Investidura pisoteada
López Obrador ha utilizado la
investidura para cobijarse y protegerse de lo que le resulta incómodo, de la
rendición de cuentas y resultados que debiera ofrecer como funcionario electo.
Leonardo Kourchenko
noviembre 16, 2023
Ahora resulta que al
presidente le importa la investidura presidencial. Recurso que invoca cuando
evade responsabilidades, cuando evita confrontación con una creciente
ciudadanía insatisfecha, por un gobierno incapaz e ineficiente.
La misma semana que fue a
Badiraguato, a rendir pleitesía a la catedral del narcotráfico histórico de
Sinaloa, cuna del ‘Chapo’ Gúzman, residencia familiar; reporteros le
preguntaron ¿por qué no va a Acapulco? ¿Por qué no va a encontrarse con las
víctimas y los damnificados?
Y la respuesta es humillante,
cínica, escandolsa.
“Tengo que cuidar la
investidura”, no puedo ir a que me maltraten e insulten, no a mí, sino a la
investidura —palabras más, palabras menos—.
No le ha importado la
investidura, cuando ha dedicado meses enteros de su gobierno al insulto y al
denuesto de empresarios, periodistas, comunicadores, jueces, magistrados,
ministros, académicos.
No le ha importado la
investidura, cuando ha engañado con rifas y sorteos el despilfarro de los
bienes de la nación.
No le ha importado la
investidura, cuando ha protegido a corruptos dentro de su gobierno, a la luz y
la vista de todos.
No le ha importado la
investidura, cuando ha violado los principios de política exterior mexicana, al
insultar a otros gobernantes, desconocer a presidentes electos, pretender dar
lecciones desde un púlpito inexistente.
Nunca como ahora un presidente
de México ha pisoteado la investidura presidencial. Nunca como ahora, se han
menoscabado instituciones del Estado mexicano que costaron décadas construir.
López Obrador ha utilizado la
investidura para cobijarse y protegerse de lo que le resulta incómodo, de la
rendición de cuentas y resultados que debiera ofrecer como funcionario electo.
La actual investidura
presidencial está tan derruida, como el estado general del gobierno.
El retroceso democrático en
México, va de la mano con la agujereada, circense, investidura presidencial de
carpa.
Un jefe del Estado incapaz de
llamar a los mexicanos a la unidad, a la construcción de un país próspero para
todos, a evitar las persecuciones y la cacería de sectores y líderes.
AMLO no va a Acapulco porque
no quiere que la gente le reclame —con razón justificada— por la tardanza del
gobierno en responder, en prevenir, en atender. Porque no da la cara para
enfrentar la inconformidad. Prefiere, como es su costumbre, refugiarse en su
Palacio —que es nuestro— para repetir la cantaleta de que todo está bien, y que
no hay emergencia nacional. La ciudadanía se lo va a cobrar, por muchas
caravanas que le haga al narco y al crimen organizado.
La investidura de AMLO está
manchada de sangre por cientos de miles de asesinados y desaparecidos en México
por la inacción de su gobierno. Ahí están las cifras del Secretariado del
Sistema Nacional de Seguridad y del Observatorio Nacional Ciudadano.
La investidura debiera
representar el respeto institucional al cargo y la alta responsabilidad que
conlleva, colocar a México por encima de sus intereses ideológicos y de grupo,
reducir la desigualdad, combatir el crimen y la corrupción.
Como ha sucedido todo lo
contrario, esta investidura no es más que un patético disfraz teatral, bajo el
que se esconde un autoritario embozado, un obsesionado con el control y la
simulación progresista.
López Obrador es, tal vez, el
presidente más conservador que hemos tenido en los últimos 50 años, que busca,
impulsa, promueve regresar a un México viejo con fórmulas gastadas: en energía
—con una autosuficiencia inalcanzable y a un precio mortal—, en salud —con la
destrucción de un modelo que otorgaba servicios a millones, sin ser sustituido
por nada— y en educación —con un rezago y abandono que nadie atiende porque lo
importante, es contar la leyenda de una transformación inexistente—.
Invocar la investidura es un
insulto a los mexicanos, cuando hemos padecido 5 años a un presidente
pendenciero, provocador, destructor institucional, con la falsa bandera de un
nacionalismo distorsionado.
No hay investidura ninguna; no
tenemos un presidente, en toda la extensión de la palabra, a un jefe de Estado.
Tenemos a un líder social, experto en la manipulación, ocurrente,
cuentachistes, que prefiere a un México pobre, desigual, violento como nunca antes,
porque le obedece y lo controla.
El costo será muy alto para
este país.
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