y ha perdido 2500 millones de pesos en dos
años.
El presidente decidió luego
hacer una refinería, cuyo costo creció en cuatro años de 9000 a 20 000 millones
de dólares, y es la hora en que no refina un barril. Decidió también hacer un
Tren Maya que le da la vuelta a la península de Yucatán, al que le faltan la
mitad de los tramos y se ha descarrilado ya una vez, yendo a diez kilómetros
por hora. El costo del tren subió de 150 000 a 500 000 millones, ha implicado
la tala de 7 millones de árboles y amenaza con arruinar el más complejo sistema
de aguas subterráneas de América Latina.
Quizá el dispendio mayor fue
apostar a que las compañías estatales de petróleo y electricidad podían volver
a ser palancas del desarrollo. Consecuencia: Pémex es hoy la empresa petrolera
más endeudada del mundo y la Comisión Federal de Electricidad, que ganaba
100 000 millones de pesos en 2018, ahora los pierde.
López Obrador ha sido un
presidente poderoso pero no ha creado un Estado fuerte capaz de administrar
nada seriamente, menos que nada sus proyectos preferidos. Heredará un gobierno
débil, incapaz de seguir dando brincos sobre el piso de sus fantasías y de
reclamar anticipadamente un lugar en la Historia.
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