LÓPEZ OBRADOR EN LA ENCRUCIJADA
MIGRATORIA
Después de
la visita de la exembajadora Roberta Jacobson a México, encargada de los
asuntos de la frontera sur del gobierno de Joe Biden, para tratar el tema del
desmesurado aumento de la migración indocumentada de centroamericanos a Estados
Unidos, especialmente de menores no acompañados, está claro que el gobierno de
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quedó nuevamente en medio de dinámicas que
no puede dirigir, ni controlar.
Por un lado,
tiene en sus vecinos del sur, el llamado Triángulo del Norte (Guatemala,
Honduras y El Salvador), una permanente salida de miles de personas que buscan
mejorar su vida, ante las escasas posibilidades de empleo y una existencia
digna en sus países; recurrentes fenómenos naturales (huracanes, tormentas
tropicales, terremotos, sequías), que devastan las actividades productivas que
les dan sustento; una violencia criminal (pandillas y cárteles), que los mantiene
sojuzgados y en constante peligro; y gobiernos ineficaces, corruptos y en
general indiferentes a su sufrimiento, que poco o nada hacen para intentar
mejorar la situación de la mayoría de la población, y así generar incentivos
para que se queden y no emigren.
Del otro
lado, está el país que genera la mayor atracción migratoria del mundo, pues
gracias a que es la primera economía del planeta, la superpotencia hegemónica y
a su persistente propaganda presentándose como el país más desarrollado,
democrático y bondadoso (excepto durante de la presidencia de Trump),
genera incentivos enormes para que las miserables poblaciones de países de todo
el orbe, y en especial de los que están más cercanos geográficamente como
México y Centroamérica, decidan correr numerosos riesgos al intentar entrar de
manera irregular a Estados Unidos; y ahora, intentando convencer a su gobierno de que son “perseguidos” o que “corren riesgos extremos” en sus respectivos
países, para que sean aceptados como refugiados.
Nuestro país
se encuentra en medio de ambos polos y debe plantear una política coherente que,
por un lado, mantenga la ficción, pues no es otra cosa, de que está
comprometido con una “migración ordenada, regular y segura”; y al mismo tiempo,
que no es una frontera abierta por la cual pueden llegar todos los migrantes
del mundo que desean alcanzar el ya muy devaluado “sueño americano”.
Así también,
el gobierno de AMLO quiere convencer a los mexicanos, de que no hay ningún tipo
de quid pro quo con el gobierno de Biden, en el sentido de que nuestro
país se compromete a hacer más para detener la migración desde el sur (no se
puede comprometer a detenerla por completo, pues no cuenta con los recursos
para ello); a cambio del “préstamo” que el gobierno de Estados Unidos hará al
de México de 2.5 millones de dosis de la muy criticada vacuna de Astra Zeneca
contra el Covid-19.
En todo
caso, nuestro país no encuentra una solución aceptable mediante la cual se
pueda contener el flujo constante de migrantes desde el sur (a veces explota
como en estos últimos meses, debido al cambio de política migratoria de Biden,
que es menos represiva en comparación con la establecida por Trump); y al mismo
tiempo presentarse como un país respetuoso de los derechos humanos de dichos
migrantes. Combinado con una política de coordinación con Estados Unidos para
regular dicho flujo; y en un largo plazo, que promueva mejores condiciones económicas
y sociales, que convenzan a una parte de la población de esos países, a no
arriesgarse a una migración forzada que enfrenta numerosos riesgos.
En el corto
plazo, la solución que se logre será imperfecta y por lo tanto lo más probable
es que el gobierno de Biden, ante las presiones internas, ya no sólo del campo
republicano, sino incluso de su propio partido el Demócrata, tendrá que regresar
a medidas más restrictivas, como las establecidas por Trump, para desincentivar
la llegada de migrantes. Y en el mismo sentido, presionar a México para que,
como lo hizo durante los dos primeros años del gobierno de AMLO, se asigne a miles
de miembros de la Guarda Nacional y de las fuerzas de seguridad para detener y
deportar a los migrantes centroamericanos y de otros países que entran a
México, para intentar llegar a la frontera con Estados Unidos.
Seguramente
será un ir y venir de políticas contradictorias en los próximos años, entre incentivos
y desincentivos para la migración, en que los gobiernos de México y Estados
Unidos quedarán por lo general mal parados (no convencerán a los que favorecen
la migración y menos a aquellos que están en contra de ella); y los gobiernos
centroamericanos seguirán como pasivos espectadores de lo que hagan o dejen de
hacer sus vecinos del norte, pues su interés principal es “escurrir el bulto”
en este problema; que para ellos no lo es, pues la salida de sus habitantes más
pobres del país les resulta benéfico, ya que así se desentienden de sus
múltiples necesidades de empleo, seguridad, educación, salud, etc. Y, además,
se convierten en aportadores de muy necesitados dólares para esas economías,
cuando envían remesas desde Estados Unidos.
Por ello, el
problema de la migración irregular seguirá presente por muchos años en la
agenda, sin una solución de fondo previsible.
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