Israel, Eurovisión y Madonna
Marcos Roitman Rosenmann
Mientras
el pueblo Palestino sufre bloqueo, se estrangula su economía y la
vida cotidiana se estremece por los disparos del ejército sionista, se celebra
en Tel- Aviv una nueva edición del festival de Eurovisión. Como sucediese en
1978, durante la dictadura de Jorge Videla en Argentina, el mundial de futbol
cubrió las miserias de un régimen que asesinó a hombres y mujeres, bajo la
acusación de terroristas. Los goles creaban un ambiente chovinista con turistas
encantados de participar del gran evento futbolero. Se vivió una gran farsa. El
secuestro, violación y desaparición de mujeres, hombres y jóvenes opositores
era una posibilidad en la vida de quienes levantaban la voz contra la opresión.
Para ocultar los crímenes, el ensordecedor ruido proveniente de los campos de
futbol sirvió de anestésico con el cual tapar las atrocidades de una tiranía
que torturaba sin límites. Israel, 2019, es un calco de la Argentina 1978.
Mientras se cometen crímenes de lesa humanidad contra el pueblo palestino, se
venden entradas para asistir a la gala de Eurovisión. Turistas del mundo
ataviados para la ocasión, se hacen presentes en las calles de Tel Aviv ajenos
a la tragedia o peor aún, prefieren la hipocresía. Buscan estar presentes en el
auditorio que da cobijo al festival de la ignominia, a la sazón el Palacio de
Ferias y Convenciones. Su recompensa, una noche de jolgorio donde inhibirse
hasta perder el sentido. Para hacerlo posible, Israel inventa una tregua trampa
para travestirse en el anfitrión perfecto. Entre tanto, en sus cárceles se
tortura, silenciando el dolor de los palestinos cuyo derecho de habeas
corpus se les niega por principio.
Las notas
de canciones intrascendentes, cantantes irrelevantes y jurados igualmente
anodinos, viven su noche de gloria. Así fue como la cantante israelí Netta
Barzilai gano la edición de 2018, celebrada en Portugal. Este año, el guion no
sufre cambios. Pero, mientras el público agita banderas de países de la
diáspora soviética, la vieja Europa rendirá pleitesía al Estado de Sion. Sólo
los representantes de Finlandia, en su rueda de prensa, mencionan el asedio
inhumano al que Israel somete al pueblo de Palestina. El resto de los países
europeos callan y bajan la cabeza. Para completar el circo, solo queda
transformar Israel en un Estado miembro de la Unión con plenos derechos. Europa
occidental se ha despojado de toda dignidad, convirtiéndose en cómplice
necesario de Israel, cuyo gobierno aplica una versión mejorada de la
solución final nazi para los habitantes de Gaza y Cisjordania. El
sentimiento de culpa por el holocausto nazi, hace olvidar que en las cámaras de
gas y los campos de concentración se incineraron también homosexuales, gitanos,
comunistas, socialdemócratas, ateos, católicos y mahometanos, no solo judíos.
Siquiatras, antropólogos y científicos nazis utilizaron disminuidos síquicos,
físicos y niños para experimentar sus tesis de la superioridad étnica-racial.
Josef Mengele, el Ángel de la muerte se convirtió en el
exponente preclaro de la racionalidad nazi.
La Europa
de Eurovisión es complaciente. Se siente cómoda. No hay mucha diferencia con el
trato dispensado a los emigrantes que mueren en el Mediterráneo huyendo de
guerras, hambre y desesperanza. Sus fronteras están clausuradas, sus muertos se
cuentan por miles. Europa cierra puertas. La diferencia se difumina. Ni pisca
de humanidad. Lo que fuese un mar de culturas, se trasforma en el cementerio de
la democracia. Europa prefiere al Estado genocida de Israel como un aliado
estratégico. Avala las colonias de ocupación, los bombardeos, las detenciones
arbitrarias. Por consiguiente, las incursiones en territorios palestinos bajo
el pretexto de buscar a terroristas se justifican. Cualquier palestino es un
blanco sobre el cual disparar. Pero Eurovisión es un encuentro
de paz y armonía.
En este
festival de la mentira, Madonna se yergue como la gran meretriz del Estado de
Israel. Su caché se eleva a la no despreciable suma de 900 mil euros. Mientras
las entradas superan los 500 dólares. Los favores se cobran y cuando Madonna no
tiene remilgos, no hay razones para el boicot. Si Benjamin Netanyahu pretendía
celebrarlo en Jerusalén, Tel Aviv no representa un hándicap. Las fuerzas
armadas y de seguridad copan la ciudad. Los servicios de inteligencia se
camuflan entre el público, evitando cualquier salida de tono. Un gran despliegue
publicitario para mostrar una ciudad abierta, amable, cosmopolita y un Estado
democrático y respetuoso de los derechos humanos. Europa ha sentenciado al
pueblo de Palestina a una muerte lenta, eso sí, con Eurovisión y Madonna de por
medio.
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