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Zapata

domingo, 27 de diciembre de 2020

 

RECALIBRANDO LA DECADENTE HEGEMONÍA DE ESTADOS UNIDOS

Como lo hemos venido analizando desde 2013 en este blog, la hegemonía de Estados Unidos se ha visto retada y desgastada, por varios factores que han obligado al establecimiento político-militar de Washington a entrar en una etapa de redefiniciones sobre la mejor manera de mantener dicha hegemonía, evitar en lo posible su erosión y detener el desarrollo de la multipolaridad en el sistema internacional.

Por un lado, el “momento unipolar” de Estados Unidos, entre la desaparición de la URSS en 1991-92 y el inicio de la “Guerra contra el Terrorismo” en 2001, fue tan breve, que no dio tiempo a las élites de Washington y Nueva York a conformar un Nuevo Orden Mundial, basado en la supremacía militar estadounidense, el dominio financiero de Wall Street y la ventaja tecnológica de Silicon Valley, con la determinante influencia de los avasalladores medios de comunicación anglosajones y de Hollywood.

Dos procesos fracturaron el “momento unipolar”. Por un lado, el desarrollo del capitalismo chino, vinculado al de Occidente, durante 30 años ininterrumpidos (décadas 80, 90 y primera del siglo XXI), conformó a una potencia económica casi del tamaño de la de Estados Unidos, con una plataforma manufacturera y tecnológica propia, un enorme mercado interno, una masiva acumulación de capital gracias a las exportaciones y a la inversión extranjera, y un sistema político centralizado, que minimizó las interferencias extranjeras y las divisiones internas.

En paralelo, el surgimiento de un liderazgo nacionalista y autónomo en Rusia, que derrotó a los oligarcas, aliados de Occidente, vinculados a la especulación y a la explotación salvaje de las riquezas naturales y financieras rusas, dio inicio a un resurgimiento de este país en lo económico y especialmente en lo político-diplomático, con el respaldo del mayor arsenal nuclear del mundo, lo que planteó de nuevo el reto a la primacía militar de los Estados Unidos.

Este inicio de un nuevo sistema multipolar se combinó con la subordinación de las élites estadounidenses a los designios y prioridades de sus “aliados” en Medio Oriente (Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Turquía), que detuvo el intento de la administración Obama por reorientar las prioridades de la superpotencia hacia el continente asiático, en detrimento de sus compromisos en el Levante.

Simplemente no pudieron hacerlo, en vista del poder que, especialmente el lobby pro-Israel tiene en Estados Unidos (y en general en Occidente), lo que llevó a que los recursos militares, financieros y la atención político-diplomática de Estados Unidos siguieran desgastándose en los varios conflictos del Medio Oriente, mientras China y Rusia seguían fortaleciendo sus economías, su posición político-diplomática en diversas regiones del mundo y afianzando su dominio del escenario político interno.

Los propios excesos del capitalismo occidental y el de pequeños grupos de especuladores en Nueva York llevaron a la mega crisis económica del 2008-9, que debilitó aún más la hegemonía estadounidense y comparativamente, China salió mejor posicionada de dicho suceso, lo que fortaleció la visión en las élites estadounidenses de que era necesario reformular los objetivos y la forma de enfrentar ese reto a su hegemonía.

Sin embargo, las propias contradicciones internas del capitalismo estadounidense estallaron en las elecciones presidenciales del 2016, cuando una parte del establecimiento político-económico del país puso en duda la forma de ejercer la hegemonía, pues la globalización y los compromisos internacionales de Estados Unidos estaban pasando una enorme factura a los sectores menos competitivos e integrados al sistema global, de la sociedad estadounidense, que reclamaron en las urnas un compromiso mayor con su bienestar económico y social, con lo que la presidencia de Donald Trump significó una derrota para la estrategia de hegemonía global, propugnada desde el fin de la Guerra Fría.

Pero la realidad es que la presidencia de Trump no pudo, no supo y finalmente no quiso reconfigurar realmente la estrategia, y quedó atrapada entre su deseo de responder a sus bases nacionalistas en lo interior, y mantener una hegemonía indiscutida en lo exterior. No logró ni una, ni la otra, y para colmo, quedó todavía más atrapada en las exigencias y órdenes de su “aliado” en Medio Oriente, Israel, que acabó acaparando toda la atención y los recursos de la superpotencia, para lograr sus objetivos, en detrimento de una visión más holística sobre el Medio Oriente.

Así también, al no saber lidiar con la multipolaridad, la administración Trump se enganchó en una guerra híbrida en contra de China, Rusia e Irán, con objeto de minar la influencia de estas potencias en sus respectivas regiones (y en el caso de China y Rusia, más allá incluso), propiciando un peligroso acercamiento a la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, sin que a la par, se haya logrado restablecer la hegemonía estadounidense, como era el objetivo.

La pandemia del coronavirus y su secuela económica, han golpeado aún más duramente a Estados Unidos y a sus aliados de Occidente, que a China (donde surgió el virus) y a Rusia, lo que está exacerbando la desesperación de las élites occidentales por evitar el continuo desgaste de su hegemonía, detener el fortalecimiento de China y Rusia (que ante la oposición concertada de Occidente y de sus aliados asiáticos, ahora han conformado una asociación estratégica cada vez más sólida), e intentar regresar a un idílico pasado en el que estos países dictaron las normas y los objetivos mundiales, sin oposición alguna.

La administración Biden buscará conformar nuevamente alianzas fuertes con Europa, para enfrentar estratégicamente e Rusia; con la Liga Arabe, para contener tanto a Irán como a Rusia en el Levante; con Japón, India y Australia en la propuesta realizada desde la administración Trump de crear una barrera para contener a China en Asia, conocida como Indo-Pacífico; y en América Latina con Brasil, Colombia y Chile, para lograr el tan ansiado cambio de régimen en Venezuela y acabar de aislar a Nicaragua (aunque se espera que regrese la estrategia de acercamiento con Cuba, pues ello puede socavar más rápidamente al régimen socialista de la isla).

Es decir, Biden intentará regresar a los “buenos viejos tiempos” de los años 90, cuando la hegemonía de Estados Unidos era indiscutible, pero con un concurso mayor de parte de sus aliados en las distintas regiones del mundo.

Ello sólo llevará a una unión aún mayor entre China-Rusia e Irán (junto con Corea del Norte, Venezuela, Siria, Cuba y Nicaragua), y en vez de generarse puentes que puedan ir des-escalando el conflicto o los conflictos en diversas partes del mundo y llegando a algunos acuerdos con China y Rusia y eventualmente con Irán; así como buscar soluciones globales, a problemas globales, tales como el cambio climático, las pandemias, la desigualdad y la pobreza, sólo se va a recrudecer la competencia entre las grandes potencias y se van a seguir cerrando los caminos de la cooperación internacional. Y la necedad de querer imponer la visión occidental a como dé lugar a todo el mundo, va a profundizar las divisiones en él sistema internacional y por lo mismo crecerá el espectro de la guerra mundial, que pondrá en riesgo al mundo entero.

La ceguera, la arrogancia y la falta de auto crítica de las élites estadounidenses y de Occidente, pondrán a la humanidad nuevamente al borde de la destrucción en los próximos años.

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