RECALIBRANDO LA DECADENTE HEGEMONÍA
DE ESTADOS UNIDOS
Como lo
hemos venido analizando desde 2013 en este blog, la hegemonía de Estados Unidos
se ha visto retada y desgastada, por varios factores que han obligado al
establecimiento político-militar de Washington a entrar en una etapa de
redefiniciones sobre la mejor manera de mantener dicha hegemonía, evitar en lo
posible su erosión y detener el desarrollo de la multipolaridad en el sistema
internacional.
Por un lado,
el “momento unipolar” de Estados Unidos, entre la desaparición de la URSS en
1991-92 y el inicio de la “Guerra contra el Terrorismo” en 2001, fue tan breve,
que no dio tiempo a las élites de Washington y Nueva York a conformar un Nuevo Orden
Mundial, basado en la supremacía militar estadounidense, el dominio financiero
de Wall Street y la ventaja tecnológica de Silicon Valley, con la determinante
influencia de los avasalladores medios de comunicación anglosajones y de
Hollywood.
Dos procesos
fracturaron el “momento unipolar”. Por un lado, el desarrollo del capitalismo
chino, vinculado al de Occidente, durante 30 años ininterrumpidos (décadas 80,
90 y primera del siglo XXI), conformó a una potencia económica casi del tamaño
de la de Estados Unidos, con una plataforma manufacturera y tecnológica propia,
un enorme mercado interno, una masiva acumulación de capital gracias a las
exportaciones y a la inversión extranjera, y un sistema político centralizado,
que minimizó las interferencias extranjeras y las divisiones internas.
En paralelo,
el surgimiento de un liderazgo nacionalista y autónomo en Rusia, que derrotó a
los oligarcas, aliados de Occidente, vinculados a la especulación y a la
explotación salvaje de las riquezas naturales y financieras rusas, dio inicio a
un resurgimiento de este país en lo económico y especialmente en lo
político-diplomático, con el respaldo del mayor arsenal nuclear del mundo, lo
que planteó de nuevo el reto a la primacía militar de los Estados Unidos.
Este inicio
de un nuevo sistema multipolar se combinó con la subordinación de las élites
estadounidenses a los designios y prioridades de sus “aliados” en Medio Oriente
(Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Turquía), que detuvo
el intento de la administración Obama por reorientar las prioridades de la
superpotencia hacia el continente asiático, en detrimento de sus compromisos en
el Levante.
Simplemente
no pudieron hacerlo, en vista del poder que, especialmente el lobby pro-Israel
tiene en Estados Unidos (y en general en Occidente), lo que llevó a que los
recursos militares, financieros y la atención político-diplomática de Estados
Unidos siguieran desgastándose en los varios conflictos del Medio Oriente, mientras
China y Rusia seguían fortaleciendo sus economías, su posición
político-diplomática en diversas regiones del mundo y afianzando su dominio del
escenario político interno.
Los propios
excesos del capitalismo occidental y el de pequeños grupos de especuladores en
Nueva York llevaron a la mega crisis económica del 2008-9, que debilitó aún más
la hegemonía estadounidense y comparativamente, China salió mejor posicionada
de dicho suceso, lo que fortaleció la visión en las élites estadounidenses de que
era necesario reformular los objetivos y la forma de enfrentar ese reto a su
hegemonía.
Sin embargo,
las propias contradicciones internas del capitalismo estadounidense estallaron
en las elecciones presidenciales del 2016, cuando una parte del establecimiento
político-económico del país puso en duda la forma de ejercer la hegemonía, pues
la globalización y los compromisos internacionales de Estados Unidos estaban
pasando una enorme factura a los sectores menos competitivos e integrados al
sistema global, de la sociedad estadounidense, que reclamaron en las urnas un
compromiso mayor con su bienestar económico y social, con lo que la presidencia
de Donald Trump significó una derrota para la estrategia de hegemonía global,
propugnada desde el fin de la Guerra Fría.
Pero la
realidad es que la presidencia de Trump no pudo, no supo y finalmente no quiso
reconfigurar realmente la estrategia, y quedó atrapada entre su deseo de
responder a sus bases nacionalistas en lo interior, y mantener una hegemonía
indiscutida en lo exterior. No logró ni una, ni la otra, y para colmo, quedó
todavía más atrapada en las exigencias y órdenes de su “aliado” en Medio Oriente,
Israel, que acabó acaparando toda la atención y los recursos de la superpotencia,
para lograr sus objetivos, en detrimento de una visión más holística sobre el
Medio Oriente.
Así también,
al no saber lidiar con la multipolaridad, la administración Trump se enganchó en
una guerra híbrida en contra de China, Rusia e Irán, con objeto de minar la
influencia de estas potencias en sus respectivas regiones (y en el caso de
China y Rusia, más allá incluso), propiciando un peligroso acercamiento a la
posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, sin que a la par, se haya logrado
restablecer la hegemonía estadounidense, como era el objetivo.
La pandemia
del coronavirus y su secuela económica, han golpeado aún más duramente a
Estados Unidos y a sus aliados de Occidente, que a China (donde surgió el
virus) y a Rusia, lo que está exacerbando la desesperación de las élites
occidentales por evitar el continuo desgaste de su hegemonía, detener el fortalecimiento
de China y Rusia (que ante la oposición concertada de Occidente y de sus
aliados asiáticos, ahora han conformado una asociación estratégica cada vez más
sólida), e intentar regresar a un idílico pasado en el que estos países
dictaron las normas y los objetivos mundiales, sin oposición alguna.
La
administración Biden buscará conformar nuevamente alianzas fuertes con Europa,
para enfrentar estratégicamente e Rusia; con la Liga Arabe, para contener tanto
a Irán como a Rusia en el Levante; con Japón, India y Australia en la propuesta
realizada desde la administración Trump de crear una barrera para contener a
China en Asia, conocida como Indo-Pacífico; y en América Latina con Brasil,
Colombia y Chile, para lograr el tan ansiado cambio de régimen en Venezuela y
acabar de aislar a Nicaragua (aunque se espera que regrese la estrategia de
acercamiento con Cuba, pues ello puede socavar más rápidamente al régimen
socialista de la isla).
Es decir,
Biden intentará regresar a los “buenos viejos tiempos” de los años 90, cuando
la hegemonía de Estados Unidos era indiscutible, pero con un concurso mayor de
parte de sus aliados en las distintas regiones del mundo.
Ello sólo
llevará a una unión aún mayor entre China-Rusia e Irán (junto con Corea del
Norte, Venezuela, Siria, Cuba y Nicaragua), y en vez de generarse puentes que
puedan ir des-escalando el conflicto o los conflictos en diversas partes del
mundo y llegando a algunos acuerdos con China y Rusia y eventualmente con Irán;
así como buscar soluciones globales, a problemas globales, tales como el cambio
climático, las pandemias, la desigualdad y la pobreza, sólo se va a recrudecer
la competencia entre las grandes potencias y se van a seguir cerrando los
caminos de la cooperación internacional. Y la necedad de querer imponer la
visión occidental a como dé lugar a todo el mundo, va a profundizar las
divisiones en él sistema internacional y por lo mismo crecerá el espectro de la
guerra mundial, que pondrá en riesgo al mundo entero.
La ceguera,
la arrogancia y la falta de auto crítica de las élites estadounidenses y de
Occidente, pondrán a la humanidad nuevamente al borde de la destrucción en los
próximos años.
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