Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) ha reiterado hasta el cansancio que no se quiere
pelear con Trump, que quiere llevar una relación de respeto y cooperación. Y
por ello todos los ataques e invectivas de Trump contra México, los mexicanos y
el propio gobierno de AMLO, los deja pasar.
Es comprensible,
durante los 35 años de gobiernos neoliberales las élites económica y política engancharon
al país a la agenda y las prioridades de Estados Unidos, con objeto de
convertirse en “socios, amigos y aliados” de los triunfadores de la Guerra Fría
y, por lo tanto, de la superpotencia global sin competidores a la vista.
El Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la Iniciativa Mérida en materia
de seguridad; la estrecha colaboración (más bien subordinación) de las fuerzas
armadas mexicanas al Comando Norte del Ejército estadounidense; más las
reformas estructurales dictadas por los organismos financieros internacionales,
especialmente la energética, dirigidas a mantener la ortodoxia económica
neoliberal y la inserción subordinada de México en la zona de influencia
estadounidense, se consideraban datos duros que no serían nada fácil de cambiar.
Pero la
llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, cuestionando el proyecto
impulsado por las élites globalizantes de Estados Unidos, cuyo objetivo era
conformar una región unificada de Norteamérica y criticando la relación con
México en todos los ámbitos, puso en jaque todo el esfuerzo que los dirigentes
de ambos países habían invertido para lograr esa meta.
La llegada
de López Obrador a la presidencia de México puso a su vez en jaque las reformas
estructurales establecidas durante el gobierno de Peña Nieto, y que
supuestamente “amarraban” la inclusión definitiva de México en el esquema de
dominación económica estadounidense como proveedor de materias primas baratas,
mano de obra regalada para las trasnacionales estadounidenses y eslabón indispensable
en las cadenas de producción globalizadas de esas mismas empresas.
Así, con la
llegada al poder de ambos presidentes parecía que México podría comenzar a
lograr un mayor margen de maniobra respecto a Estados Unidos si en ese país la
dirigencia política ya no estaba tan interesada en mantener una relación
estrecha con su vecino del sur; y, por el contrario, el objetivo era separar
más a ambos países, en vista de los supuestos perjuicios que dicha cercanía
provocaban a los Estados Unidos.
Pero las
grandes corporaciones estadounidenses, el complejo militar industrial, el
aparato de seguridad e inteligencia y el poderoso sector financiero, aliados
con los oligarcas mexicanos, lanzaron toda una operación de salvamento del proyecto
”Norteamérica”, y consiguieron que Trump no se retirara del TLCAN (NAFTA por
sus siglas en inglés) y por el contrario, se lograra una negociación para un
nuevo tratado (UMSCA o T-MEC); que López Obrador lo aceptara y mantuviera todo
el entramado institucional en materia de seguridad e inteligencia (incluida la
Iniciativa Mérida); y que la ortodoxia económica neoliberal se mantuviera prácticamente
intacta en México.
Sin embargo,
los proyectos domésticos de Trump y López Obrador sí han exigido cambios en la
relación.
Por ejemplo,
para que Trump aceptara seguir en un esquema de libre comercio con México, fue
necesario incluir una serie de medidas que favorecen a la industria estadounidense,
con objeto de evitar que los bajos costos salariales y las muy laxas
reglamentaciones medio ambientales y laborales de México, siguieran drenando de
empleos a la economía estadounidense.
De igual
forma Trump ha logrado que México se haga cargo de todos los migrantes que
intentan llegar a Estados Unidos, de los que este país deporta y de aquellos
que esperan las resoluciones judiciales respecto a sus solicitudes de asilo,
asumiendo el costo económico, social y político, sin ningún tipo de ayuda por parte de Estados Unidos; y por el contrario, teniendo que aguantar constantes
ataques y críticas de Trump por la supuesta “inacción” de México para cortar el
flujo de migrantes desde su frontera sur.
Por lo que
respecta a AMLO, a cambio de mantener la subordinación mexicana a Estados
Unidos en comercio, seguridad y migración, ha reclamado un poco de libertad en política
exterior, al no seguir las órdenes de Washington a sus vasallos
latinoamericanos en el caso venezolano, pues México ha seguido reconociendo al
gobierno de Maduro y ha insistido en que haya negociación y diálogo internos en
Venezuela, sin interferencias extranjeras y menos aún intervenciones militares.
Posición ésta que ha exasperado al gobierno estadounidense.
Así también,
AMLO está modificando en alguna medida la reforma energética, tratando de
salvar a la petrolera estatal (PEMEX), que deliberadamente fue saqueada y endeudada
por los gobiernos neoliberales, con objeto de dejarle todo el campo a las trasnacionales.
Pero AMLO la quiere salvar financieramente, hacerla viable económicamente de
nuevo e incluso construir una nueva refinería (algo que no se ha hecho en más
de 40 años), a pesar de la férrea oposición de los organismos financieros
internacionales, el sector financiero estadounidense y por supuesto de las
trasnacionales de la energía qué junto con sus socios mexicanos, han logrado
ganancias estratosféricas con la importación de gasolinas y productos refinados.
¿Por qué
afirmamos que México seguirá por siempre como vasallo de Estados Unidos?
Porque, a
menos de que los demócratas en el Congreso estén dispuestos a propinarle una
severa derrota a Trump antes de las elecciones presidenciales del 2020, lo más
probable es que se ratificará el T-MEC en Estados Unidos, y por lo tanto en
México y Canadá, con lo que nuestro país quedará definitivamente amarrado a la economía norteamericana, sin
posibilidades de establecer relaciones estrechas con otras iniciativas
económicas como la Belt and Road Initiative impulsada por China.
Y es que en
el T-MEC hay cláusulas específicas para castigar al país que intente acercarse
económicamente a China. Y si a eso se suma la guerra comercial y tecnológica
que ha lanzado Trump contra el gigante asiático, se entiende que el débil y
dependiente México no quiera meterse entre las “patas de los caballos” (incluso
AMLO lo ha dicho claramente, que no intenta meterse en la competencia entre las
superpotencias), lo que significa que nuestro país se quedara como una pieza
más de la maquinaria económica estadounidense.
Así también,
AMLO le está pidiendo a Trump y al gobierno canadiense que le inviertan dinero
(hasta 10 mil millones de dólares al año) en su proyecto de desarrollo para
Centroamérica y el sureste mexicanos (ahí va un nuevo plan para esta región
como el Puebla-Panamá de Fox, el Plan del Sureste de Miguel De la Madrid y el
Coplamar de López Portillo), lo que seguramente no sucederá, pero mientras AMLO
se da cuenta que esos recursos no llegarán, tendrá que seguir con sombrero en
mano solicitándolos a las potencias (también piensa pedirle a la Unión Europea),
y eso lo hará todavía más vulnerable ante las exigencias de Washington.
Y si bien
AMLO está insistiendo en que la Iniciativa Mérida tiene que cambiar, para que
se invierta no tanto en seguridad, sino en desarrollo socio económico; la
realidad es que su propuesta de crear la Guardia Nacional, lo va a obligar a
mantener un esquema de colaboración muy estrecho con Estados Unidos en ese ámbito
(inteligencia, capacitación, compra de equipo y armamento), por lo que si bien
es posible que “desaparezca” la Iniciativa Mérida (heredada del gobierno de
Calderón), seguramente se negociará otro acuerdo, con otro nombre rimbombante,
que finalmente acabe siendo algo similar, pues el aparato de seguridad e
inteligencia de Estados Unidos no va a aceptar que se degrade este aspecto de
la relación.
Y en
migración, a AMLO no le queda más remedio que apechugar y seguir recibiendo y
mal atendiendo a los miles de migrantes y buscadores de refugio de todo el
mundo que quieren llegar a Estados Unidos (más los deportados de allá), y que
no les queda otro remedio que quedarse en el México infestado de
narcotraficantes, criminales y corruptos que les harán su estancia en el país
un infierno muy parecido del que intentan huir de sus países de origen.
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